Acaba de concluir una legislatura en la que hemos sido testigos de un periodo político muy agitado, quizás sólo superado por la tensión que se vivió en la última etapa de gobierno del presidente Felipe González. En ambas ocasiones, el terrorismo ha subyacido como problema de fondo, pero con orientaciones opuestas: En la década del los noventa el problema fue la forma de abordar la lucha contra el terrorismo; ahora, hay quien ha puesto sobre el tapete la legitimidad del proceso de paz y los problemas territoriales, entre otros. En fin, una legislatura donde los grandes avances sociales y económicos que ha conseguido el Gobierno socialista se han visto enmascarados por ruido exacerbado de la oposición.
Y es que no siempre los temas de la agenda política se corresponden con las preocupaciones reales de los ciudadanos. Durante estos cuatro últimos años las técnicas de marketing político de la oposición han conseguido generar angustia e intranquilidad en muchos españoles; han trasladado problemas que se basaban en lemas como ‘Se rompe España’, que nada tenían que ver con la situación real, como se ha demostrado después con posterioridad. El objetivo era otro: Distraer la atención de aquellas cuestiones donde se tenía inferioridad política, a la vez que fidelizar a sus votantes, un objetivo que sin duda han conseguido las filas populares.
Esta forma de entender la política no está exenta de riesgos. En primer lugar, porque desvirtúa la propia esencia de los partidos políticos y su razón de ser: La defensa de los intereses de los ciudadanos y la búsqueda de su bienestar, frente a la búsqueda del poder por el poder. Y en segundo lugar, porque genera hastío y descrédito de los ciudadanos hacia los partidos, los políticos y las instituciones. El desgaste del tejido democrático en este tiempo ha sido muy alto a pesar de la alta participación en las elecciones del pasado día 9.
La política del PP en esta legislatura ha estado exenta de propuestas de futuro. Ha fundamentado toda su acción en el desgaste del contrario y en la crítica destructiva. Ha motivado tensiones territoriales innecesarias y ha creado problemas donde no existían. Así es difícil ganar las elecciones, como es difícil que, en un partido de fútbol, quien no crea juego y ocasiones de gol acabe ganado el partido. Así le ha ocurrido a Rajoy. Han confiado todo su resultado a un contraataque que sorprendiese al contrario. Pero esto no ha ocurrido.
Los resultados alcanzados por el PSOE ponen de manifiesto que hay otra forma de defender los intereses de los ciudadanos. Sin ruidos, sin estridencias, sin crispación. Se da la paradoja de que aquellas comunidades autónomas con representación más beligerante hacia el concepto de Estado, y para las que el PP pedía recortes competenciales, son las que han apoyado mayoritariamente al PSOE, en detrimento de los partidos nacionalistas de corte más radical. Hoy, España está más cohesionada territorialmente que nunca. Las políticas de cooperación se revelan más eficaces ante los problemas territoriales que las políticas de confrontación que desarrolló el gobierno del Aznar. Nunca los dos grandes partidos tuvieron tanta representatividad en las comunidades históricas y en España.
La legislatura que está apunto de comenzar puede ser una espléndida oportunidad para evitar los errores del pasado; los de todos. Las cuestiones de Estado, como la seguridad, la política exterior, o las cuestiones territoriales… han de estar fuera de la contienda política. La lealtad institucional y el respeto a la verdad han de presidir el futuro de toda acción política. Sólo de esta forma se revitalizará el sistema democrático y el respeto de los ciudadanos hacia sus políticos en el ejercicio de sus funciones constitucionales.
Y es que no siempre los temas de la agenda política se corresponden con las preocupaciones reales de los ciudadanos. Durante estos cuatro últimos años las técnicas de marketing político de la oposición han conseguido generar angustia e intranquilidad en muchos españoles; han trasladado problemas que se basaban en lemas como ‘Se rompe España’, que nada tenían que ver con la situación real, como se ha demostrado después con posterioridad. El objetivo era otro: Distraer la atención de aquellas cuestiones donde se tenía inferioridad política, a la vez que fidelizar a sus votantes, un objetivo que sin duda han conseguido las filas populares.
Esta forma de entender la política no está exenta de riesgos. En primer lugar, porque desvirtúa la propia esencia de los partidos políticos y su razón de ser: La defensa de los intereses de los ciudadanos y la búsqueda de su bienestar, frente a la búsqueda del poder por el poder. Y en segundo lugar, porque genera hastío y descrédito de los ciudadanos hacia los partidos, los políticos y las instituciones. El desgaste del tejido democrático en este tiempo ha sido muy alto a pesar de la alta participación en las elecciones del pasado día 9.
La política del PP en esta legislatura ha estado exenta de propuestas de futuro. Ha fundamentado toda su acción en el desgaste del contrario y en la crítica destructiva. Ha motivado tensiones territoriales innecesarias y ha creado problemas donde no existían. Así es difícil ganar las elecciones, como es difícil que, en un partido de fútbol, quien no crea juego y ocasiones de gol acabe ganado el partido. Así le ha ocurrido a Rajoy. Han confiado todo su resultado a un contraataque que sorprendiese al contrario. Pero esto no ha ocurrido.
Los resultados alcanzados por el PSOE ponen de manifiesto que hay otra forma de defender los intereses de los ciudadanos. Sin ruidos, sin estridencias, sin crispación. Se da la paradoja de que aquellas comunidades autónomas con representación más beligerante hacia el concepto de Estado, y para las que el PP pedía recortes competenciales, son las que han apoyado mayoritariamente al PSOE, en detrimento de los partidos nacionalistas de corte más radical. Hoy, España está más cohesionada territorialmente que nunca. Las políticas de cooperación se revelan más eficaces ante los problemas territoriales que las políticas de confrontación que desarrolló el gobierno del Aznar. Nunca los dos grandes partidos tuvieron tanta representatividad en las comunidades históricas y en España.
La legislatura que está apunto de comenzar puede ser una espléndida oportunidad para evitar los errores del pasado; los de todos. Las cuestiones de Estado, como la seguridad, la política exterior, o las cuestiones territoriales… han de estar fuera de la contienda política. La lealtad institucional y el respeto a la verdad han de presidir el futuro de toda acción política. Sólo de esta forma se revitalizará el sistema democrático y el respeto de los ciudadanos hacia sus políticos en el ejercicio de sus funciones constitucionales.