Ha llovido mucho desde el 59 para acá. La Castilla profunda ha mejorado su nivel de vida, pero también se ha despoblado. Hoy pueblos, como el mío, Sangarcía en Segovia, apenas tienen vida salvo en verano y algún que otro fin de semana. Causa un sentimiento de tristeza para todos los que sentimos nuestra tierra y hemos tenido que emigrar para poder vivir.
El pasado sábado los chicos y chicas de la generación del 59 nos reunimos para celebrar conjuntamente nuestro 50 aniversario con una cena en el Parador Nacional de La Granja. En total, fuimos 16, con paridad plena. A decir verdad, no se nos nota mucho el paso del tiempo; no así, la nostalgia de los tiempos vividos en nuestro pueblo.
No fue precisamente una época de abundancia. Los que pudimos estudiar tuvimos que abordar el Bachillerato por la vía libre, asistiendo a clases dos o tres días por semana, durante algunas horas con el maestro y el veterinario; otros no tuvieron más remedio que abandonar la escuela con 14 años y comenzar a trabajar. El agua corriente, los cuartos de baño y la televisión llegaron en nuestros primeros años de infancia, pero guardamos en la retina lo que suponía no contar con estos servicios básicos. Renovar el vestuario con la periodicidad debida ya era todo un lujo, sobre todo si formabas parte de una familia numerosa.
En la cena recordamos nuestras pericias de entonces. Salió la ‘tía Tomasa’, aquella señora que con su venta de pipas, caramelos y golosinas constituía los domingos nuestro único aliciente, y a la que algunos apagaban la luz de forma calculada; hablamos de la ‘tía Pollina’, la maestra de las niñas, de la que tan poco grato recuerdo guardamos, y que, a pesar de su impronta católica y apostólica, si viviese hoy, hubiese sido procesada por maltrato. Hizo mucho daño, y aún así la recordamos. También hablamos de ambos don Pedros, el veterinario y el maestro. En fin, todo un milagro que con aquellos medios puestos en juego hayamos tenido, en general, tanta suerte en nuestro desarrollo personal.
Tuvimos tiempo también para las risas. A pesar de que chicos y chicas prácticamente no nos conocemos –la maestra prohibía a las niñas hablar con los niños, y por supuesto las escuelas estaban separadas-, quien tuvo retuvo, y hubo quien entre los chicos sacó pecho para demostrar su dones de don Juan. El parador puso a nuestra disposición una habitación para aquella pareja que la quisiera utilizar. Pero, a pesar del pavoneo, nuestro don Juan no remató; y eso que se lo pusieron fácil. Otra vez será. Los 50 también pesan.
Nos juntaremos en cinco años en una nueva cena para rememorar nuestras vivencias y seguir recordando nuestro pueblo, Sangarcía.
El pasado sábado los chicos y chicas de la generación del 59 nos reunimos para celebrar conjuntamente nuestro 50 aniversario con una cena en el Parador Nacional de La Granja. En total, fuimos 16, con paridad plena. A decir verdad, no se nos nota mucho el paso del tiempo; no así, la nostalgia de los tiempos vividos en nuestro pueblo.
No fue precisamente una época de abundancia. Los que pudimos estudiar tuvimos que abordar el Bachillerato por la vía libre, asistiendo a clases dos o tres días por semana, durante algunas horas con el maestro y el veterinario; otros no tuvieron más remedio que abandonar la escuela con 14 años y comenzar a trabajar. El agua corriente, los cuartos de baño y la televisión llegaron en nuestros primeros años de infancia, pero guardamos en la retina lo que suponía no contar con estos servicios básicos. Renovar el vestuario con la periodicidad debida ya era todo un lujo, sobre todo si formabas parte de una familia numerosa.
En la cena recordamos nuestras pericias de entonces. Salió la ‘tía Tomasa’, aquella señora que con su venta de pipas, caramelos y golosinas constituía los domingos nuestro único aliciente, y a la que algunos apagaban la luz de forma calculada; hablamos de la ‘tía Pollina’, la maestra de las niñas, de la que tan poco grato recuerdo guardamos, y que, a pesar de su impronta católica y apostólica, si viviese hoy, hubiese sido procesada por maltrato. Hizo mucho daño, y aún así la recordamos. También hablamos de ambos don Pedros, el veterinario y el maestro. En fin, todo un milagro que con aquellos medios puestos en juego hayamos tenido, en general, tanta suerte en nuestro desarrollo personal.
Tuvimos tiempo también para las risas. A pesar de que chicos y chicas prácticamente no nos conocemos –la maestra prohibía a las niñas hablar con los niños, y por supuesto las escuelas estaban separadas-, quien tuvo retuvo, y hubo quien entre los chicos sacó pecho para demostrar su dones de don Juan. El parador puso a nuestra disposición una habitación para aquella pareja que la quisiera utilizar. Pero, a pesar del pavoneo, nuestro don Juan no remató; y eso que se lo pusieron fácil. Otra vez será. Los 50 también pesan.
Nos juntaremos en cinco años en una nueva cena para rememorar nuestras vivencias y seguir recordando nuestro pueblo, Sangarcía.
1 comentario:
Me parece estupendo que lo pasaraís bien, pero os fuisteis demasiado pronto (horario infantil) y a algunos os falta más marcha verdad D. Juan?. Un abrazo.J.J.
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