sábado, 9 de febrero de 2019

La tensión emocional, nuevo motor político


El debate a las enmiendas a la totalidad de los presupuestos y la propuesta del relator hace que la tensión emocional de los ciudadanos y de los actores políticos, en estos momentos, se encuentre en uno de los puntos más álgidos de la legislatura. La sensibilidad está a flor de piel. La política se mueve a golpe de sentimientos emocionales, y a las pruebas me remito. Basta seguir los medios de comunicación para constatar que la acción política se ha reducido a un campo de batalla en el que todo se reduce al “tú más”, o la descalificación permanente del contrario sin entrar a realizar un análisis causal o propuesta alternativa alguna sobre aquellos temas que preocupan y ocupan a los españoles. Lo importante es quién gana la batalla emocional. Esto nos lo pone muy difícil a algunos que, por educación y formación profesional, nos hemos criado al cobijo de los valores de la Ilustración. Hoy la razón y el análisis argumental se ven desplazados por la tensión emocional.

La posición política de las personas, por lo general, emula el fanatismo deportivo. Se busca más  reforzar la posición emocional que contrastar ideas para que sus opiniones sean más fundamentadas. Los niveles de testosterona bajan o suben en función de la intensidad de la pelea. Los partidarios de una determinada facción política ven siempre más defectos en los partidos con los que no se identifican, y en especial con el que consideran su principal rival. Rivalizan y actúan igual que las hinchadas del Madrid y el Barcelona.  Y a pesar de que la pericia, la inteligencia y el racionamiento consciente suelen aportar buenos resultados, tendemos a hacernos trampas en el solitario y explorar la veta emocional. Para ello no tenemos ningún escrúpulo en no dejar que la razón saque sus consecuencias y la dirigimos hacia la conclusión que preferimos, o nos hacemos fuertes defendiendo los fallos evidentes y objetivos en la posición que mantenemos. Lo importante es hacer prevalecer nuestra posición.

Los partidos políticos y los medios de comunicación contribuyen al desarrollo de esta heurística. La “política carroñera” ha alcanzado su máximo exponente. En tertulias, ruedas de prensa e incluso actividad parlamentaria los mensajes van buscando siempre el hígado del contrario aprovechado una debilidad conocida o magnificando y descalificando una posición reclamando la propia superioridad moral de quien la critica frente al contrario. El análisis posterior deja paso a la acusación: traidores, corruptos, totalitarios, egoístas... En definitiva, nosotros somos los buenos y los otros son los malos, así de sencillo. Cuanto más simples sean los mensajes y más alcance emocional tengan mayor será su eficacia. El político de turno por lo general, en estas circunstancias, tampoco dará más de sí. Ensimismado por su protagonismo su posición se aleja de la realidad, sin ser consciente de ello ni importarle; al fin y al cabo pensará que la política es la búsqueda del exabrupto, y cuanto más grande sea más notoriedad le permitiría alcanzar; o bien se comporta con el perfil psicológico de un “paleto ignorante”, que nos sufre ni padece pero tiene notoriedad y la gente puede hablar de él.

Los medios de comunicación cumplen muchos de ellos el papel de cómplice necesario. La cuenta de resultados manda y para ellos son claves las audiencias en las que se sustenta su publicidad. Prefieren un sentimiento a un argumento. La emoción es mucho más efectiva que una argumentación. Se comprende a los ofendidos y se condena a los ofensores, aunque no sepamos muy bien por qué. Bien es cierto que la mejor causa se puede degradar cuando se defiende con juicios y prohibiciones. Quien participa en una tertulia o un debate sabe muy bien que si no cumple con el papel preestablecido del papel asignado lo más posible es que no vuelva. Doy fe de ello. En una tertulia de una televisión de ámbito nacional en la que participé se me asignó un papel tácito de bloque junto con el representante de Podemos frente a otros dos participantes de partidos que representaban a la derecha. En una de las cuestiones que se debatieron yo manifesté mi independencia de criterio rompiendo la unidad de bloques, el castigo no se hizo esperar: nunca más volví a participar en esa tertulia. O entras en el juego emocional, o ya sabes lo que te espera. La política en mayúsculas no interesa, y los “hooligans” tienen todas las de ganar. Sólo hace falta hacer un repaso por el nuevo estilo de liderazgo político.

La tensión emocional se ha convertido en el nuevo motor de la política. Lo vamos a ver estos días con las manifestaciones en la calle y el debate de la primera fase de los presupuestos. Se trata de elevar tanto la temperatura que la olla a presión estalle. Algo parecido a lo que está pasando en Venezuela, salvando las diferencias, que son claras. Todos somos responsables de lo que está pasando. Un buen ejercicio sería dejarse llevar por la razón y olvidarse de la eficacia de los movimientos emocionales para la movilización de masas, pero me temo que para eso tendremos que aprender de los errores del pasado e incluso sufrirlos en las propias carnes. Hoy el espíritu de la Ilustración debiera estar en la sociedad española y europea más presente que nunca, lo necesitamos. 






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