La XI Legislatura ha llegado a su fin. Han bastado
cuatro meses para constatar la falta de entendimiento entre los diferentes
grupos para conformar la investidura de un presidente del Gobierno. En este
tiempo hemos comprobado cómo el hemiciclo se ha convertido para los de la
‘nueva política’ en un plató de televisión y de escenificación de
excentricidades para llamar la atención como sea con tal de salir en la tele y
en los medios. Como dice un buen amigo mío, hemos pasado de un hemiciclo de
debate y discusión a un ‘hemicirco’.
Les he de confesar que para algunas personas, como es
mi caso, poder formar parte del Congreso de los Diputados es un sueño cumplido.
La defensa de las necesidades de los más débiles, la vocación de servicio
público, el respeto a las mayorías… y todo un elenco de valores e inquietudes
democráticas surgieron con mucha intensidad en muchas personas en la
cristalización del proceso democrático cuando aún no podíamos votar. Veíamos en
el Parlamento el crisol en que poder transformar nuestra sociedad y hacerla más
justa y equitativa. Hoy algunos sentimos una profunda tristeza por el
espectáculo tan bochornosos que hemos vivido allí estos últimos cuatro meses.
Los de la ‘nueva política’ y los nacionalistas más radicales
–ya iniciaron esta senda tímidamente en la legislatura anterior- desprecian el
debate y las mayorías. En este tiempo hemos podido comprobar cómo lo único que
les interesa es la efectividad en los medios de comunicación. Y sin ningún
escrúpulo democrático, mientras los demás analizamos los temas, nos reunimos
con colectivos para contrastar opiniones sobre el tema a debatir, ellos piensan
en cómo innovar y buscar el hito que les permita oscurecer el debate.
Y para ello se levantarán al unísono todos ellos del
escaño, se pondrán camisetas con eslóganes, orquestarán una acción concertada
al grito de un asistente en la tribuna de invitados. Y cosas peores que hemos
podido ver… ¡Qué les voy a decir a ustedes que no hayan visto! Y para ello se amparan en cualquier derecho retorciéndolo
hasta donde haga falta para sus intereses de propaganda.
Esta acción esperpéntica de la ‘nueva política’, como
ellos la denominan, es la antipolítica. Puede ser muy propia de países con
líderes totalitarios y bananeros amparados en una falsa democracia. Pero en
España, no. Somos un país moderno con una sociedad libre y avanzada. Y con
enormes dificultades, y lo que menos necesitamos para abordar los problemas que
tenemos son espectáculos circenses.
Les tengo que confesar que sufro mucho en el hemiciclo
cuando veo a esta gente, que además se autotitula de izquierdas, escenificando
en cada sesión una sátira para que hablen de ellos, y haciendo el “caldo gordo”
a la derecha. ¡Qué pena!