Eso. Que ¡ni fu, ni fa! Esa fue mi sensación del último ‘Debate del estado de la nación’. La gravedad del momento exigía ser cuidadosos, y evitar cualquier tipo de veleidad y demagogia en señal de respeto a los ciudadanos. Y así lo hizo el líder de la oposición, pero no el presidente del Gobierno. Y lo peor de todo es que a la simpleza de sus mensajes le ha seguido la euforia de los suyos. ¡Como si hubiese ganado la batalla dialéctica! “Estoy satisfecho”, dijo después del debate. Y la bancada popular, cuando finalizó, parecía, por la intensidad de los aplausos y la euforia manifestada, haber descubierto ‘el Dorado’.
Rajoy inició su discurso recordando las cifras de paro. Y a partir de ahí se limitó a recordar los hitos que presagian una posible recuperación económica; o, si lo prefieren, las señales de humo que nos pueden llegar a aportar algo de luz, pero nada más. Un mensaje muy optimista, orientado a generar esperanza. Él, que tanto criticó a Zapatero, hizo un debate siguiendo su estela de traslación de ilusión y esperanza cuando comenzó a arreciar la crisis, lo que no le impidió mentir una vez más, como hemos podido constatar al conocer las previsiones de la Unión Europea. Al final cerró su intervención afirmando que “este país tiene futuro”, lo que deseamos de corazón todos los españoles de buena fe.
Otra cosa fue la réplica al líder de la oposición. Tuvo que poner en marcha el ventilador, precisamente lo que no quiso hacer en ningún momento Rubalcaba. Entonces apareció la “herencia recibida”, el “tú más” y alguna señal de desprecio hacia el PSOE, sin ser consciente del papel premeditado que en ese momento estaba adoptando su líder para no contribuir a empeorar la percepción que los españoles tienen de la política y los políticos. Rajoy, una vez más, no dio la talla. Su discurso, sin sustancia. Aburrido. Leyó, leyó y volvió a leer. En ningún momento miró a los ojos de sus interlocutores en tribuna. Una señal que le define claramente.
Sus tímidas propuestas económicas para hacer frente a la crisis han sido una reproducción casi mimética del ‘Acuerdo por el empleo, la competitividad y la cohesión social’ que hace unos días presentó el PSOE. El Gobierno carece de una hoja de ruta para salir de la crisis. Visto lo visto, están esperando a que amaine el temporal. En estos momentos, su preocupación está más en el chantaje que cualquier día puede hacerle Bárcenas que en las cuestiones que nos preocupan a los españoles. Rajoy sabe que el tesorero que él nombró tiene información que, si la utiliza, le llevará inexorablemente a presentar su dimisión. Prueba de ello es la información que saltó a la prensa al día siguiente del Debate sobre su declaración ante notario de los ingresos y gastos asociados a las donaciones del PP.
El tratamiento que dio a IU, Amaiur y Compromis no fue propio de la mesura que ha de presidir las intervenciones de un presidente del Gobiern, que ha de ser el presidente de todos. Creo que en este caso Rajoy tiene toda la razón en el fondo de sus críticas hacia estos grupos. Pero su puesta en escena y acritud fue desafortunada. Una vez más leyó, incluso en la réplica, y debemos pensar que quien le escribe –ya no él, que también- no son avezados políticos, y menos sociólogos. España necesita en estos momentos más temple y menos tensión.
La ceremonia del Debate continuó fuera de él. La prensa y los diferentes medios de comunicación, así como tertulianos próximos, le hicieron la ola a Rajoy y al PP. Se trataba de un trabajo planificado con tiempo. Génova y Moncloa sabían que, pasase lo que pasase en el hemiciclo, hacia los ciudadanos había que trasmitir ilusión y esperanza. O sea, el mensaje último de Rajoy de la primera intervención: “España tiene futuro”. Y eso hicieron y siguen haciendo hasta el momento. El Debate, pasase lo que pasase, lo tenía que ganar Rajoy, y así lo han presentado ante la sociedad española, desde RTVE hasta la Gazeta, pasando por El Mundo, ABC y la Razón, y la piara de tertulianos.
Rubalcaba hizo el debate que tenía que hacer. Habló de España y de los problemas que preocupan a los españoles. Y propuso soluciones. No quiso entrar en el caso de la ministra de Sanidad, ni en la petición del cese del ministro de Hacienda, y tocó el caso Bárcenas con mucha delicadeza. De eso se trataba. De no generar más desconfianza, temor entre los entre los españoles ante la grave situación económica, social y política de nuestro país, y de no erosionar más de la cuenta a nuestro presidente del Gobierno, que ya de por sí está muy tocado; ni de entrar en las cloacas de la política. Así se los pedimos los diputados del Grupo Parlamentario socialista, y así lo hizo. Hizo el discurso que necesitaba en estos momentos España. Un gran discurso, desde la responsabilidad, a pesar de que toda la pléyade mediática del PP le está presentando como perdedor y sin futuro. Personas como Alfredo son lo que necesita la política española. Y no otros que te dejan frío. O sea, ‘ni fu, ni fa’.
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