Sí. Si algo
caracteriza el actual momento político es su incertidumbre. Lo que puede
ocurrir después del 1 de octubre en España es un enigma. El abismo político se
traduce también en incertidumbre social y económica. La cuestión catalana no es
un tema menor; es el “problema” del país en estos momentos. Un problema que
afecta por igual a todos sus ciudadanos, sean catalanes o no. Nadie se puede
poner de perfil. Al igual que la Gran Recesión económica de 2008 se tradujo en
una crisis social y política -aún no del todo superada-, con una deriva
territorial en el caso de Cataluña, hoy la cuestión catalana nos puede abocar a
una de la mayores crisis institucionales y sociales, y desandar lo avanzado en
materia económica desde 2008 hasta el momento.
El curso político
ha comenzado la última semana de agosto con un pleno que, lejos de proyectar
luces sobre la corrupción del PP, ha vuelto a generar un cierto hastío en la
ciudadanía hacia la política y los políticos, con efectos contrarios a los
deseados: el desgaste de la oposición, en lugar del Gobierno. El guion pedía
otra cosa. Hoy en la agenda de los españolitos de a pie, esos que hacen un
seguimiento día a día del saldo de su cuenta corriente, que temen perder el
trabajo, y que quieren unos representantes dignos centrados en dar soluciones a
sus problemas, no está la frivolización de la política y menos como ésta se
convierte en un instrumento para dirimir luchas de poder, cuando los temas de
fondo se han discutido una y otra vez. El nuevo curso político cuenta con tres
temas sustantivos: el problema catalán; la recuperación económica para la
creación de más empleo y de calidad; y la sostenibilidad del Estado del
Bienestar, y muy en especial el futuro de las pensiones. Para algunos, como es
el caso de Podemos e IU, el impulso del conflicto social para derribar lo que
ellos denominan “el sistema” puede ser su prioridad, pero no nos podemos dejar
arrastrar por quienes están y han estado alejados siempre de la realidad social
y de las necesidades de nuestro país. La acción política ha de estar centrada
en jerarquizar y resolver los grandes problemas del país, que es por lo que
apuesta la inmensa mayoría ciudadana.
El gran desafío
actual es el secesionismo catalán. El órdago que la Generalitat y el bloque de
partidos de corte independentista catalán están echando al Estado es
inaceptable. Unos locos que en sus sueños acarician la idea de una república
autocrática, con un ejército propio y unos jueces nombrados por ellos mismos para
profundizar e innovar la idea de estado bolivariano, y quebrando el principio
básico de solidaridad entre los españoles y los principios que garantizan la
libertad e igualdad de los ciudadanos. Ello no impide que a su nuevo estado
imaginario lo definan como una “república social y de derecho”. El día 1 de
octubre es la prueba de fuego. El anunciado referéndum no dejará de ser un
esperpento político. Una convocatoria sin legitimidad política y jurídica que
sólo servirá para amplificar el odio, la división y el victimismo de las
generaciones más jóvenes de Cataluña -entre 20 y 35 años-, pero también el
distanciamiento progresivo de muchos españoles de Cataluña. Esta situación no
es neutra. Son muchos los inversores que tienen aversión a la incertidumbre social
y política, y por tanto no esperemos que, ante la situación que se está
viviendo en Cataluña, sean muchas las empresas que se animen a localizarse
allí, a la vez que es bien conocido que ante situaciones de riesgo el miedo
restringe el consumo, con lo que el empleo se resentiría y la generación de
riqueza también. La deriva del día 1 puede tener otras consecuencias, como la
disolución de las Cortes y el inicio de una nueva larga etapa de incertidumbre
para la formación de Gobierno y la aprobación de unos presupuestos, que no se
llegarían a aprobar por falta de mayoría. Este sería, desde mi punto de vista,
el escenario más probable en el caso de que el presidente del Gobierno decida
disolver las Cortes. Vuelta a las andadas. Eso sí, con Rajoy como presidente en
funciones, aunque quizás con más escaños pero sin mayoría, y los locos
independentistas campando a sus anchas ante la falta de unidad de acción.
Si algo requiere
el desafío secesionista es unidad de acción para corregir la incertidumbre
actual, al menos de esos partidos que tienen sentido de Estado y vocación de gobierno.
Una actuación que debe liderar el Gobierno sin complejos y que el resto de
fuerzas constitucionalistas ha de adherirse a ella sin subterfugios ni
posiciones de oportunismo político. Una actuación que ha de obedecer a un plan
con el mayor nivel de consenso político y firmeza, dentro del actual marco
constitucional, para resolver el problema secesionista, fortalecer al Estado y
marcar las bases de un futuro de convivencia política y cohesión entre los
españoles, que evite los errores del pasado. En el escenario actual hay un
antes y un después al día anunciado para el referéndum. Antes es imprescindible
cerrar filas para hacer frente al desafío del Estado. Éste debiera haber sido
el objeto del último pleno celebrado en el Congreso. Al menos PP, PSOE, Podemos,
C’s y el resto de partidos regionalistas constitucionales debieran haber
confluido. Es urgente que Podemos defina su posición. No puede estar un día
apostando por el referéndum y otro no. Ante su falta de consistencia y
oportunismo político los españoles les acabaran pasando factura, pero mientras
eso llega hemos de pedirles compromiso con los valores de Estado y de
solidaridad, y evitar su arrastre hacia el abismo; el día después, debe iniciarse
un nuevo proceso político que permita dar respuesta de forma lógica y constitucional
a la cuestión catalana a la vez que se avanza en el resto de los objetivos de
Estado.
En definitiva hay
que practicar la acción política pensando en lo que necesitan los ciudadanos, y
dejarse de jugar a la política por parte de algunos. Sólo quien piensa en
grande puede gobernar en grande y garantizar certidumbre para sus ciudadanos.
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