Los asaltos de la
kale borroka de corte independentista catalana a los establecimientos e
instalaciones turísticas en Barcelona y Mallorca este verano han abierto un
profundo debate en la opinión pública
sobre el papel del turismo y sus efectos positivos y negativos en la sociedad y
la economía. Hasta el propio Otegui, líder carismático de Bildu y de la antigua
Herri Batasuna, ha salido a rechazar la violencia para protestar contra el
modelo turístico, intentando así parar a su gente que se estaba echando al
monte siguiendo los pasos de los cachorros de la Cup. Para ello ha aplicado el
viejo antídoto de echar la culpa al Estado español y al Gobierno de desear que
haya incidentes en Cataluña y el País Vasco. Parece ser que sus seguidores le
han creído a pies juntillas, y al menos Euskadi se va a declarar paraíso
turístico no beligerante. Nadie mejor que Otegui y los empresarios vascos saben
lo que ha supuesto la vuelta a la normalidad para el turismo en esta tierra.
Son muchos los vascos que tienen un buen nivel de bienestar gracias al turismo,
y somos muchos los turistas a los que no nos encanta seguir poder contribuir al
crecimiento y riqueza tanto del País Vaco como de Cataluña y Baleares. Todos
somos turistas antes o después, también los catalanes.
El trinomio
playa-sol-precios contribuyó en los años 60 al despegue de la economía
española. Un turismo que se concentró en las zonas del litoral español y de
baja calidad. El devenir del tiempo ha hecho que España tenga un alto nivel de
especialización turístico sólo enturbiado por la masificación de los últimos
tiempos y el auge del low-cost propiciado por la economía colaborativa y la
falta de regulación. Bien es cierto que sus efectos son desiguales. La presión
de la masificación y del llamado turismo de borrachera se hace sentir en las zonas de playa y grandes ciudades. No
ocurre lo mismo en el interior, en ciudades como Segovia, Salamanca, Toledo o
Cáceres, en las que la pernoctación se limita a uno o dos días como máximo,
cuando se pernocta. Un turismo de tipo cultural y gastronómico ligado a
establecimientos hoteleros y hosteleros que compiten en calidad, aunque se
comienza a atisbar un deterioro progresivo de la oferta ante el exceso de
demanda y la necesidad de reducir costes.
El turismo de
aluvión y su exceso de demanda en las zonas costeras se está convirtiendo en un
problema para la convivencia vecinal. Los llamados pisos turísticos acogen lo
mejor de cada casa, tanto del país como extranjeros. Personas que vienen a
pasar unos días y para las que vale todo. Viven al margen de las normas de
urbanidad que con toda seguridad guardan en sus residencias de origen, creando
grandes quebrantos a los vecinos que habitan esas zonas que sufren los efectos,
como la Barceloneta en Barcelona o Malasaña en Madrid. Las voces, las broncas,
los orines, las borracheras y todo aquello que se pueda contemplar como
imaginable tiene cabida en este modelo turístico. Es sorprendente que algunas
ciudades tengan más plazas en pisos turísticos –autorizados- que en
establecimientos hoteleros. Es urgente una nueva regulación que garantice la
armonía del turismo y el respeto vecinal. Todo es posible, siempre que se
respete la convivencia cívica. Se ha de evitar la sobresaturación de zonas e
inspeccionar que se cumple la ordenanza municipal que evite este tipo de
distorsiones turísticas que a medio plazo son un lastre para el turismo de cada
ciudad y del país. De ahí la necesidad de establecer un procedimiento
sancionador que sea realmente efectivo y permita evitar el turismo de aluvión
bajo el paraguas de la economía sumergida.
El turismo en
España representa actualmente el 11, 5 por ciento del PIB. Desde 2013 ha sido
el principal aliado de lucha contra la crisis. Genera uno de cada cuatro
empleos. En Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana, el 40 por ciento del
empleo creado durante este periodo depende del turismo. Y los principales beneficiarios
han sido los jóvenes sin cualificación ni experiencia. Por tanto, con las cosas
de comer no conviene jugar. Lo tiene claro Otegui, pero sorprende la ambigüedad
de la alcaldesa de Barcelona, la Sra. Colau. Hay un problema real y efectivo
que hay que acometer para que el desarrollo turístico se vaya armonizando de
forma progresiva. Es intolerable la lucha callejera contra el turismo, que
además está cargado de una épica antisistema; pero también es intolerable que
haya sido precisa una movilización de esta naturaleza para que se abra el
debate y los responsables municipales y autonómicos se pongan las pilas. El
turismo siempre ha sido un maná para los españoles, a veces sobrevenido como
consecuencia de los conflictos civiles de nuestros competidores, pero no
podemos arriesgarnos a perder nuestra posición. Hay que ponerse las pilas
cuanto antes.
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