lunes, 14 de agosto de 2017

Odio político



El odio es la antítesis de la acción política. Si algo requiere la política es diálogo, entendimiento, tolerancia y respeto a los demás. Recuerdo que en la preparación de uno de mis primeros encuentros políticos con los ciudadanos, siendo muy joven, comenté a Juan Muñoz, diputado del PSOE por Segovia en aquellos años, con quien compartía el encuentro, con mucha satisfacción y pasión el contenido de mi discurso. Un discurso repleto de descalificaciones y juicios de valor hacia la derecha. Una visión muy emocional. A Juan no le faltó tiempo para espetarme “galán, no tienes ni puta idea”. Me explicó que una cuestión era discrepar y otra descalificar. Y menos despreciar a los demás porque pensaran de forma diferente a nosotros. Es más, me llegó a pedir que hiciese un esfuerzo de respeto para buscar los puntos de encuentro. Una gran lección que nunca olvidaré y siempre que he podido la he practicado. 

Hoy la política está más contaminada que nunca. De los sentimientos se hace un asunto de fe, de dogmas y se persigue al disidente. El espíritu que presidió la Transición de cesión, acuerdo, pacto… todo eso se ha terminado. Tengo la sensación de que estamos volviendo al espíritu de la rancia España, y al odio entre los contrincantes políticos, como en los años 30. Todo lo contrario de lo que necesitamos: una actuación política con respeto a las instituciones y al oponente fundamentada en costumbres democráticas que puedan adquirirse a través de la educación fundamentada en los valores republicanos. La filósofa alemana Hannah Arendt ya nos recordó que la política no es un asunto de individuos aislados, sino de la sociedad humana que requiere de la organización, cooperación y respeto mutuo de sus integrantes para alcanzar la metas de bienestar colectivas e individuales.  

La discrepancia y el conflicto son elementos esenciales de la política. Lo que diferencia a los populistas de los pluralistas es la manera de entender la confrontación, de aceptar o no la legitimidad del adversario. Es difícil de entender que el responsable de una opción política cuando asume el cargo, como ha ocurrido esta última semana en mi circunscripción, se marque como reto “seguir manteniendo la movilización y el conflicto social”. El odio fruto del conflicto buscado no puede ser la guía nunca de la acción política. Es un desprecio a los ciudadanos. El populismo puede utilizar un discurso que disfraza el verdadero problema y señala al otro como enemigo, pero no lleva a ninguna parte. No sólo no aporta soluciones, sino que antes o después genera frustración y genera descrédito en la política y los políticos. Es la antipolítica.

La política del odio presenta múltiples manifestaciones en la acción política. El discurso del odio ha tomado relevancia en los últimos años. Los discursos de culpa, odio y miedo, la retórica del “nosotros contra ellos” y la política de la demonización han alcanzado una relevancia no vista desde los años 30. Discursos falaces, demagogia y el discurso del odio han permitido, por ejemplo, a Donald Trump ganar la Presidencia en EEUU. Estas prácticas suelen producir hartazgo en la ciudadanía y pérdida de credibilidad en poco tiempo. Debieran ser rechazables vengan de donde vengan, PSOE, PP o cualquier otro partido. Sin embargo, se ha convertido en la práctica común de la mayoría de las fuerzas políticas. Un nuevo concepto de la política que se aleja de la búsqueda de soluciones para los problemas de los ciudadanos. Una política basada en golpes de efecto para satanizar al contrario y persuadir de la superioridad de su opción política. 

El discurso del odio entre los partidos políticos se ve complementado en muchos casos por la falta de luz de algunos medios dispuestos a chantajear y jugar de parte, aunque eso vaya en detrimento del derecho a la información veraz y de la propia profesionalidad de quienes escribe, más preocupado por mantener su puesto de trabajo y agradar a la editora, que por contribuir con su buen hacer al prestigio del medio y la mejora de su cuenta de resultados. A ellos se unen los “hooligans” de diferentes bandos políticos que con sus comentarios en los medios, bien escritos o a través de tertulias, nos demuestran día a día estar en posesión de la verdad absoluta y ser capaces de despreciar a todo aquel que no piense como ellos. Incluso ocultando su opinión bajo la firma de un seudónimo como acto de valentía y consistencia de su pensamiento.

El odio en política es mal compañero de viaje. No atravesamos por el mejor momento, pero como en cualquier otro ciclo las aguas volverán a su cauce y el discurso y las políticas del odio en la acción política volverán a ser rechazadas y despreciadas en favor de la política de altas miras.   




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