jueves, 17 de diciembre de 2009

La Cumbre de Presidentes

El presidente Zapatero convocó el pasado lunes en el Senado la “Conferencia de presidentes autonómicos”. Ésta es la cuarta vez que se reúne. Han pasado casi tres años desde la última reunión donde se trataron temas tan importantes para nuestro país como los problemas del agua, la emigración o la inversión en investigación y desarrollo.

Fue en octubre del 2004 cuando el presidente del Gobierno convocó la primera cumbre de presidentes, máxima expresión del poder en España y símbolo de patriotismo y unidad del Estado español.

A tenor de las reacciones, no parece ser que la cumbre haya despertado mucho entusiasmo entre los presidentes autonómicos, especialmente entre los nueve del Partido Popular, que mantienen una actitud hostil. La convocatoria obedece a la necesidad de coordinar actuaciones ante la crisis económica.

Las comunidades autónomas gestionan el 40 por ciento de los recursos públicos y disponen de competencias exclusivas en importantes materias, como las políticas activas de empleo. Su concurso y corresponsabilidad en la crisis es fundamental para salir de ella. Más cuando el déficit en las cuentas públicas de sus comunidades alcanza el 9,5 del PIB y el paro juvenil asciende al 38 por ciento.

El encuentro, además de propiciar un debate sobre la situación económica, debiera propiciar la adopción de acuerdos para el control del déficit público y la creación de una comisión para contrastar y coordinar políticas concretas en materia de empleo juvenil.

En un Estado autonómico como España, la cumbre de presidentes no es un instrumento para conseguir una fotografía, como la definió ayer la portavoz del PP; es una necesidad para dar respuesta a los problemas de los españoles con garantía de equidad.

La conferencia si no existiese, la tendríamos que inventar. Zapatero la estableció como punto de encuentro de los líderes territoriales para debatir los problemas comunes. Pero para su éxito, algunos de ellos tienen que quitarse el gorro del partido y ponerse el de los ciudadanos que representan. El sentimiento de Estado no sólo basta con verbalizarlo, hay que ejercerlo. Pero en esto, muchos presidentes autonómicos presentan claras contradicciones.




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