La muerte de Juan Muñoz deja un vacío importante para todos aquellos que de alguna u otra manera mantuvimos una relación muy estrecha con él. Siempre fue un referente, tanto en el ámbito personal, como en el político y profesional. Juan era una persona brillante, a la vez que sencillo y austero. Amigo de sus amigos, y de fuertes convicciones políticas. Porque la política fue la gran pasión de su vida: primero en la dictadura, donde defendió su fuerte compromiso con los valores democráticos durante su época de estudiante de económicas en la Universidad Complutense; y después durante la transición y hasta el momento actual, donde ha sido un actor principal de la vida pública prácticamente hasta los últimos días de su vida.
Juan era hombre de pueblo. Y era segoviano de pura cepa, condición que ejercía sin estridencia alguna. Nació en Santa María de Nieva y vivió siempre que pudo en la villa. Con orígenes en Sangarcía –sus dos padres procedían de esta localidad, a la que gustaba ir en fiestas-, él era uno más entre sus gentes. La plaza del pueblo era su punto de referencia. Era fácil encontrarle en el Café España, donde con frecuencia trasladaba sus carpetas y fichas para trabajar durante las mañanas, a la vez que atendía, conversaba e invitaba en la barra del café a todos aquellos que se acercaban a saludarle. La tarde era tiempo para disfrutar con los amigos de una buena partida de cartas, oficio en el que volvía a demostrar su buen hacer, como bien lo sabían todos aquellos que jugaban contra él. Era una persona generosa, siempre dispuesto a escuchar y ayudar a quien se lo pedía con la sensatez y honestidad que caracterizaban su forma de ser.
La política era para él algo sublime. Era su forma de entender la dinámica social. El respeto a los demás en la expresión de sus ideas, el diálogo y la justicia social fueron principios que presidieron su acción política. Fuimos muchos los que nos iniciamos con él en la vida política provincial. Siempre nos aconsejó respeto al contrario y nos animó a mantener buenas relaciones con la oposición, desde el convencimiento que esa actitud era la mejor para todos, pero sobre todo para el entendimiento futuro y la solución de los problemas. La humildad era otro valor del que hacía gala. Era prudente y no le gustaba descontar los triunfos antes de tiempo. El éxito de su gestión era de todos, y el fracaso no tenía inconveniente en atribuírselo.
Trabajó mucho por Segovia, en la mayoría de los casos en silencio, y fue durante sus años de diputado un fajador nato en la defensa ante los ministerios de los intereses de Segovia. Gracias a su gestión fue posible avanzar de forma decisiva en la construcción del embalse del Pontón, la defensa de la Academia Militar en Segovia, la apertura de la calle del Coronel Rexach…, y otros muchos proyectos, como los primeros pasos en la actual variante de la ciudad de Segovia o el tren de alta velocidad.
En el Congreso de los Diputados destacó también por su gran talla política. Fue vicepresidente primero de la cámara y presidente y portavoz de distintas comisiones. Era un gran muñidor de acuerdos, gracias a sus dotes de buen conversador y paciencia infinita.
El campo académico era su gran activo. Catedrático de estructura económica, gozaba de un gran prestigio en el mundo universitario del que nunca hizo gala. Como profesor fue muy reconocido por sus alumnos. En una época donde predominaba la enseñanza memorística; él enseñaba a pensar y a ver lo que otros no veían a simple vista. Era un trabajador incansable, amante de la investigación. La elaboración de fichas era su mejor herramienta de trabajo, y para ello leía, leía y anotaba. En estos últimos de su estancia en el hospital tuve la oportunidad de comprobar como seguía elaborando fichas sobre la participación de la mujer en el mundo de la empresa. Genio y figura hasta el último día no le faltaron.
Algún compañero de partido acostumbraba a llamarle en tono cariñoso “maestro”. A decir verdad para muchos de nosotros fue un referente. Siempre nos sorprendía, y no es de extrañar que aún alguna manifestación suya en vida nos siga sorprendiendo en el futuro. Nosotros, los socialistas, siempre participaremos de su entusiasmo e intuición. ¡Adiós maestro!, hasta siempre. Te vamos a echar en falta.
Juan era hombre de pueblo. Y era segoviano de pura cepa, condición que ejercía sin estridencia alguna. Nació en Santa María de Nieva y vivió siempre que pudo en la villa. Con orígenes en Sangarcía –sus dos padres procedían de esta localidad, a la que gustaba ir en fiestas-, él era uno más entre sus gentes. La plaza del pueblo era su punto de referencia. Era fácil encontrarle en el Café España, donde con frecuencia trasladaba sus carpetas y fichas para trabajar durante las mañanas, a la vez que atendía, conversaba e invitaba en la barra del café a todos aquellos que se acercaban a saludarle. La tarde era tiempo para disfrutar con los amigos de una buena partida de cartas, oficio en el que volvía a demostrar su buen hacer, como bien lo sabían todos aquellos que jugaban contra él. Era una persona generosa, siempre dispuesto a escuchar y ayudar a quien se lo pedía con la sensatez y honestidad que caracterizaban su forma de ser.
La política era para él algo sublime. Era su forma de entender la dinámica social. El respeto a los demás en la expresión de sus ideas, el diálogo y la justicia social fueron principios que presidieron su acción política. Fuimos muchos los que nos iniciamos con él en la vida política provincial. Siempre nos aconsejó respeto al contrario y nos animó a mantener buenas relaciones con la oposición, desde el convencimiento que esa actitud era la mejor para todos, pero sobre todo para el entendimiento futuro y la solución de los problemas. La humildad era otro valor del que hacía gala. Era prudente y no le gustaba descontar los triunfos antes de tiempo. El éxito de su gestión era de todos, y el fracaso no tenía inconveniente en atribuírselo.
Trabajó mucho por Segovia, en la mayoría de los casos en silencio, y fue durante sus años de diputado un fajador nato en la defensa ante los ministerios de los intereses de Segovia. Gracias a su gestión fue posible avanzar de forma decisiva en la construcción del embalse del Pontón, la defensa de la Academia Militar en Segovia, la apertura de la calle del Coronel Rexach…, y otros muchos proyectos, como los primeros pasos en la actual variante de la ciudad de Segovia o el tren de alta velocidad.
En el Congreso de los Diputados destacó también por su gran talla política. Fue vicepresidente primero de la cámara y presidente y portavoz de distintas comisiones. Era un gran muñidor de acuerdos, gracias a sus dotes de buen conversador y paciencia infinita.
El campo académico era su gran activo. Catedrático de estructura económica, gozaba de un gran prestigio en el mundo universitario del que nunca hizo gala. Como profesor fue muy reconocido por sus alumnos. En una época donde predominaba la enseñanza memorística; él enseñaba a pensar y a ver lo que otros no veían a simple vista. Era un trabajador incansable, amante de la investigación. La elaboración de fichas era su mejor herramienta de trabajo, y para ello leía, leía y anotaba. En estos últimos de su estancia en el hospital tuve la oportunidad de comprobar como seguía elaborando fichas sobre la participación de la mujer en el mundo de la empresa. Genio y figura hasta el último día no le faltaron.
Algún compañero de partido acostumbraba a llamarle en tono cariñoso “maestro”. A decir verdad para muchos de nosotros fue un referente. Siempre nos sorprendía, y no es de extrañar que aún alguna manifestación suya en vida nos siga sorprendiendo en el futuro. Nosotros, los socialistas, siempre participaremos de su entusiasmo e intuición. ¡Adiós maestro!, hasta siempre. Te vamos a echar en falta.
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