sábado, 4 de julio de 2009

Garoña

Tuve la oportunidad de visitar la central nuclear de Garoña hace tres años, en mi etapa de subdelegado del Gobierno en Segovia. El conocimiento de cerca de la central me generó alguna duda sobre su viabilidad futura. Fueron tres los motivos que motivaron esa situación: uno, la obsolescencia tecnológica de la propia central y, en concreto, el control preciso de las reacciones físico-químicas del núcleo; dos, la corrosión de los conductos de refrigeración del núcleo y la solución adoptada con soldaduras aluminotérmicas, que no deja de ser más que una respuesta a un problema puntual, pero que se sustenta en un problema de más hondo calado tecnológico; y, por último, la tecnología de la sala de control, fundamentada en elementos analógicos de baja precisión.

La central de Garoña forma parte del incipiente desarrollo de la energía nuclear para fines industriales de los años 60. Por suerte, ha avanzado mucho la tecnología nuclear en estos años. El control de la producción de energía en el núcleo de las nuevas centrales no tiene nada que ver con centrales de la primera o segunda generación –según se quiera catalogar-, como Garoña. De ahí el riesgo asociado a este tipo de centrales y su obsolescencia tecnológica; de una central amortizada y cuya vida tecnológica ha llegado a su fin.

Es cierto que el informe del Consejo de Seguridad Nuclear propone la prórroga por 10 años más. Seguro que es un informe consistente; y al Gobierno le corresponde atenderle y valorarle. Pero la decisión del Gobierno, con su presidente, al frente me parce valiente y muy acertada. En primer lugar, por la escasa contribución de la central al mix energético nacional –algo superior al uno por ciento-, y, sobre todo, porque a la hora de efectuar un balance de oportunidades, amenazas y debilidades, la decisión del cierre es la más acertada, más teniendo en cuenta todas las variables que se ponen en juego. Es una decisión de un Gobierno marcando futuro y tomando la responsabilidad que le corresponde, aunque no atienda las sugerencias del Consejo; un órgano colegiado y especializado que siempre –como todos los de esta naturaleza- está influido por un contexto científico y cultural, pero que con frecuencia pierden la visión global, que, sin duda, tiene el Gobierno.

El cierre en 2013 parece la fecha más adecuada. Este tiempo permitirá desarrollar los planes alternativos para absorber el trabajo de los casi 400 empleo directos que se generan en la central e impulsar otros muchos empleos indirectos que permitan sustituir el empleo indirecto actual. Insisto, una decisión valiente, a pesar de que la oposición política se ha expresado las críticas con su mayor virulencia, con un solo objetivo erosionar políticamente al Gobierno socialista.

Es posible que esta tribuna defraude a quienes ya desde los años 80 hayan leído los diversos artículos que durante estos años he escrito a favor de las centrales nucleares en la producción energética. Es la primera vez que me posiciono en contra. Pero he de matizar que mi posición es contra la prolongación de la vida útil de la central de Garoña, por su obsolescencia tecnológica; no en contra de la energía nuclear como tecnología clave para la producción de energía y su contribución a la sostenibilidad medio ambiental, a la vez que a la mejora de la competitividad de la economía española, siempre que se den ciertas condiciones en su desarrollo. Todo ello, sin obviar la incertidumbre tecnológica que aún conlleva el tratamiento de los residuos y el desmantelamiento de las centrales una vez concluida su vida. Garoña es una central obsoleta. Por eso la decisión del Gobierno es acertada.




1 comentario:

Rosa Sabater dijo...

Buena reflexión, compañero, a la junta que a hecho un informe faborable, habria que preguntarle por que tienen un trabajado que se dedica unicamente a recoger los patos muertos y reponerlos para que la gente no se entere.