sábado, 15 de agosto de 2009

Siete Picos




Por segundo año consecutivo, un grupo de vecinos de Sangarcía –mi pueblo- aprovechando las vacaciones de verano, realizamos una ruta por la sierra de Guadarrama. En esta ocasión subimos a Siete Picos por la Senda de los Herreros. Un paseíto de 13 kilómetros, circular, y que salva un desnivel de 500 metros entre los puntos más alto y más bajo. A pesar de su dificultad moderada, vale la pena por su belleza paisajística, tanto en la vertiente madrileña –Sur-, por la que hincamos el recorrido, como en la vertiente segoviana, por donde lo cerramos. Y todo partiendo y llegando al puerto de Navacerrada.

Fuimos 15 los que a las nueve de la mañana iniciamos el camino; y lo concluimos a las tres menos cuarto de la tarde. Algunos con evidentes síntomas de cansancio, ante al falta de experiencia en estas lindes y la dureza de la primera subida al Escaparate y más tarde a mitad del recorrido a Collado Ventoso. Y con una lección importante: para subir a la montaña, cuando no se hace con asiduidad, hay que preparase un poquito; de lo contrario, se sufre y esperan unos días posteriores de acartonamiento y molestias musculares.

La Senda de los Herreros ofrece un paisaje idílico del valle de La Fuenfría: un recreo para la vista. Su trazado no es fácil. Se pierde con facilidad, pues la vegetación lo cubre, y lo escabroso del terreno hace que las rodillas sufran lo suyo, pero vale la pena. Los pinos, robles, acebos, helechos y jaras que presiden el recorrido, surcado por algunos arroyos, nos trasladan a la naturaleza en su estado más puro. El final de la senda está coronado por la pradera de Navarrulaque, donde a eso de las 11 y media nos tomamos el bocata, no sin antes visitar el reloj solar de Cela, situado a escasos metros en la subida de La Fuenfría, donde los ciclistas son un auténtico peligro –me di cuenta por primera vez a pesar de mis muchas subidas por esta ruta en bicicleta-. Nuestro “serpa”, Javier Gacimartin, acertó llevándonos a ver el reloj, pero también en su guía. No nos perdió en ningún momento, lo cual en la montaña no suele ser habitual.

La subida a Collado Ventoso hizo estragos. Y si no que se lo pregunten a Nieves y a Jesús, y algún otro u otra. Allí, una vez coronado, casi todos nos subimos al séptimo pico para disfrutar de los aires frescos de un excelente día de montaña.

Poco a poco fuimos cursando los diferentes picos. Pero tanto Sergio como Miguel, haciendo gala de su juventud –tienen 15 años-, aguantaron una carrerita en subida pronunciada durante casi un kilómetro hasta llegar al primer pico. Prometen. Allí los tres trepamos al punto geodésico, que marca el techo máximo de Siete Picos. Esto les costó un poco más pero me siguieron con decisión, mucho más cuando sus padres estaban en la conquista de la senda dos o tres picos más atrás. Desde arriba disfrutamos de las vistas y la libertad de quien ha alcanzado su objetivo. Para los que nos gusta la montaña, hacer la ruta siempre requiere disfrutar y saborear la misma desde el punto más alto. Lo que además nos permitió guiar desde allí el último tramo de nuestros compañeros de fatiga.

La bajada fue rápida. Y las jarras de cerveza que nos tomamos cuando llegamos al punto estaban estupendas. Ahora sólo nos queda disfrutar de las fiestas de San Bartolomé, hablar de nuestras pericias por la sierra, y preparar la ruta del año que viene. Creo que toca la Mujer Muerta. Y aquí no se puede rendir nadie. Hay mucho tiempo para prepararse.

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