El Papa Francisco nos ha vuelto a sorprender. La
verdad es que lo ha hecho desde el primer momento. Y si a nosotros, los no creyentes,
nos tiene perplejos, cómo no tendrá a todos aquellos que muchas tardes de los
sábados, instados por el cardenal Rouco Varela, se iban al Paseo de la
Castellana a manifestarse con toda su familia en contra de las políticas de
igualdad de Zapatero.
La curia española está despistada. Un Papa que
declara que nunca ha sido de derechas. ¡Lo nunca visto! La curia de la Iglesia
en nuestro país ha estado influenciada por la cultura de la dictadura. La
inmensa mayoría de los sacerdotes españoles son de derechas. Así se manifiestan
en las homilías, donde han sido muy beligerantes en temas como el aborto, el
matrimonio gay o las relaciones prematrimoniales, siguiendo las directrices de
la Conferencia Episcopal. O incluso, han llegado a pedir el voto para el PP en
la celebración de la Eucaristía y a trabajar para hacer listas del PP. Eso bien
lo sabe, porque lo ha hecho, el cura de Abades (Segovia), por citar solo un
ejemplo. Y sobre beligerancia en el
divorcio, el aborto o la homosexualidad, tenemos al obispo de Segovia, sin ir
más lejos.
El actual Papa ha dado un paso más y ha recordado a
sus pastores y seguidores que “no se puede hablar de la pobreza sin
experimentarla”. No sabemos si él habla de la pobreza porque la ha experimentado,
o bien porque ha vivido al lado de los pobres, lo que sí nos consta. Los que
hemos tenido la desgracia de pasarlo mal en algún momento de nuestra vida,
sabemos que gran parte de los pastores de la Iglesia, pero también de los
políticos, están alejados de la vida real. Para comprender los problemas hay
que estar en los temas. Y eso requiere una gran vocación de servicio público.
Muchos curas se han olvidado de su labor pastoral;
de su función de apoyo a los más necesitados. No se encuentran cómodos entre
ellos y prefieren alternar con la burguesía beata. Lo mismo se puede aplicar de
muchos políticos, y con especial intensidad de los conservadores, más centrados
en el mantenimiento de su estatus social y de sus privilegios de clase, que en
aproximarse a la gente más humilde.
La Iglesia siempre ha sido una institución muy influyente. Juan Pablo II hizo de ella el referente de muchos gobiernos de signo
conservador y de instituciones religiosas de distinto signo de la sociedad
civil. El proselitismo cristiano, para ganar presencia y poder, fue la seña de
su mandato. Un poder que no tenía nada que ver con la doctrina del Evangelio,
aunque fuese su referente testimonial, y que olvidó en todo momento a los más
necesitados. En esa puesta en escena de su política mediática, desfilaron y se
sacaron la foto gran parte de los jefes de gobierno conservador. Quién no
recuerda la imagen de los Aznar en el Vaticano, en Madrid; o la de los Rajoy; o
más recientemente la de la actual vicepresidenta del PP con su mantilla
incluida.
El Papa argentino representa un halo de esperanza no
solo para los más pobres, sino también por su visión aperturista de la Iglesia.
Una institución obsoleta que no ha evolucionado al ritmo de la sociedad.
Cuestiones como el celibato del clero, la discriminación de la mujer, la
homosexualidad, o su cultura de trabajo pueden cambiar con este nuevo Obispo de
Roma. Solo hace falta que el poder económico no obstruya la acción del nuevo
Papa. Y que curas como el de Abades acaben entendiendo que el altar y el
confesionario no son herramientas al servicio de los más poderosos y de la
buena mesa. Para ello solo hace falta que sigan el ejemplo de Bergoglio en su
labor pastoral en la Ciudad de la Plata. De lo contario, se quedarán “fuera de
juego”, como han estado hasta el momento socialmente. Y, para ello, no hace
falta que recomienden el voto a ningún partido político, y menos que hagan
listas.
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