Cataluña pasa por uno de los momentos más delicados de su historia. Las
elecciones del próximo día 27 marcarán un gran hito de “decepción colectiva”,
pase lo que pase. Unas elecciones a las que el actual presidente de la Generalitat
ha dado un sentido plebiscitario ante la imposibilidad legal de convocar un
referéndum sobre la autodeterminación.
Sea cual sea el resultado de las elecciones el fracaso está
garantizado. Todo indica que van a ganarlas los partidos de corte independentista
por mayoría absoluta, pero sin mayoría social. Si esta opción se verifica, al
día siguiente las fuerzas políticas ganadoras anunciarán el inicio del proceso
de secesión para tensar más la cuerda con el Estado. Ese es el objetivo de los
independentistas: deteriorar el clima social para fundamentar sus pretensiones.
El problema catalán ha derivado en un problema de convivencia
emocional. La sociedad está dividida y se sitúa en uno u otro bando, más por
razones emocionales, cual si de los partidarios de un equipo de fútbol se
tratasen, que por motivos racionales. La descohesión social catalana tras este
proceso irá a más. A ello ha contribuido de manera especial el actual
presidente, el Sr. Mas, y sus secuaces. Ha instrumentalizado el proceso para
esconder la desastrosa gestión y situación financiera, amén de la corrupción,
generada por los años de gobierno de CiU, y en especial de esta última etapa.
A profundizar en el problema está contribuyendo el presidente Rajoy y su
partido. Siguen instrumentalizando el problema catalán en beneficio propio.
Utilizan a Cataluña para presentarse ante el resto de las comunidades del
Estado español como la única fuerza política que defiende la unidad de España.
Ellos saben que es falso, pero les vale todo con tal de arañar votos. Son una
máquina de hacer independentistas. Lo hicieron en el Gobierno de Aznar y lo
están volviendo hacer ahora. Para ello han colocado al frente de la candidatura
al antiguo alcalde de Badalona. A uno de los más radicales.
Cataluña necesita ganar su futuro. Tiene que recuperar la convivencia y
esto va a requerir mucho tiempo. En primer lugar, los independentistas no
pueden engañar a su pueblo. La soberanía reside en el pueblo español y no en el
catalán. La independencia de Cataluña pasa por España, no por Cataluña. Pero es
cierto que el actual marco autonómico es ambiguo y ha generado tensiones
extraordinarias. Y que una Cataluña que estuvo a la vanguardia en su momento en
infraestructuras y desarrollo social, hoy presenta enormes déficit, gracias a
la nefasta gestión de quienes hoy asumen la bandera del nacionalismo catalán.
Se necesita un nuevo marco social y político para Cataluña. Un marco
que haga posible su convivencia allí, pero también con el resto de España. La
reforma del título VIII de la Constitución, delimitando con precisión las
competencias y la financiación de las actuales comunidades autónomas, así como
la identidad nacional de cada pueblo de España, en el marco de un Estado
Federal, puede ser un buen paso para contribuir a resolver el conflicto.
Me temo que esto no les interesa a los independentistas, que abogan por
la tensión para mantener su estatus, pero es la única salida sensata para ir
construyendo futuro, o bien disolver todos los estados de la UE en una Europa
de los pueblos. Pero esta opción requerirá mucho tiempo para que madure. En un
mundo global, las fronteras son limitaciones cada vez más obsoletas y en ningún
caso responden al progresismo de los pueblos.
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