He vuelto a subir al tractor de mi padre después de casi treinta años. Fue ayer, en la ‘8ª Exposición de Retromaquinaria Agrícola’, en Valverde de Majano, Segovia, con ocasión de un desfile de los casi 100 tractores que se encontraban expuestos. Yo hice el recorrido con el Sava-Nuffield rojo de 65 CV. No me extrañó nada. Seguía con la misma amabilidad y comprensión de siempre. Fueron muchas las horas que pasamos juntos en la segundo quinquenio de los 70. Sobre todo en verano, pero también los fines de semana, cuando transportábamos el grano, la paja, el estiércol o hacíamos paquetes con esa empacadora New-Holland que cada dos por tres rompía ante el asombro nuestro, el de mi tractor y el mío. Él, el tractor, rara vez se permitió ese lujo, salvo alguna mañana que se resfriaba por el frío de la noche y no arrancaba; pero eran ocasiones contadas.
Mi padre compró el tractor allá por el año 68. Para él supuso un alivio, ya que en sus tiempos libres hacia la labor asociada a las 30 hectáreas que poseía y el trabajo que conllevaba el mantenimiento de unas tantas vacas de leche y terneras, que en alguna ocasión llegaron a 20. El precio que se pago por el Nuffield fue de del orden de las 250.000 pesetas. Una barbaridad para aquella época. Sin embargo, en pleno desarrollismo el campo presentaba un importante déficit de capitalización, lo que llevaba asociado una aplicación muy intensiva de mano de obra.
Era difícil comprar maquinaria agrícola. En primer lugar por el gran esfuerzo económico que suponía, ya que conllevaba desembolsar gran parte de los ahorros generados durante una vida de trabajo, y además se imponía el pago a “tocateja”, es decir, al contado, al menos los castellanos; pero también por la escasez de oferta, ya que casi la totalidad venía de fuera. En la exposición se puede contemplar que prácticamente todos los tractores españoles de los años 50 –más bien finales, ya que antes sólo accedieron a su compra unos pocos privilegiados- procedían de Alemanía, Inglaterra, EE.UU o Francia: Mc Cormick, Lanz, Man, Jhonn Deere, Renault… La llegada del tractor Barreiros supuso la entrada de la tecnología española en el sector, a la que después se unieron masivamente los Ebro.
Los tractores fueron aumentando las prestaciones y la potencia con el paso del tiempo. De los 25 CV de los 50 se pasó en una década a potencias superiores a los 60 CV. La compra del tractor y del resto de la maquinaria agrícola supuso una importante transferencia de renta del sector primario al industrial en los años 60. Mejoró la productividad del campo, pero no sustancialmente la calidad de vida de los agricultores. La disminución del esfuerzo a realizar no siempre compensaba el fuerte desembolso para recuperar la inversión.
Jesús Horcajo, insigne industrial segoviano, e hijo de uno de los pioneros en la venta y distribución de maquinaria agrícola en la provincia de Segovia, me contaba en la feria las dificultades que suponía la venta de un tractor. “Era una venta personalizada, donde no sólo había que elegir el comprador, sino además convencerle y pasarse con él y la familia muchas noches a la lumbre. La confianza en el vendedor era “clave”, recordaba Jesús, quien además contaba como anécdota que alguna ocasión los hijos llegaban a amenazar a los padres con irse a la Legión si no se accedía a la compra. La compra conjunta con familiares, amigos o cooperativistas no siempre funcionaba, a pesar de que la dictadura impulsó esta última figura para reducir y optimizar costes.
Eran otros tiempos, que contrastan con el momento actual. En la feria se pueden encontrar tractores impresionantes de 300 CV con un precio aproximado de 180.000 euros; un contraste muy fuerte, al que no fueron los nietos de Jesús que me acompañaron en el recorrido en el Sava. Impresionante es la pérdida de población dedicada a las labores agrarias. En mi pueblo en los años sesenta había más de 30 agricultores; ahora son seis. Son los costes del desarrollo. ¿Tendrá la culpa el tractor?
