Todo indica que
ETA anunciará su desaparición el próximo día 5 de mayo. En estos días ha
emitido un comunicado poco inocente en el que pide perdón por el daño causado
pero excluyendo a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y a los
políticos, por considerarlos parte del “conflicto”, como ellos denominan a su
“peculiar proceso”, que tanta sangre ha costado a muchos españoles. El
comunicado de estos días está pensado para conseguir beneficios penitenciarios
y posibilitar el acercamiento de los 300 presos de ETA lo más cerca del País
Vasco. Una cuestión que, al margen de las maniobras oportunistas de los
resquicios de ETA, el Gobierno debe valorar para acelerar la normalización
política y crear futuro.
ETA, para muchos
españoles, fue una auténtica pesadilla. Aún tengo grabada en mi retina una
persecución por la Castellana de la policía a un comando etarra -lo supimos
después- que acabaron deteniendo. Había miedo e indignación, a la vez que
impotencia. Las primeras horas de la mañana eran temibles. A esas horas la
radio nos informaba en muchas ocasiones del coche bomba y sus consecuencias,
cuando no del secuestro. Éramos muchos los españoles que los atentados de
etarras nos sobresaltaban y devorábamos día a día la prensa y sus informaciones.
No veíamos el final de esta pesadilla. Tras dar por finalizada la última tregua,
viví muy de cerca la pesadilla. Siendo subdelegado del Gobierno la llamada
reivindicativa del atentado de la T4 en Madrid en las navidades de 2006 nos
entró en un repetidor del centro de la ciudad de Segovia, lo cual nos hizo
extremar todo tipo de actuaciones preventivas de las fuerzas de seguridad.
Previamente habían atentado en septiembre de 2005 en un polígono industrial de
Ávila. Todos los españoles estábamos amenazados y la alerta era continua.
ETA ha perdido la
batalla social, política y de la “lucha armada”, siguiendo su fraseología. Ha
sido derrotada por la democracia y el buen trabajo realizado por la Guardia
Civil y Policía. En estas últimas cinco décadas ETA asesinó a 853 personas, e
hizo la vida imposible a otros muchos, en especial a los moradores del pueblo
vasco que han sido los que más han sufrido las consecuencias. En 2010 dejaron
de matar. La sociedad civil les rechazaba con fuerza y la colaboración con
Francia acabó dando sus frutos. Lejos quedaban los años del plomo orientados a
desestabilizar la incipiente democracia española -78, 79 y 80, los más
cruentos-, la guerra sucia -con los GAL a la cabeza- o el posicionamiento
mezquino del país vecino viendo a la organización terrorista como una
oportunidad para sus intereses. Por suerte, el buen hacer de los años
posteriores ha cristalizado en la situación actual en pleno ocaso de ETA. El guiño a ETA denominándola eufemísticamente
“movimiento vasco de liberación”, como hizo Aznar tampoco dio resultado. Sin
embargo, el trabajo silencioso y sistemático de los servicios de inteligencia y
las fuerzas y cuerpos de seguridad consiguieron lo que todos ansiábamos. Es de
agradecer el trabajo del ministro del Interior Rubalcaba y el presidente del
Gobierno. Jamás han hecho ostentación de ser los enterradores de la banda, al saber que el triunfo no es suyo, sino de todos los españoles.
El comunicado de
petición parcial de ETA ha sido acompañado -no sabemos si de forma coordinada-
de una declaración de los obispos pidiendo perdón por sus “complicidades,
ambigüedades y omisiones”, a la vez que han solicitado el retorno de los
excarcelados a sus lugares de origen para que no sean humillados. No están
legitimados ni para pedir perdón ni para solicitar el movimiento de los etarras a cárceles próximas a sus familias. La Iglesia ha sido parte del problema en el País Vasco. Basta
hacer un recorrido por la filmografía en la que se ha reflejado el problema terrorista
para darse cuenta de su protagonismo logístico, dando su respaldo y sirviendo
de refugio en muchos casos a los terroristas. Fernando Aramburu en su libro ‘Patria’
refleja muy bien el papel de la Iglesia a través de un sacerdote local no
precisamente aliado con los que más estaban sufriendo, las víctimas.
Las víctimas de
ETA merecen toda nuestra honra y respeto. El comunicado de ETA pidiendo un
perdón parcial es indigno e insultante para los que han sufrido el terror y
extorsión, y también para muchos ciudadanos de este país que vivieron con miedo y tuvieron
que abandonar su tierra, negocios y puestos de trabajo, sometidos en muchos
casos a la opresión totalitaria, incluida la de sus correligionarios. Es el momento de mirar hacia delante. Crear futuro. Una vez disuelta ETA
los delitos de sangre deben ser castigados conforme el código penal vigente y
el Gobierno tiene que definir su política penitenciaria y no penalizar a las
familias de los reclusos. Una cuestión que no será fácil de entender por las
víctimas y sus familiares, pero que requiere altura de miras. El rencor
perpetuo sólo aporta odio y envenena la sociedad. Por suerte el ocaso de ETA ha
llegado, algo con lo que siempre soñamos.
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