Mi buen amigo y compañero José Andrés Torres Mora, en las tertulias del
desayuno de nuestro grupo de amigos los días de Pleno –el Politburó, como
sarcásticamente lo denominamos-, siempre nos recuerda que hay que distinguir
entre “política” y “políticas”. Y si hay algo reprobable y que le deslegitima
para seguir gobernando a Rajoy es su “política”. Sus “políticas” también, pero
estas son una consecuencia de su visión social y su actitud ante los problemas
a los que se enfrenta.
En la “política” se sustentan
los valores sobre los que descansa cualquier tipo de acciones políticas para el
desarrollo de los programas de actuación. Constituye la esencia y la
visión de cómo se entiende, se vive y se
orienta la participación y gestión de la vida pública. En buena lógica
participa y está condicionada por el posicionamiento ideológico, pero viene
determinada por la actitud de las personas que marcan su directriz, lo que puede
llevar a romper cualquier correspondencia biunívoca entre política e ideología.
Los años de Gobierno del PP han puesto de manifiesto de forma clara su
forma de entender la “política”. Cómo se puede entender si no que se induzca y
condicione un calendario que, en el caso de que se tengan que convocar nuevas
elecciones por agotamiento de la actual legislatura, éstas se tendrían que
celebrar el día de Navidad. Maquiavélico. De la misma forma que es imposible calificar
su compromiso con C’s para regenerar la vida política cuando nada más terminar
el fallido Pleno de investidura hace pública la propuesta del dimitido ministro
de Industria para la dirección ejecutiva del Banco Mundial.
Las anteriores son reseñas claras de cómo entiende Rajoy la política:
política como poder frente a la política como servicio público. Sólo así se puede
explicar su actitud ante el caso Bárcenas y la corrupción sistémica de los años
de gobierno del PP, o la instrumentalización de la mentira como arma de acción
política. Las consecuencias han sido claras: la desafección hacia la política y
los políticos. La mayoría absoluta de Rajoy ha devaluado la percepción del
sistema democrático en nuestro país. Hasta tal punto que se ha llegado a
deslegitimar. Prueba de ello ha sido el vuelco electoral y la actual
fragmentación social.
La última encuesta del CIS pone de manifiesto que un 82 por ciento de
los españoles manifiestan una plena desconfianza hacia el actual presidente en
funciones. Rajoy es el problema, no la solución. Un político con su trayectoria
y con altura de miras, después de su fracaso de investidura, debiera ser
generoso con su país y renunciar a dar la pelea. Su partido se lo debiera
exigir. No lo van hacer. El debate de investidura ha puesto de manifiesto que
están dispuestos a llegar a terceras elecciones y convertirlas en un plebiscito
sobre Rajoy. Quiere ser presidente como sea. Da igual que el bloqueo de los
presupuestos un mes más tarde esté garantizado y el peligro para la
gobernabilidad del país en los próximos años también.
Por eso, cuando personalidades políticas de alto prestigio piden que se
le dé el plácet para ser presidente por responsabilidad, realmente lo que nos
están diciendo es que renunciemos a cualquier principio ético y sigamos
degradando aún más la política y potenciando la desafección de la ciudadanía
hacia la cosa pública. Realmente lo que debieran pedir al PP es que cambie su cultura
política y respete la ética política. Y para ello hay un primer paso obligado,
la renuncia de Rajoy a su candidatura.
La política orienta las políticas. Todos hemos sido víctimas de las
políticas insensibles y rupturistas de corte neoliberal de Rajoy. Pero la causa
está en su visión política.
Insisto, la visión y planteamientos políticos que configuran la
política de Rajoy no son patrimonio exclusivo de una ideología ni de un
político. La política autonómica y municipal tiene claros exponentes de esa
forma de entender la política, y algunos que se califican de izquierdas no se
escapan de ella.