Mi padre compró el tractor allá por el año 68. Para él supuso un alivio, ya que en sus tiempos libres hacia la labor asociada a las 30 hectáreas que poseía y el trabajo que conllevaba el mantenimiento de unas tantas vacas de leche y terneras, que en alguna ocasión llegaron a 20. El precio que se pago por el Nuffield fue de del orden de las 250.000 pesetas. Una barbaridad para aquella época. Sin embargo, en pleno desarrollismo el campo presentaba un importante déficit de capitalización, lo que llevaba asociado una aplicación muy intensiva de mano de obra.
Era difícil comprar maquinaria agrícola. En primer lugar por el gran esfuerzo económico que suponía, ya que conllevaba desembolsar gran parte de los ahorros generados durante una vida de trabajo, y además se imponía el pago a “tocateja”, es decir, al contado, al menos los castellanos; pero también por la escasez de oferta, ya que casi la totalidad venía de fuera. En la exposición se puede contemplar que prácticamente todos los tractores españoles de los años 50 –más bien finales, ya que antes sólo accedieron a su compra unos pocos privilegiados- procedían de Alemanía, Inglaterra, EE.UU o Francia: Mc Cormick, Lanz, Man, Jhonn Deere, Renault… La llegada del tractor Barreiros supuso la entrada de la tecnología española en el sector, a la que después se unieron masivamente los Ebro.
Los tractores fueron aumentando las prestaciones y la potencia con el paso del tiempo. De los 25 CV de los 50 se pasó en una década a potencias superiores a los 60 CV. La compra del tractor y del resto de la maquinaria agrícola supuso una importante transferencia de renta del sector primario al industrial en los años 60. Mejoró la productividad del campo, pero no sustancialmente la calidad de vida de los agricultores. La disminución del esfuerzo a realizar no siempre compensaba el fuerte desembolso para recuperar la inversión.
Jesús Horcajo, insigne industrial segoviano, e hijo de uno de los pioneros en la venta y distribución de maquinaria agrícola en la provincia de Segovia, me contaba en la feria las dificultades que suponía la venta de un tractor. “Era una venta personalizada, donde no sólo había que elegir el comprador, sino además convencerle y pasarse con él y la familia muchas noches a la lumbre. La confianza en el vendedor era “clave”, recordaba Jesús, quien además contaba como anécdota que alguna ocasión los hijos llegaban a amenazar a los padres con irse a la Legión si no se accedía a la compra. La compra conjunta con familiares, amigos o cooperativistas no siempre funcionaba, a pesar de que la dictadura impulsó esta última figura para reducir y optimizar costes.
Eran otros tiempos, que contrastan con el momento actual. En la feria se pueden encontrar tractores impresionantes de 300 CV con un precio aproximado de 180.000 euros; un contraste muy fuerte, al que no fueron los nietos de Jesús que me acompañaron en el recorrido en el Sava. Impresionante es la pérdida de población dedicada a las labores agrarias. En mi pueblo en los años sesenta había más de 30 agricultores; ahora son seis. Son los costes del desarrollo. ¿Tendrá la culpa el tractor?
3 comentarios:
Se te han olvidado los Massey Fergusson. Pequeñitos pero duros y valientes. En un primer vistazo, el tuyo me parecía uno de ellos porque también eran, todos, rojos.JMA
Hola Juan Luis,
Muy buena entrada. Me gustó leerla.
Me gustaría recibir más información (datos motor, y demás) sobre ese Sava Nuffield para completar lo que tengo:
http://tractor.wikispaces.com/Sava-Nuffield
Muchas gracias. :)
Hola, un detalle a corregir.
"La llegada del tractor Barreiros supuso la entrada de la tecnología española en el sector, a la que después se unieron masivamente los Ebro."
Fue al revés, primero fueron los tractores Ebro (Motor Ibérica) y luego ya llegaron los Barreiros.
Un saludo.
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