domingo, 27 de noviembre de 2016

Municipios agónicos



La despoblación es el cáncer que acecha a un número importante de municipios segovianos y de otras provincias de Castilla y León. Me atrevo a afirmar que es el mayor problema que padece la provincia y la región. Basta con hacer un recorrido por muchos de ellos para comprobar que están agonizando. No sólo no se ve un alma por la calle, sino que además muchos edificios se encuentran hundidos y tierras de labor abandonadas. “El largo desamparo fue royendo/los muros de las casas/y puso en cada esquina/centinelas de zarza”, afirmaba el poeta José Luis Ramírez. ¡Qué realidad!

Los últimos datos publicados por el INE ponen de manifiesto la pérdida de un 4,1 por ciento de la población entre 2012 y 2016. A lo que se une el fuerte envejecimiento. El futuro es aún menos halagüeño. En 2030, si la previsión no falla, la provincia tendrá una tasa de ancianidad del 35 por ciento. Se convertirá en un geriátrico, en especial el medio rural. 

Segovia languidece poco a poco. Pierde vida. Y sin ella desaparece el bullicio de los niños en las calles, el alto diapasón de  la gente joven y la pérdida de costumbres y tradiciones. También se deteriora el patrimonio medioambiental y se suspende el relevo generacional. En definitiva, las señas de identidad, algo que nos resistimos a perder los que hemos nacido en pueblos pequeños y vemos día a día cómo se van perdiendo todas nuestras referencias de la infancia.

El problema de la despoblación no se ha generado de un día para otro. Se ha visto venir ante la inacción en el tiempo de las diferentes administraciones competentes para hacer frente al problema. Ahora sólo queda aplicar una terapia paliativa y buscar la vía para revitalizar el medio rural, y con ello recuperar nuestro patrimonio material e inmaterial.

A estas zonas nunca va a llegar el libre mercado. Cualquier actividad económica que genere actividad y empleo para fijar población debe ser previamente planificada e incentivada. Y debe responder a la acción concertada de las diferentes administraciones públicas y los agentes económicos y sociales. No es necesario localizar una industria en cada pequeño pueblo, no. Es preciso desarrollar una red de polos industriales comarcales que concentren la actividad y permitan asentar población en el entorno, evitando la pérdida del medio natural y patrimonial, de nuestro legado. 

En una economía de mercado cualquier plan selectivo de acción local debe ir acompañado de una política de incentivos fiscales a los emprendedores que inviertan en ese medio y a sus pobladores.  Y, a su vez, deben garantizarse unos buenos servicios asistenciales, de telecomunicaciones y transporte. Sólo así será posible evitar la agonía de muchos municipios. La demora nos lleva a su muerte segura.   


sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Quo vadis Izquierda?



La Izquierda, desde sus orígenes, siempre ha presentado grandes convulsiones y transformaciones. El socialismo, como doctrina social y económica, ha ido cambiando con el transcurso del tiempo. Así, en el marxismo-leninismo es considerada como la fase previa al comunismo, mientras que en la socialdemocracia con el término socialismo se alude a la distribución de la riqueza mediante la aplicación de un sistema fiscal progresivo. 

La caída del muro de Berlín, el declive del régimen cubano y el fracaso económico y social del régimen bolivariano en Venezuela parece que habían certificado de muerte el marxismo-leninismo. Sin embargo, todo parece indicar que algunas formaciones políticas en nuestro país lo tienen en su ideario político como base sustantiva de su acción política. Una izquierda revolucionaria con el motor gripado, que está dentro a la vez que fuera del sistema, y que promete cambiarlo todo, para al final no cambiar nada. Una autodenominada izquierda que busca tranquilizar su conciencia ante la falta de respuesta a quienes gritan contra la discriminación y la injusticia. Y que tiene como única solución el márketing político.

Hoy la izquierda real es más necesaria que nunca. Para dar repuesta a los excluidos del sistema económico y mejorar el bienestar de la gente, así como la cohesión social y territorial, es necesario crear riqueza y redistribuirla mediante sistemas fiscales progresivos y la garantía de derechos básicos. La ruptura con el régimen del 78 -como lo denominan algunos-, la búsqueda del conflicto, la agitación y la toma democrática del poder para una ruptura del sistema capitalista, como propugna la autodenominada nueva izquierda, sólo traerá frustración y desencanto. Y sobre todo condenará a los más desfavorecidos no sólo a no mejorar, sino a empeorar su nivel de bienestar. Esta izquierda virtual y recalcitrante sólo es un obstáculo para el avance del progreso. 

Tras el brusco cambio del sistema representativo en nuestro país, con la aparición de la nueva formación populista aliada de la vieja izquierda marxista superviviente, se hace muy difícil a corto y medio plazo un Gobierno de izquierdas en nuestro país. En primer lugar, porque el nuevo partido maneja conceptos antisistema que no son coherentes con la línea medular de la socialdemocracia moderna y adaptada a los tiempos que representa el PSOE; y en segundo lugar, por su alta volatilidad política y su radicalidad social que merma y hace perder crédito a una oferta electoral de izquierdas llamada a una posible coalición de Gobierno, y cohesiona más a los votantes en torno a fuerzas de centro derecha. Sólo así se puede explicar el fuerte avance del PP en las últimas elecciones. 

