Los atentados de Bruselas nos han dejado una auténtica
semana de pánico en plena semana de Pasión para los católicos. Una vez más
hemos vuelto a sentir miedo e indignación por unos atentados que atacan los
valores más profundos de nuestra civilización. Y me temo que pueden no ser los
últimos.
Las investigaciones policiales han puesto de manifiesto
que Bélgica constituye la plataforma neurálgica y logística del ISIS en Europa.
No tanto por detentar la capitalidad europea, sino por el gran arraigo de
terceras y segundas generaciones de musulmanes afincados en este país que se
sienten identificados con el ideario yihadista del joven Estado Islámico.
¡Gran problema! Al final con independencia de sus causas
estamos de lleno inmersos en una guerra de civilizaciones. Una manifestación
que el radicalismo islámico la proyecta con actos terroristas en territorio
infiel mediante la inmolación de sus combatientes, causando enormes daños y
bajas indiscriminadas en la población civil; a la vez que Occidente responde
con actuaciones bélicas en el área territorial que hoy controlan, parte de
Siria e Irak.
A raíz de los atentados, Bélgica no ha tardado en sumarse
a esta estrategia, y ha anunciado que enviará aviones de combate a la zona para
castigar a los islamistas radicales. Puede que sea la estrategia más acertada.
El tiempo lo pondrá de manifiesto. Pero con esa perspectiva que nos da el
tiempo, hoy podemos afirmar con poco margen de error que la estrategia que se
siguió en Irak no ha sido un acierto, al igual que el posicionamiento de
Occidente en la guerra civil de Siria. Y de otras acciones colaterales.
La solución al conflicto no es fácil y requiere tiempo.
No sólo es necesario integrar a las terceras y segundas de generaciones de inmigrantes
musulmanes en Europa para que no se sientan como ciudadanos de segunda y se
identifiquen e integren en el yihadismo radical. Es necesario mucho más: la
acción educativa y la integración laboral; la condena y el rechazo del mundo
islámico de una manera clara y manifiesta de estas acciones de sus hermanos
musulmanes; un mejor reparto de la riqueza; el respeto a la libertad religiosa
por parte de todos; la acción preventiva policial…
Insisto, un problema complejo que no sólo se resuelve con
bombas. Hoy más que nunca algunos comprenderán el sentido y alcance de la
Alianza de Las Civilizaciones que lanzó el presidente Zapatero con el
presidente turco Erdogan. En aquel momento, muchos prebostes de derechas y de
su alianza mediática lo contemplaron como un acto de bisoñez.
En estos momentos muchos somos conscientes de que se
comienza a trabajar en esa línea o la tensión mundial hará imposible la vida,
la convivencia pacífica y el progreso en nuestro planeta. Occidente tiene que
liderar este proceso. Únicamente así podremos evitar en el futuro un
enfrentamiento sistémico que nos lleve a semanas de pánico.