De un tiempo a esta parte, coincidiendo también con
los efectos que ha generado la crisis económica en la sociedad, son muchos los
que aprovechan sus ventanas en los medios de comunicación, ante la pasividad de
éstos, para hacer justicia a su manera. En gran número de ocasiones van
buscando herir a la persona o institución a la que critican, y proyectan sobre
ella su frustración personal, soberbia, envidia o mediocridad que han
enquistado durante mucho tiempo. Son justicieros de otros con sus principios y
convicciones, que a todas luces no parecen que sean muy sólidos.
Últimamente yo también he sido víctima de algún
ataque de esta naturaleza. Lo primero que uno piensa cuando esto sucede es que
puede ser una consecuencia de actuaciones impropias de uno mismo hacia terceras
personas, o bien producto del difícil momento político que estamos atravesando
en el que la inquina se manifiesta sobre sus representantes, y yo no dejo de
ser uno de ellos. Pero me temo que ni lo uno, ni lo otro. El segundo factor lo
entendería, pero el primero, imposible. No tengo, ni he tenido nunca,
enemistades propiciadas por mi parte de forma expresa.
Se da la circunstancia de que alguno de los que
lanza sus dádivas ni tan siquiera ha hablado conmigo en su vida. Debe ser que
mi proyección pública no le es de su agrado. Lo más sorprendente es que sus
críticas se dirigen al plano personal y a hechos concretos que sólo han
ocurrido en la cabeza de la persona que los instrumentaliza para intentar hacer
daño. Debe ser que los que se consideran divos ven enemigos por todas partes o
proyectan su frustración personal hacia otros porque jamás alcanzaron lo que
les gustaría.
También les hay que de un día para otro se presentan
como tus enemigos, sin que nada haya ocurrido. Y, además, te enteras por la
prensa. Uno se queda ‘ojiplático’. Basta respirar hondo y contar hasta diez
para darse cuenta que lo mejor es pasar. No ofende quien quiere, sino quien
puede. Las personas proyectan sus frustraciones de múltiples maneras. Y algunos
necesitan notoriedad como sea para seguir alimentando su soberbia y su ego. Una
enfermedad que espero no padecer el día que me retire de la vida pública. ¡Con
lo mucho que se puede hacer y disfrutar de la política! A pocas luces que se
tengan.
En fin, la figura del justiciero no es nueva y
presenta múltiples manifestaciones, más allá de las que se puedan poner de
relieve en un breve artículo. Ha existido siempre, y seguirá existiendo. Lo que
contrasta es que la apliquen personas que triunfan o han triunfado en sus respectivos
ámbitos. Yo me resisto a entenderla, porque eso conlleva marcar la traza que
uno va dejando en la vida en negativo y
bajo los estertores del rencor y el resentimiento, posiblemente motivada por
una frustración personal o profesional.
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