La gente está harta y hastiada de la política y los
políticos. La falta de repuesta ante la crisis y la corrupción son las
causantes de esta situación. Este último mes de octubre ha sido el periodo que
más casos de corrupción ha sacado a la luz en los últimos años. En este momento
hay más de 127 personas que están siendo investigadas en cuatro sumarios por
corrupción: la Operación Púnica; el Caso Gürtel; Caso tarjetas “Black” de Caja
Madrid y el Caso Pujol.
Como consecuencia, hoy ser político está mal visto y
la política está devaluada. Desde la transición democrática hasta hoy su
valoración nunca había estado tan baja. En estos momentos, por suerte, el
Estado es más trasparente que nunca, y la política, y su forma de manifestarse,
han cambiado drásticamente. Hoy no se tapa nada y los políticos están más
expuestos que nunca y con una responsabilidad obligada de rendición de cuentas
ante sus electores. La corrupción es
algo que forma parte del pasado, pero que no puede estar presente en el futuro;
no solo de la vida pública, sino de la sociedad española.
La corrupción es un auténtico drama para todos los
españoles, pero en especial para los que estamos en primera línea de la acción
política y nuestras personas allegadas. Se juzga en todo momento a justos por
pecadores. A lo largo de mi dilatada experiencia pública como funcionario y
político me he encontrado mayoritariamente con gente honesta y honrada. Es
injusto. No se puede meter a todos los políticos en el mismo saco, ni a todos
los funcionarios. Yo me atrevo a reivindicar su dignidad.
Una minoría, aunque haga mucho ruido, no puede poner
bajo sospecha al resto de las personas que tienen una clara vocación de
servicio público, y actúan con dedicación y generosidad anteponiendo en la
mayoría de los casos el interés general a su interés particular. Yo puedo dar
fe que una inmensa mayoría de las personas que militan en el PSOE, al menos en
mi agrupación provincial de la que soy secretario general, su participación
como alcalde, concejal o militante del partido les cuesta tiempo y dinero.
Suelen ser personas de convicciones firmes y con un alto nivel de conciencia
social.
La condición humana no siempre se adhiere a
conductas firmes y de compromiso social. En ningún caso seré yo quien lo
justifique. Pero es una realidad constatable. Como también se constata un mayor
compromiso de los políticos de izquierda que de los de derechas. Nosotros en el
PSOE aprendimos mucho del daño que nos hizo aquel “golfo” que tuvimos como
director general de la Guardia Civil. Desde ese momento, el PSOE tomó medidas
cautelares. Hoy disponemos de un Código Ético y en su día promovimos la mayor
trasparencia posible en la acción política. Hoy, si se conoce el patrimonio de
los parlamentarios, es gracias a la iniciativa de un Gobierno socialista. Eso
no evita que pueda aflorar algún corrupto, pero va en su condición, no en la
del partido.
Lo que nos sorprende en estos momentos es la laxitud
del partido del Gobierno ante la corrupción en el momento que estamos viviendo.
La corrupción se ha manifestado como sistémica en el PP. Basta hacer un
recorrido por los sumarios abiertos y el número de personas imputadas del PP para
darse cuenta de que el problema tiene un origen causal definido: la
financiación del propio partido. Y, aún así, no han tomado medidas. Quieren un
“pacto anticorrupción” para lavarse la cara y colocarnos a todos a su nivel,
con el ánimo de confundir a la opinión pública, pero no han movido ficha. Eso
sí, en un tiempo récord han propiciado el paso de sus ministros corruptos, el
Sr. Matas, al régimen abierto, gracias a la buena disposición de la Junta de
Tratamiento del centro penitenciario segoviano.
El Gobierno del PP tiene que tomarse en serio el
problema de la corrupción. Es el cáncer del sistema democrático y el mayor
factor de corrosión de la sociedad. Solo así se evitará el hastío político y se
sentarán las bases para generar confianza, salir mejor de la crisis y crear
bienestar.
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