Kotler, en su libro
de Marketing Social, explica el
fenómeno de jerarquía de efectos en comunicación. En síntesis, el proceso
consiste en buscar cómo retener en la memoria de personas el producto, servicio
o idea sobre la que queremos persuadir a la sociedad o a los clientes. En la
medida que el mensaje sea más emocional, llamativo o extravagante, más se
recordará y el público objetivo se interesará por él. La escena política no
está ajena a este fenómeno.
La nueva política
pone ante todo énfasis en el mensaje emocional y en la extravagancia. El debate
en muchos casos se sustituye por alguna manifestación que llame la atención
como sea y permita un titular, una foto o un corte de televisión. Todos los
españoles pudimos comprobar en la sesión de constitución de las Cámara Baja de
la última legislatura cómo todo estaba
ensayado y bien preparado para conseguir los titulares tanto de los periódicos
como de las televisiones de ese día. Y lo consiguieron. No aportaron nada
sustantivo; pero llamaron la atención e invirtieron en conocimiento de su marca
política.
Hoy, el centro de
gravedad del debate político se ha trasladado a lo estrafalario. Un
parlamentario puede dedicar horas y horas a hablar con colectivos y personas
para identificar y evaluar un problema. Puede haber profundizado durante mucho
tiempo en la lectura de la problemática asociada al tema de su propuesta o
debate. E incluso puede elaborar y desarrollar un debate brillante con
propuestas que puedan dar una respuesta satisfactoria al problema debatido, y,
sin embargo, no tener ninguna repercusión pública frente a las otras partes que
han decidido devaluar el debate para llamar la atención como sea: bien
desnudándose en la tribuna con cualquier tipo de manifestación al uso para lo
que se persigue; bien dándose un beso
con el compañero…
Pena, auténtica
pena sentimos algunos, que vivimos y sentimos la política como la mejor
herramienta para la defensa de los más débiles con lo que está ocurriendo. Los
medios de comunicación optan por esta manifestación de la antipolítica.
Posiblemente porque venda más, a la vez que disuade del debate serio y riguroso
de lo que necesita el País, perfectamente compatible con una carga emocional.
Tanto en la
precampaña, como en la campaña que se avecina de las nuevas elecciones, nos
volveremos a encontrar con más de lo mismo. Frivolidad y superficialidad en la
aproximación y tratamiento de los temas que preocupan a los ciudadanos.
Yo simplemente les
quiero decir que me niego a jugar ese papel más propio de un actor oportunista,
sin un rol definido nada más que la búsqueda del poder y con deprecio a los
ciudadanos. La ética política también cuenta, y los ciudadanos se merecen un
respeto.
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