El máster de
Cristina Cifuentes ha sacado a la luz muchos de los problemas
estructurales que tiene la universidad española, que bien podríamos calificar
de “miserias” para gran parte de ellos. Como no hay mal que por bien no venga,
el ‘caso Cifuentes’ ha abierto un profundo debate sobre la Universidad y todo
lo que gira en torno a ella: titulaciones, profesorado, número de centros
universitarios, calidad de la formación, grupos de interés que pululan en torno
a la universidad... El momento actual puede marcar un punto de inflexión para
reorientar las universidades españolas, mejorar los centros eficientes y
reconocidos y suprimir las titulaciones y centros que no aportan valor.
La Universidad
española creció exponencialmente a raíz del desarrollo de la nueva organización
política que marcó la Constitución española en el ámbito territorial. Hasta
entonces el número de universidades y
centros universitarios era escaso. Gran parte de ellas se concentraban en las
grandes ciudades, lo que obligaba a gran parte de los españoles a desplazarse a
Madrid, Barcelona, Salamanca o Granada, por citar alguna de las más
significativas, con la consiguiente limitación de acceso, en especial para las
personas más humildes. La actual estructura del sistema universitario derivado
de aquella época ha generado una gran proliferación de universidades y centros
que no se caracterizan precisamente por su especialización y que se han
convertido, en algunos casos, en centros de poder de las comunidades autónomas.
A la proliferación de centros públicos se sumó durante la década de los ochenta
y noventa la puesta en marcha de un sinfín de universidades privadas. Una
estructura costosa que no repercute como debiera en la bondad de nuestro
sistema productivo.
Tuve la
oportunidad, entre los años 1995 y 2004, de ocupar una plaza de profesor
asociado en la Universidad Carlos III, en la Escuela Politécnica. La Carlos III,
en aquella época, implantó un programa de calidad muy exigente con el
profesorado, de lo cual pueden dar buena nota los alumnos y la valoración de la
propia universidad. Pero a pesar de ser una universidad ejemplar adolecía
también de los mismos problemas que otras muchas en España: exceso de
titulaciones, proliferación de másteres para complementar el bajo salario del
profesorado, y endogamia en la contratación de los docentes. Los catedráticos y
jefes de departamento siempre han tendido a incorporar a su cuadro de profesores
a aquellos alumnos que consideraban excelentes -y lo eran en la mayoría de los
casos-y colaboradores en el ámbito externo, con independencia de su experiencia
y conocimiento del área de formación, así como de su capacidad pedagógica. El
doctorado ha constituido en muchos casos la criba para orientar la selección y
provisión de profesores y de esa forma alimentar la endogamia interna y
empobrecer la universidad y la calidad de la docencia. Al final las
universidades españolas cuentan con un ejército de funcionarios cuya adaptación
a los turbulentos cambios del entorno social, económico y tecnológico para
desarrollar la docencia no es fácil. Se trata de una cuestión cultural de la
organización que no es fácil cambiar de la noche a la mañana. Las agencias de evaluación
de la calidad docente, la ANECA, y también las agencias autonómicas han
contribuido a mejorar la docencia, pero también manifiestan síntomas
endogámicos en el desarrollo de su función.
La supresión de
las licenciaturas e ingenierías por grados y el complemento con másters para
homologar con Europa con la Ley de Universidades de 2007, ha complicado aún más
el panorama universitario, su calidad y clientelismo. Se trata en muchos casos
de titulaciones sin utilidad alguna, que carecen del rigor y la solidez
necesaria. Un sistema que favorece la contratación de profesores amigos, en
muchos casos sin conocimientos ni experiencia docente, como expertos de la nada
y el clientelismo político. Un buen ejemplo es el ‘caso Cifuentes’. Es la Comunidad
que preside la que aporta recursos financieros a la Universidad ‘Rey Juan
Carlos’, por tanto el rector y toda su pléyade, encantados de prostituir los
principios y valores que han de regir la actividad universitaria, a cambio de
recibir unos cuantos “maravedíes”. Indigno, tanto como la actitud de la
receptora de las dádivas, con su actitud y mentiras. Algo impropio de una
presidenta de Comunidad.
El ‘caso Cifuentes’ se ha puesto de manifiesto la “titulitis” de la que padecen gran
parte de los políticos españoles. Hemos podido comprobar cómo muchos de ellos
mienten para aparentar lo que no son. E incluso algunos se han permitido la
licencia de cambiar la denominación del supuesto máster o experto. Una
situación parecida se produce en otros muchos ámbitos de la sociedad española.
Los españoles tienen tendencia a presumir de lo que no tienen. Pero mucho menos
sentido tiene que parlamentarios, ediles y consejeros presuman de títulos no
cursados y superados, cuando su proceso selectivo no está vinculado a títulos,
sino al veredicto de las urnas. Debe tratarse de una cuestión de estatus, pero
qué mejor posición que respetar y no mentir a los ciudadanos a los que se
deben.
Es el momento de
recapitular y valorar nuestro sistema universitario, redefiniendo titulaciones,
modificando los programas de estudio, buscando un nuevo sistema de selección
del profesorado más trasparente y equitativo, y eliminado cualquier tipo de
clientelismo. En definitiva, regenerando la universidad española. Un buen tema
sin duda para la agenda política española que tan escasa anda de temas de
calado.
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