viernes, 24 de marzo de 2017

La frivolización del Parlamento



Hace casi un año, uno de mis habituales artículos semanales concluía de la siguiente manera: Les tengo que reconocer que sufro mucho en el hemiciclo cuando veo a esa gente, que además se autotitula de izquierda, escenificando en cada sesión una sátira para que hablen de ellos, a la vez que hacen el 'caldo gordo' a la derecha. Tengo que confesarles que después del 26J nada ha cambiado, e incluso va a peor. Prueba de ello ha sido la última semana de Pleno en el Congreso de los Diputados.

Los golpes de efecto para llamar la atención como sea siguen siendo el hilo conductor de la política de la denominada nueva izquierda. La última pregunta oral al presidente del Gobierno por parte de su líder ha sido un exabrupto de mal gusto. Bajo el pretexto de cuestionar los vetos del Gobierno nos hemos encontrado con una retahíla de palabras ácidas en la jerga popular, como 'me la pela' o 'me la bufa'... Su única intención era llevar a la memoria del ciudadano su recuerdo y así ganar notoriedad. La inconsistencia del contenido ya estaba descontada de inicio a tenor de la trayectoria; lo mismo ocurrió con un diputado del mismo grupo famoso por sus asaltos a fincas agrícolas en Andalucía. En este caso escenificó ante el ministro de Justicia, un poco antes de iniciarse la sesión de control, un numerito para atraer a los fotógrafos -lo que consiguió- y acaparar la imagen gráfica de los medios. La cuestión de fondo era lo de menos; y remataron la última sesión plenaria ante el debate de la problemática del agua, colocando camisetas de color azul, que habían repartido al inicio de pleno, en el frontis de los escaños, como si de un tendedero se tratase.

En el Parlamento reside la soberanía nacional. En él están representados todos los españoles de una ideología u otra, y los españoles se merecen un respeto. El hemiciclo no puede ser un hemicirco donde se representan excentricidades para salir en la televisión y en los medios. El Parlamento es un crisol para poder transformar nuestra sociedad y hacerla más justa y equitativa, respetando las normas, los resultados democráticos de los debates, las instituciones y la cortesía parlamentaria. No se puede oscurecer el debate con artimañas ajenas al buen oficio parlamentario que sólo buscan otros intereses ajenos a los de los ciudadanos. Esta forma de entender la política está muy lejos del sueño democrático de muchos españoles, al menos del mío.

La denominada nueva izquierda va buscando en todo momento un toque épico en cualquier acción o debate, como si de una batalla se tratase. Sus intervenciones tienen un toque absolutista. Se está con ellos o contra ellos; no hay término medio. Todo es blanco o negro. Se ataca a los grupos que puedan representar una amenaza y, en especial, a aquellos que puedan competir electoralmente con ellos. Y terminan con una puesta en pie de los diputados de su Grupo, con un fuerte reconocimiento de aplausos, cuando no con vítores a los asistentes a tribuna, que a veces  les acompañan en el colorido de la vestimenta para la ocasión. El espíritu de la representación preside toda la puesta en escena. Es el jefe del grupo quien marca los tiempos e inicia los aplausos del coro, a la vez que escenifica la sobreactuación con un abrazo, beso o lo que haga falta al compañero que regresa del campo de batalla una vez que ha actuado.

El fondo y contenido de las intervenciones para ellos es lo de menos. Lo que importa es llamar la atención. Por lo general su discurso comienza con relatos a los que se les pone nombres impersonales para explorar el mensaje emocional de la indignación, compasión o esperanza. De contenido, argumentos y propuestas, poco; o nada. Se trata de simplificar el mensaje y hablar en nombre de eso que ellos denominan la “gente”. Un concepto indeterminado que permite la imputación oportunista de preferencias en su nombre, más allá de lo que puedan decir o pensar.

La frivolización de la actividad parlamentaria no es una cuestión baladí. El Parlamento ha sido durante muchos años una de las instituciones más respetadas. Cuando se instrumentaliza y banaliza su funcionamiento se está perdiendo la primera batalla democrática: la credibilidad no sólo de sus representantes, sino también del sistema democrático en nuestro país. Mucho más cuando se cuestiona el respeto y acatamiento de la Constitución y los valores y principios que la informan. No es el camino. Algunos debieran recapacitar. Quien siembra truenos recoge tempestades. Ya sabemos que se trata de eso; pero el sistema democrático es muy fuerte y les puede engullir más pronto que tarde. 




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