viernes, 12 de octubre de 2018

La España vacía


Los últimos datos publicados por el INE sobre la evolución demográfica y su proyección a futuro son patéticos. España perderá en los próximos 15 años 150.000 habitantes, y Segovia 10.000, el 6,5 por ciento de su población. Un problema que se manifestó en la década de los sesenta de la pasada centuria y que prosigue en año 18 del presente siglo, sin que se haya articulado hasta el momento una propuesta sólida que de respuesta al problema de una forma integral. El resultado es que amplias zonas de España se están quedando vacías. El 90 por ciento de los españoles viven en el litoral mediterráneo y Madrid, mientras que el otro 10 por ciento lo hace en el 70 por ciento del territorio restante, que se corresponde con los territorios de las dos Castillas, Asturias, Aragón, Cantabria, Galicia, Rioja y Extremadura.

La ministra de Política Territorial y Función Pública ha anunciado la voluntad del Gobierno para presentar antes de las próximas elecciones municipales y autonómicas una ‘Estrategia Nacional frente al Reto Demográfico’, tal y como acordó la conferencia de presidentes celebrada en el Senado el pasado enero de 2017. Una estrategia que llega tarde. Debiera haberse iniciado en los 70 u 80 del pasado siglo, pero al final llega. La cuestión es acertar en el diagnóstico y aplicar la terapia adecuada, que en todo caso no tiene un tratamiento milagroso y requerirá de mucho tiempo y buen hacer. Es imprescindible que este plan tenga un carácter integral y cuente con la participación e implicación en su diseño y planes de actuación, no sólo el Gobierno del Estado, sino también las diferentes Comunidades Autónomas, entidades locales, gobiernos provinciales y organizaciones económicas y sociales. Se trata de una cuestión de Estado, como he defendido en el Parlamento y en diferentes foros y artículos. El principal problema del país a medio y largo plazo. ¿O acaso no es preocupante que de los 8.100 municipios, 6.600 se estén quedando vacíos con una densidad media que no llega a los 14 hab/km2? La necesidad de un Pacto de Estado es evidente. Se trata de conservar nuestro medio ambiente, el legado y las costumbres de siglos de siglos, y los valores y sentimientos de muchas generaciones de españoles ligadas al medio natural dónde nacieron y vivieron.

El debate político se está centrando en el nuevo modelo de financiación autonómica. Una población dispersa y envejecida requiere de una asignación per-cápita mayor para garantizar la prestación de servicios públicos -sanidad, educación, transporte, servicios asistenciales...- en condiciones de igualdad con respecto a la población que vive en las áreas urbanas y periurbanas, pero dicha situación es una manifestación del problema. Es preciso ir más allá, como he tenido la ocasión de comentar a la nueva ministra y trasladé a diferentes ministros del PP en pasadas legislaturas en preguntas orales en pleno. La primera premisa para abordar el problema es que la economía crezca en términos reales, e incluso me atrevo a decir que por encima del dos por ciento, para generar riqueza y redistribuirla, aplicando los excedentes en esas zonas prioritarias. A ello hay que sumar tres acciones complementarias a la ya descrita: asimetría fiscal; planes indicativos mediante diferentes iniciativas empresariales, centradas especialmente en el sector industrial en los cada uno de los territorios deprimidos, una vez catalogada y jerarquizada la prioridad del esfuerzo y el desarrollo de la actuación; y la reordenación y adaptación de los servicios públicos a la realidad existente.

Para incentivar la inversión -con la consiguiente creación de empleo- y reducir el éxodo de población en las zonas deprimidas es preciso una política fiscal asimétrica. Esta actuación permitiría establecer un tratamiento fiscal diferenciado para aquellas empresas y ciudadanos que sufren -también en el bolsillo- el efecto de las falta de medios e infraestructuras. Los costes operativos de una empresa y de un ciudadano no son los mismos si vive en una zona con servicios que si habita en una población sin ellos. La ausencia de mercado en determinadas zonas aconseja actuar selectivamente mediante el establecimiento de “polos de desarrollo comarcales”, que les dote de infraestructuras e impulse la localización de empresas industriales, sin necesidad de desarrollar un polígono industrial en cada pueblo carente de futuro en la mayoría de los casos. Y, por último, el redimensionamiento y adaptación de los servicios públicos a la nueva realidad social y territorial. Eso que la Junta de Castilla y León enunció, pero ha sido incapaz de ejecutar.  

La despoblación erosiona la cohesión social y quiebra la equidad de los ciudadanos en función de su lugar de residencia. A su vez genera efectos colaterales negativos en el medio ambiente y en el desarrollo y mantenimiento patrimonial tanto de los bienes tangibles como intangibles; a la vez que la sobrepoblación de determinadas zonas conlleva sobreexplotación de los recursos, deterioro de la calidad ambiental y del nivel de bienestar físico y social. En el equilibrio está la virtud. Por eso es más urgente que nunca ponerse “manos a la obra”, pero de verdad. Una empresa que es de todos y en la que las diputaciones han de tener un papel primordial en cada una de las provincias en las que se desarrolle el programa.


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