Cataluña preocupa y ocupa a la mayor
parte de los catalanes y españoles. Es el principal problema político del
Estado y factor desestabilizador a futuro -de no solucionarse- de la sociedad y
la economía española. En la cuestión catalana
no cabe el desafío a las instituciones, la frivolidad, ni el electoralismo; y
si el respeto a la Ley, el pacto y la negociación con pleno respeto a los
derechos y libertades que reconoce la Constitución española. La evolución de los
hechos está llevando estos días a que se haya creado una enorme inquietud en la
sociedad, ante la deriva autoritaria y desafiante del Govern hacia el Estado de
Derecho. Una situación que recuerda, salvando las distancias, a las tensiones
que se produjeron en Cataluña con el desafío independentista durante el primer
quinquenio de los años 30 del siglo anterior.
Una reciente
encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió de Cataluña pone de manifiesto que un 49,4 por
ciento de catalanes rechaza la independencia de Cataluña y un 41,1 por ciento
lo avala. Se ha ampliado el margen a favor de los no independentistas, pero es una
realidad que el problema y la tensión social existen. Los números cantan. La
situación tiene profundas raíces que se remontan a principios del siglo
anterior, y que han repuntado a raíz de la Gran Recesión de 2008. Son los
recortes del Govern en materia sanitaria y educativa, a raíz de la crisis con el presidente Màs al frente,
los que despertaron la ira de los ciudadanos y trabajadores con grandes
manifestaciones de protesta en la calle. Esa situación se tradujo en un
sentimiento antiespañolista, ante la sensación alimentada por el propio president, de que el Estado escatimaba y
restaba recursos a Cataluña. Una deriva que se ha acentuado ante la posición de
firmeza e intransigencia de los gobiernos de Rajoy. De las tensiones
nacionalistas se ha pasado al planteamiento secesionista, como consecuencia de la coyuntura política de
Cataluña y el papel determinante de fuerzas antisistema.
El desafío del reférendun anunciado para el uno de
octubre es una gran reto para el Estado del Derecho. El programa de secesión
exprés diseñado por el Govern conlleva el incumplimiento de la legalidad
democrática y los principios que la inspiran. El referéndum no tiene base
jurídica alguna. Su rechazo debe ser contundente por todas aquéllas
organizaciones políticas que sustentan su ideario político en valores
democráticos. El problema del secesionismo catalán ha derivado hacia un problema
de Estado. Hoy, más que nunca, las fuerzas democráticas española tiene que
cerrar filas en torno a la defensa de la constitucionalidad, para evitar que el
desafío del referéndum pueda quebrar nuestra convivencia y cohesión. Superado
ese hito es el momento de buscar soluciones que conformen un nuevo marco político que permita dar
respuesta a las tensiones actuales. Un marco que ha de ser negociado y
convenido ente el Estado, la Generalitat y las diferentes formaciones
políticas, mirando al futuro y respetando la igualdad y cohesión social de
todos los españoles.
La hoja de ruta
de los independentistas catalanes sólo tiene una meta de llegada: el Estado
catalán. Para los independentistas el concepto y la idea de nación están unidos
inexorablemente a soberanía. Quieren el referéndum para legitimar su posición
soberana y dotar en ese caso a la “nación catalana” de un marco constituyente, lo que les daría el estatus de Estado
soberano. Nadie pone en duda que el pueblo catalán, asentado en un territorio
histórico, comparte unas costumbres, una lengua y una cultura que les hace
partícipes de un sentimiento emocional común, al igual que a otros pueblos de
España. Podría definirse como una nación cultural. Una acepción que la
Constitución española vigente recogió en el artículo 2 con el término “nacionalidades”. Término que los
independentistas no aceptan y que para el resto de las fuerzas democráticas no
debiera ser más que una cuestión semántica, ya que el traspaso de la linde
lleva inexorablemente a otra concepción política. Una situación muy diferente
constituye el caso de Bélgica y Alemania en el que son los estados federales
los que conforman una nación, y no al revés.
Los siete
millones y medio de catalanes, de los cuales dos tercios viven en el área
metropolitana de Barcelona, generan el 18,8 por ciento del PIB de España. Los
catalanes por renta per cápita se
sitúan en cuarta posición, por detrás del Pais Vasco, Navarra y Madrid. El process está constituyendo una
rémora para el desarrollo y bienestar del pueblo catalán. La inestabilidad
política de las instituciones catalanas ahuyenta la inversión y las
expectativas de mejora y de desarrollo económico y social. La Deuda catalana en
el momento actual es tres veces lo que ingresa, lo que no le oferta el aval
suficiente para recibir inversión. Sólo con el apoyo del Estado la Generalitat
goza de la liquidez suficiente para hacer frente a sus obligaciones. La Deuda asciende a 75.000 millones de euros,
y el Estado le ha prestado 50.000 millones. La mejora de financiación se ha de
plantear en el marco de la futura Ley de Financiación autonómica y con la
generación de riqueza. Su proximidad al centro neurálgico de la economía
europea, su posición geoestratégica y el desarrollo de las infraestructuras de
terrestres y marítimas que en estos momentos se están desarrollando deben
convertir a Cataluña en uno de los motores económicos de nuestro país.
Cataluña es España, y el Gobierno junto con el conjunto de las fuerzas políticas, sociales e institucionales, tienen la obligación, una vez superadas las tensiones secesionistas, de buscar soluciones políticas a los problemas existentes, pero respetando la unidad del Estado, la solidaridad entre los pueblos de España y sus singularidades. Una tarea colectiva que requiere mirar al futuro con altura de miras.
Cataluña es España, y el Gobierno junto con el conjunto de las fuerzas políticas, sociales e institucionales, tienen la obligación, una vez superadas las tensiones secesionistas, de buscar soluciones políticas a los problemas existentes, pero respetando la unidad del Estado, la solidaridad entre los pueblos de España y sus singularidades. Una tarea colectiva que requiere mirar al futuro con altura de miras.
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