En el actual contexto político, económico y social la izquierda sólo avanzará y conseguirá alcanzar los fines a los que se orienta su proyecto, si la socialdemocracia es capaz de reforzar su proyecto, su organización y liderazgo. Para ello, se ha de centrar en los intereses de los ciudadanos y olvidarse de las estridencias de la izquierda utópica, virtual y recalcitrante.          


sábado, 12 de noviembre de 2016

La bandera del populismo



El populismo como forma de acción política está de moda. El reciente triunfo de Trump en EEUU abre la puerta de la esperanza a una futura victoria en Europa de movimientos populistas, como es el caso del Frente Nacional de Le Pen en Francia; el UKIP de Farage, en Reino Unido; o Podemos de Pablo Manuel Iglesias, en España. La bandera populista es el factor común denominador a todos estos partidos liderados por populistas demagogos que aspiran a alcanzar el poder en su país al coste que sea. 

No hay un populismo de izquierdas como reivindica Podemos; ni de derechas. El politólogo Andreas Schedler define el populismo como, una ideología basada en la confrontación entre un pueblo virtuoso y una élite corrupta o viciada. La casuística pone de manifiesto que todos los populismos presentan pautas comunes de actuación. 

Al frente de un movimiento populista suele situarse una persona de ambición desmedida, con alto ego y sin escrúpulos hacia las actitudes demagógicas. Por lo general, la televisión ha contribuido a convertirles en celebridades de alta notoriedad. A partir de ahí inoculan su mensaje, que no es otro que el de “buenos”, que se corresponde con su posición; y el de “malos”, la contraria. 

Para que el encaje sea perfecto se necesita una fuerza conspiradora –los poderosos, o algo similar- que trabaja por detrás para hundir a los buenos. Y todo ello aderezado por un discurso épico, repleto de emociones, insultos, descalificaciones… que pueda entrometerse en los sentimientos más íntimos de las personas y desprestigiar las instituciones. 

El populismo comparte por lo general tres sustratos comunes: la base popular de aquéllos que se encuentran en un momento difícil y de desesperación, como consecuencia de la crisis o cualquier otra situación; el odio y rechazo contra el poder establecido; y la pérdida de la identidad nacional ante el proceso de globalización, al menos este último en los populismos de derechas. Sobre estos factores se instrumentaliza esa identidad de pueblo virtuoso a la que se refería Schedler. Las ideas no abundan y lo importante es utilizar y dar cauce a las pasiones sobre la base del odio a las instituciones y al establishment

En los movimientos populistas, el líder aspira a interpretar la voluntad del pueblo de forma inmediata, sin intermediación de institución alguna. La superficialidad y la demagogia, unidas a la exaltación del ego y la grandeza, constituyen su mejor simiente para crear un gran entusiasmo a corto plazo, y grandes frustraciones personales y políticas a medio y largo. La bandera del populismo es letal para los intereses del pueblo e incluso para las propias personas, como hemos podido comprobar en el devenir histórico.      



domingo, 6 de noviembre de 2016

Milagro Mariano



Mariano Rajoy ha puesto de manifiesto una vez más su visión política conservadora en la confección del nuevo Gobierno. Salvo “milagro mariano” sobrevenido, habrá continuidad de política y políticas.  La buena voluntad de diálogo y consenso verbalizada por el presidente del Gobierno y exigida al resto de sus miembros no es suficiente si no se concretan en hechos. Y todo indica que pueden pintar bastos. 

España atraviesa por un momento muy delicado desde el punto de vista social, económico y político.  Una amplia parte de la población se encuentra en exclusión social, casi la mitad de los jóvenes están fuera del mercado laboral y la falta de tono económico debilita el crecimiento y la cohesión social, y amenaza seriamente el Estado del Bienestar. Rajoy es plenamente consciente de ello. ¿Por qué entonces un Gobierno continuista?

Por miedo. El presidente tiene animadversión a lo desconocido y al cambio. No arriesga. Y se deja llevar por el viejo dicho de más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer. Su falta de ambición política para mejorar el bienestar de los españoles le lleva a anteponer su tranquilidad y bienestar personal a todo. 

En un momento en el que ninguna formación ni tendencia política tiene mayoría para poder gobernar se requiere obligadamente un cambio en la forma de concebir la acción política. El desprecio, la mentira y la falta de generosidad hacia el resto de las formaciones políticas que integran el arco parlamentario no sirven en el nuevo marco. El partido del Gobierno no puede seguir anteponiendo sus intereses a los del País, como ha hecho hasta el momento. 

Mariano tendrá que hacer ímprobos esfuerzos para cambiar la cultura de un Gobierno cuyos pilares fundamentales siguen siendo los mismos. Va a ser difícil que la vicepresidenta deje de ser la más lista de la clase y desprecie a sus adversarios políticos; y me cuesta creer que Montoro no nos siga dando grandes clases de displicencia política. Necesitamos un milagro mariano y para ello cuenta con fervientes creyentes dentro del equipo.

El inicio del cambio de modelo económico y la búsqueda de un nuevo marco territorial, junto con la creación de empleo y la sostenibilidad del sistema de pensiones son otras de las incógnitas que quedan en el aire con la continuidad de un equipo que saca pecho de los resultados alcanzados. La precariedad laboral, la tensión territorial, la alta tasa de desempleo juvenil y la caída del poder adquisitivo de las pensiones requieren un cambio de políticas radical. 

Sólo será posible desde una oposición seria y rigurosa, orientada prioritariamente a dar respuesta a las necesidades de los colectivos más desfavorecidos en nuestro país. Esta es la línea  de acción que va a presidir la socialdemocracia española. La gobernabilidad de España es posible. Depende sólo de la voluntad de Mariano Rajoy, y para ello no se necesitan milagros marianos.