Basta sumergirse cuatro días en Marruecos para darse cuenta de que el concepto de “crisis” no es homogéneo, y que incluso se puede referir a muchos tipos que pueden llegar a convivir y amplificarse: bienestar, igualdad, justicia, religiosa… Toda una experiencia recomendable para quienes se encuentran ajenos al mundo real y sólo piensan en su enriquecimiento solidario con cargo al bienestar ajeno.
Caminar por la medina de Fez o Tetuán es una experiencia inolvidable para cualquier ciudadano occidental. En esta última se pueden llegar a contar hasta 35 mezquitas. La riada de hombres que atraviesan sus estrechas calles a la salida de la oración de las 12 horas es impresionante. Aún así, son muchos los jóvenes que no acuden a la llamada de la oración. A decir de algunos, cada vez más. ¿Está el Islam en crisis? No, rotundamente no. Sus valores son muy sólidos, y eso se nota en la convivencia que rigen sus relaciones, salvo la quiebra de igualdad entre hombre y mujer, a la que luego me referiré.
El paseo por la medina puede llegar a agobiar por la masificación de sus calles, pero, una vez superados los primeros momentos, es difícil sentir miedo. Lo que resulta difícil de digerir son las difíciles condiciones de mercadeo. La miseria y la suciedad son las señas de identidad de su actividad. Como denominador común se encuentra la pasión por el té, a veces compartido en locales inhóspitos, o la presencia por todas partes de gatos, así como la pasión por el fútbol de los chiquillos. Los escasos turistas que se mueven en su núcleo no pasan por alto el potente vocerío de fondo que rige la relación comercial.
Desde la Kasbah la ciudad toma otra dimensión. Tanto en Tánger como en Tetuán se aprecia otra ciudad ajena a la actividad comercial de la medina. La supremacía del hombre se pone de manifiesto en las terrazas en las calles, en las salas de té, en las cafeterías…, pero también fuera de la ciudad. Allí prima la economía de subsistencia, salvo en las zonas de turismo emergente, como es el Marruecos Noroeste. La mujer, una vez más, se impone, y con su trabajo y buen hacer marcaría, si la dejasen, el futuro de un país que reúne todo para avanzar con más celeridad en la economía de desarrollo. La crisis de la igualdad vuelve hacer estragos.
La mejor manifestación de la crisis de Estado no lo constituye sólo la gran diferencia social entre los más ricos y los más pobres –la mayoría-, y la ausencia de infraestructuras, sino la quiebra del Estado de Derecho. La actitud de la policía en la carretera es una de sus mejores señas de identidad. Aquí puede pasar de todo. En cuatro días, uno puede tener experiencias muy duras y valorar con creces lo que a veces denostamos en nuestra tierra. Otra manifestación de la crisis, pero ésta de otra naturaleza, no por ello menos importante.
A pesar de todo Marruecos progresa. Poco a poco el país avanza por la economía de mercado y mejora sus condiciones de vida. La ampliación del puerto de Tánger, con sus posibles efectos sobre Algeciras; la apertura de una nueva planta de Renault; el desarrollo turístico en el entorno de Asilah; o la deslocalización de empresas europeas que buscan la mano de obra barata y no regulada. Factores todos ellos que profundizan en la crisis de las economías del mundo occidental, pero que contribuyen solidariamente a repartir la riqueza en el mundo. La otra cara de la crisis de la que a veces nos olvidamos. Marocco es una buena prueba de ello. Aquí, a la vuelta de la esquina.
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