domingo, 1 de octubre de 2017

Lo que nos jugamos…



El Process catalán es un auténtico tsunami nuclear para los catalanes, los españoles y los europeos. Es mucho los que nos jugamos todos. En primer lugar, la convivencia entre los propios catalanes, con independencia de su posición social y económica. La sociedad catalana está divida en dos y con riesgo de que se quiebre la Paz social, principal activo de cualquier sociedad moderna y civilizada. Pero también la armonía con el resto de los ciudadanos y pueblos de España. En segundo lugar, la cohesión social sustentada en la solidaridad para la búsqueda de la igualdad y el avance social. En tercer lugar, la estabilidad económica para atraer inversiones, mejorar la productividad y con ello el crecimiento económico y la redistribución de la riqueza, así como el equilibrio social y económico intergeneracional. Y, por último, la ruptura del proyecto político plurinacional europeo. El efecto disgregador del secesionismo catalán no sólo tendría un efecto multiplicador en País Vasco, Baleares, Navarra y Valencia, sino que extendería sus efectos nocivos a un amplio elenco de comunidades de la Europa, poniendo en riesgo el proyecto de bienestar social más avanzado que nunca haya habido en el mundo. 

Los independentistas catalanes han utilizado, como elemento vertebrador de su causa y división de la sociedad catalana, el agravio con lo español. Para ello han explotado mensajes emocionales que creaban un agravio de los catalanes con el resto de España. Han afirmado que Cataluña paga más impuestos y recibe menos inversión que la media de España. Una serie de afirmaciones que son falsas y que no se corresponden con datos reales. Cataluña es la región de España que más inversión ha recibido desde 1991. Más del doble que la Comunidad Valenciana y Madrid. Todos los gobiernos han hecho un importante esfuerzo de inversión en Cataluña, en especial los de Felipe González, pero jamás se ha discriminado a Cataluña en inversión con respecto al resto de España. Sólo en los momentos de recesión económica como en el 93 y en 2010 se ha resentido la inversión en Cataluña, pero no más que en el resto de España. En estos momentos la mayor inversión programada corresponde al Corredor Mediterráneo, que impacta de lleno en Cataluña. Apelar al sentimiento emocional y fundamentar el agravio en una gran mentira sólo contribuye a generar frustración y  sembrar odio y desconfianza.

La crisis económica ha afectado a Cataluña con igual intensidad que el resto de España. La tesis independentista de que España es un freno para salir de la crisis y vivir mejor es una afirmación interesada para acelerar la desafección de los catalanes hacia el resto de España. Basta correlacionar las cifras de empleo y crecimiento económico de Cataluña con el fenómeno independentista para comprobar cómo, cuando la crisis estaba en su punto más álgido, los independentistas se disparaban cerca del 50 por ciento de la población, mientras que a medida que  se superaba la recesión y crecía el empleo la adhesión independentista era menor, como es el caso de la situación actual. No obstante, conviene no olvidar que fue Artur Más quien lanzó el agravio independentista  ante la fuerte contestación que tuvo en la calle los fuertes recortes que aplicaron para hacer frente a la crisis en materia sanitaria y educativa en los presupuestos de la Generalitat de 2011. Acudieron al recurso fácil de echar la culpa al Gobierno del Estado por la falta de medios y la infrafinanciación. Abonaron de esta forma el discurso de la discriminación para desviar la atención de su problema de gestión, a la vez que fomentar el discurso independentista. Ahora, que por suerte, la situación económica está mejorando y creciendo el empleo, están apretando el acelerador para no perder la senda independentista. Una posición similar a la de Ada Colau y Pablo Iglesias, si bien éstos con fines oportunistas y electoralistas, sin más; porque sustento ideológico hay poco, y menos de carácter social; de otra manera no se puede entender cómo se apuesta por quebrar la solidaridad.

La situación es delicada. Las inversiones empresariales se han congelado en Cataluña. La Cámara de Comercio americana ha recomendado no invertir. Muchas de las empresas con sede social en Cataluña han preparado planes de contingencia y prevén, si fuese necesario, cambiar su sede a Madrid, Valencia o Sevilla. El dinero busca estabilidad y no conoce de sentimientos independentistas. La falta de estabilidad política y social, así como de seguridad jurídica, puede llevar a una drástica caída del PIB de Cataluña, pero también del resto de España, aunque con menor intensidad. Cataluña, al igual que en  los 60 y 70, es la comunidad que más vende al resto de España y la que tiene mejor saldo comercial, con un superávit de 17.900 millones de euros. Por suerte, los mercados de momento no han descontado la crisis catalana porque carece de credibilidad. Sin embargo, las agencias de calificación de deuda empiezan a alertar de que la tensión puede afectar al crecimiento. Nadie cree que Cataluña vaya a ser independiente. Por suerte. Pero si este sueño de algunos desaprensivos se hiciese realidad estarían condenados a ser una comunidad pobre, a salir del euro y a contar con una prima de riesgo entre 600 y 700 puntos básicos que haría inviable la financiación de su presupuesto. El Process catalán es un cáncer cuya metástasis nos puede acabar afectando a todos los españoles.          


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