No sé si ustedes saben lo que es pasar una noche toledana. Yo sí, y llevo varias. Se repiten año tras año
desde hace varios, y he de confesar que siempre que puedo las evito. Hoy lo he
hecho. Pero en los dos últimos días no he podido eludirlas, muy a mi pesar. El
motivo no es otro que la estridente música de las fiestas populares de verano
de mi barrio y mi pueblo que se proyecta a partir de las 4:30 horas de la
madrugada hasta las 8:30 o 9 de la mañana con la exigua costumbre de la discomóvil.
Tengo la suerte de morar en ambos casos a menos de 200 metros de su ubicación.
Las fiestas de verano son motivo de distensión, divertimento y
encuentro con los amigos. Las verbenas son una magnífica oportunidad y pretexto
para ello, al son de canciones melódicas y temas musicales del momento. En
torno a ellas se aglutina la gente en las cálidas noches de verano, al menos en
Castilla. Su horario habitual se sitúa entre las 0 horas y las 4:30 horas. En
los últimos años su horario se ha desplazado hacía altas horas de la madrugada,
pero en los 80 esto no era común. Sin embargo, la magia de la noche ha venido conquistando
su dedicación a pesar de que su asistencia ellas cada vez es menor.
La verbena forma parte de la fiesta y respeta el lógico equilibrio y descanso
de los vecinos atendiendo a las circunstancias especiales de los tres o cuatro
días festivos, pero otra cosa muy distinta es la discomóvil. En estos últimos
10 años se han puesto de moda y contribuyen de una manera especial al
amodorramiento y disuasión del no se sabe qué de la mayoría de las personas
para las que irse a la cama a esas horas es una ofensa.
En mis largas horas de insomnio tengo la oportunidad de observar a lo
largo de sus distintas horas su contribución al ocio. La verdad es que los
resultados de mi observación no pueden ser más penosos. A una música a todo
trapo, le suele acompañar una comparsa de chicos y chicas bailando, y otros
escuchando –la mayoría- con un vaso de una bebida alcohólica acompaña de un
cigarrillo, cuya implicación va disminuyendo exponencialmente a medida que
avanza la noche. Hay para quienes este momento constituye su momento especial para
colocarse –o ya viene con ello puesto, pues estos no suelen ir a la verbena- y
así evadirse de la monotonía de la realidad del momento. No se sorprendan
ustedes si a partir de las 6 o 7 horas el grupo participante en algún caso no
llega a las 25 personas. Pero da igual, para la discomóvil el negocio es el
negocio, y para los que siguen este juego representa el menor esfuerzo posible
en su imaginación.
El problema ya no solo es las molestias que se causa a los vecinos, en
muchos casos con niños pequeños, a los que es imposible conciliar el sueño, y
la cantidad de mierda y suciedad que genera en el entorno, a lo que se une el
riesgo asociado de la alta ingesta de alcohol y drogas, sino que este dislate esta financiado con
fondos públicos ante la pasividad, indeferencia y populismo del alcalde y sus
ediles. Se da la circunstancia de que la mayoría de esos espectáculos carecen
de la correspondiente licencia y autorización administrativa en contraposición
a la normativa vigente, que contrasta con la pasividad de cuerpos de seguridad.
Es el momento del respeto al derecho de los ciudadanos y de repulsa al
populismo y a las falsas costumbres. Las discomóvil a las discotecas, donde
cada uno pueda o pagarse su forma de entender el ocio y no se financie con
dinero público. ¡A por ello!
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