La Izquierda, desde
sus orígenes, siempre ha presentado grandes convulsiones y transformaciones. El
socialismo, como doctrina social y
económica, ha ido cambiando con el transcurso del tiempo. Así, en el marxismo-leninismo es considerada como
la fase previa al comunismo, mientras
que en la socialdemocracia con el
término socialismo se alude a la distribución de la riqueza mediante la
aplicación de un sistema fiscal progresivo.
La caída del muro
de Berlín, el declive del régimen cubano y el fracaso económico y social del
régimen bolivariano en Venezuela parece que habían certificado de muerte el
marxismo-leninismo. Sin embargo, todo parece indicar que algunas formaciones
políticas en nuestro país lo tienen en su ideario político como base sustantiva
de su acción política. Una izquierda revolucionaria con el motor gripado, que
está dentro a la vez que fuera del sistema, y que promete cambiarlo todo, para
al final no cambiar nada. Una autodenominada izquierda que busca tranquilizar
su conciencia ante la falta de respuesta a quienes gritan contra la
discriminación y la injusticia. Y que tiene como única solución el márketing
político.
Hoy la izquierda
real es más necesaria que nunca. Para dar repuesta a los excluidos del sistema económico
y mejorar el bienestar de la gente, así como la cohesión social y territorial,
es necesario crear riqueza y redistribuirla mediante sistemas fiscales
progresivos y la garantía de derechos básicos. La ruptura con el régimen del 78
-como lo denominan algunos-, la búsqueda del conflicto, la agitación y la toma
democrática del poder para una ruptura del sistema capitalista, como propugna
la autodenominada nueva izquierda, sólo traerá frustración y desencanto. Y
sobre todo condenará a los más desfavorecidos no sólo a no mejorar, sino a
empeorar su nivel de bienestar. Esta izquierda virtual y recalcitrante sólo es
un obstáculo para el avance del progreso.
Tras el brusco
cambio del sistema representativo en nuestro país, con la aparición de la nueva
formación populista aliada de la vieja izquierda marxista superviviente, se
hace muy difícil a corto y medio plazo un Gobierno de izquierdas en nuestro
país. En primer lugar, porque el nuevo partido maneja conceptos antisistema que
no son coherentes con la línea medular de la socialdemocracia moderna y
adaptada a los tiempos que representa el PSOE; y en segundo lugar, por su alta
volatilidad política y su radicalidad social que merma y hace perder crédito a
una oferta electoral de izquierdas llamada a una posible coalición de Gobierno,
y cohesiona más a los votantes en torno a fuerzas de centro derecha. Sólo así
se puede explicar el fuerte avance del PP en las últimas elecciones.
En el actual
contexto político, económico y social la izquierda sólo avanzará y conseguirá
alcanzar los fines a los que se orienta su proyecto, si la socialdemocracia es
capaz de reforzar su proyecto, su organización y liderazgo. Para ello, se ha de
centrar en los intereses de los ciudadanos y olvidarse de las estridencias de
la izquierda utópica, virtual y recalcitrante.
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