La crisis económica ha generado miedo e incertidumbre en una gran parte
de la población. La pérdida de trabajo o la bajada de las retribuciones
constituyen una de sus señas de identidad. Pero también el copago por servicios
esenciales que años atrás, y en especial los más jóvenes, jamás hubieran
pensado que pudiese ocurrir. La crisis nos ha empobrecido a todos, ha agrandado
las diferencias sociales y ha puesto en tela de juicio el Estado del Bienestar
que tanto nos costó desarrollar.
La crisis es y ha sido el cultivo perfecto para los populismos y el
abono para el radicalismo de uno y otro extremo. Ante la dificultad de entender
por parte de la ciudadanía las difíciles decisiones que conforman la realidad
económica en un mundo globalizado y cambiante, el populismo ha encontrado su
caldo de cultivo. Una forma de dar respuesta a problemas complejos con
soluciones fáciles, con independencia de su viabilidad y su consistencia. Propuestas
que calientan el oído, pero que no dan respuesta a los problemas reales de la
gente.
Esto es lo que ha ocurrido en Grecia con Siryza y el Sr. Txipras a la
cabeza. O en España con el Sr. Rajoy. Ambos se presentaron a las elecciones
asegurando que con ellos se solucionaría la crisis en sus respectivos países. Y
ambos mintieron a sus ciudadanos. Rajoy sabía perfectamente que no podría bajar
impuestos y ocultó su reforma laboral. Sabía que el déficit de España crecería,
porque dos terceras partes de ese déficit procedía de comunidades autónomas
gobernadas por el PP. Y Txipras sabía que la única forma de garantizar la
liquidez de su economía era aceptando las condiciones del Eurogrupo para
recibir dinero.
Tanto en Grecia como en España la respuesta más fácil a corto plazo era
el populismo. Txipras engañó a los griegos con el referéndum, porque, saliese
lo que saliese, no quedaba más remedio que aceptar las condiciones de Euro, so
pena de asentar el corralito por un largo tiempo. Pero prefirió diluir su
responsabilidad con una pregunta ambigua y sin esencia. Lo lógico es que
hubiera asumido su responsabilidad convocando unas nuevas elecciones o dejando
el Gobierno ante su posición contaría a las condiciones del rescate. No lo ha
hecho. Ha seguido en su demagogia y populismo y a Grecia le espera un futuro incierto.
Rajoy se opuso a las medidas que anunció Zapatero para hacer frente a
la crisis en 2010. Se opuso a ellas y anunció que iba hacer todo lo contrario.
Su ministro de Hacienda llegó a espetar a una diputada canaria “que se hunda
España que ya la levantaremos nosotros cuando gobernemos”. Un populismo rancio
con un solo objetivo: hacerse con el poder como sea. Y en eso siguen, pero
ahora para mantenerlo.
Los correlegionarios de Syriza en España, los Podemos, juegan día a día
a lo mismo. Demagogia y mentira. Su proyecto es un proyecto de poder y de
desprestigio del bipartidismo, pero con un objetivo claro de desplazar al PSOE
de su espacio político. Y para ello han hecho un recorrido en pocos meses de
una posición doctrinal leninista a una socialdemócrata, en la cual no creen,
pero saben que es la única capaz de conquistar las clases medias y el centro
político. El populismo es su arma. Y el poder es el poder y para alcanzarlo
vale todo, incluso el desprecio al pueblo.
Rajoy e Iglesia Turrión representan en nuestro país el radicalismo
extremo. Cada uno a su manera. Los populares, para mantenerse en el poder y
desarrollar su programa neoliberal. Y los podemos, para alcanzar el poder y bajo el pretexto de preservar el Estado del Bienestar heredado del "régimen del 78", erosionar sus efectos
redistribuidores en la riqueza por la parálisis que crearían su acción política en el crecimiento económico con sus medidas intervencionistas. El populismo no sale gratis, y sus efectos se
pagan, aunque los ciudadanos no exijan a priori responsabilidad.
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