sábado, 7 de junio de 2014

Un nuevo jefe de Estado para la esperanza



La abdicación de Rey Juan Carlos debe abrir una nueva etapa política en España. Nuestro país en el momento actual presenta algunos rasgos característicos que le identifican con esa España que dibujó la generación del 98. El pesimismo en su futuro, la falta de confianza en nuestras posibilidades y la presencia un afán autodestructivo, en algún caso, constituyen algunas de las prácticas que hemos de desterrar para poder avanzar con consistencia. El futuro jefe del Estado representa un relevo generacional para la esperanza.

Es de justicia reconocer la importante contribución del actual Rey al asentamiento en nuestro país de un Estado democrático, moderno y social. La Constitución del 78 ha permitido a los españoles el reconocimiento de derechos y libertades que inspiran el espíritu republicano y que unos años antes nos parecían inalcanzables. Pero también se ha modernizado la estructura productiva y han cambiado profundamente los usos y costumbres.

España ha pasado de ser un país casposo a ser un país vanguardistas en muchas áreas. No hay que olvidar que el monarca llegó al poder investido de “imperium absoluto”. Recogió el poder absoluto del dictador, y fue capaz en un corto plazo de tiempo, gracias al “pacto constitucional” entre todas las fuerzas políticas, de convertir la monarquía en una monarquía parlamentaria y representativa, cuya principal contribución en este tiempo ha sido su papel armonizador y el ejercicio de una embajada activa en el exterior, en especial en el América Latina y el mundo árabe, lo que ha contribuido a mejorar nuestra presencia en el mundo.

El deterioro de la institución en estos últimos tiempos ha tenido mucho que ver con la situación de crisis económica que atravesamos y ciertos errores mundanos no solo del Rey, sino también de su Familia que ha hecho bajar alarmantemente su popularidad. La abdicación es un acierto, e incluso llega tarde. A pesar de ello, solo el 0,2 por ciento de los españoles considera que la monarquía es un problema para los españoles, según el CIS. Lo que pone de manifiesto que el Rey reina, pero no gobierna.

El nuevo Rey, el futuro Felipe VI, ha de abordar la Jefatura del Estado con un nuevo enfoque. Hoy, en el siglo XXI, es muy difícil defender la supremacía de un ciudadano sobre el resto por su estirpe. La monarquía en España en estos momentos es una cuestión de oportunidad política unido a un “pacto constitucional” que se fraguó en la Transición y que nos ha dado, a pesar de la crisis actual, enormes rentas. Sin embargo, hoy el Rey debe ser un alto funcionario del Estado que ha de ajustar su actuación en todo momento al servicio del pueblo y bajo el control del parlamento. La transparencia en sus actuaciones y en los recursos utilizados son consustanciales con su figura acorde con la evolución social.

El futuro Jefe del Estado se enfrenta a una situación difícil, muy difícil. Su toma de posesión va a tener un carácter meramente administrativo. No ilusiona, y se constata en la ciudadanía un alto nivel de escepticismo. El nuevo Rey tiene que actuar en su gestión con espíritu republicano en cuanto a valores y pautas de actuación, anteponiendo los intereses de los ciudadanos y, en especial, lo de los más desfavorecidos por encima de todo. En esta nueva época la actuación del Jefe del Estado es incompatible con cualquier otra actividad ajena a su función. Asimismo, se requiere un estatus muy diferente para la Familia Real. La figura del consorte debe ser estrictamente reducida a su papel civil y de acompañante, pero sin ninguna representación. Son las pautas de los nuevos tiempos. O la institución se adapta o la figura del Rey y la Princesa estarán en entredicho.

España necesita una nueva Constitución. En ella se ha de abordar diferentes cuestiones que han hecho que la “norma magna” se haya quedado obsoleta en determinados temas, pero también la forma de organización del Estado. En estos momentos no toca el debate Monarquía/República. El país tiene otros retos más importantes que abordar. Pero una vez que las aguas vuelvan a su cauce en lo económico, lo político y lo social, la Jefatura del Estado se ha de legitimar con el voto de la ciudadanía.

Existen razones a favor y en contra para optar por un modelo de Jefatura del Estado u otro, en función de sus características. Para ello debiéramos tener en cuenta la experiencia de otros países vecinos. Hoy en España la esencia del debate por la opción de un modelo de jefatura u otro se limita exclusivamente a la quiebra del principio de igualdad en el acceso, una vez que las pautas, principios y valores republicanos tienen supremacía sobre los viejos principios monárquicos, incluso en aquellos países que constitucionalmente su forma de organización se adapta a monarquías parlamentarias y representativas. El momento actual es un momento para la esperanza.  Aprovechémoslo y busquemos lo mejor para el futuro, pero sin crear un problema donde no lo hay.






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