viernes, 4 de noviembre de 2016

Odio, rencor y superficialidad



El reciente debate de investidura ha puesto de manifiesto el odio y rencor que destilan algunos jóvenes políticos, que además se arrogan para ellos la auténtica izquierda. Sus discursos son pobres de contenido, arrogantes e incluso denigrantes. Van buscando la foto y cómo llamar la atención. La superficialidad es la seña de identidad de esta nueva forma de entender la política que tienen algunos.  

La veterana diputada canaria, Ana Oramas, afirmó en tribuna que al Congreso se viene “para trabajar” y no “para falsear la historia” y añadió que la gente joven debe vivir “de la esperanza y no del odio y el rencor”. En efecto, la política es una herramienta muy poderosa, me atrevo a decir que la única para dar respuesta a los ciudadanos que más lo necesitan. Hacer una utilización impropia de ella a lo único que conduce, antes o después, es a su frustración y a la desafección y desprestigio de la política y los políticos. 

El populismo ha impregnado en estos últimos tiempos la acción política. No sale a la tribuna o a la prensa a identificar, enunciar y hacer propuesta para dar respuesta a los problemas de la ciudadanía, sino a impactar en su memoria y a desprestigiar como sea al que consideran rival político. De otra forma no se entenderían expresiones repletas de odio y rencor como las que profirió el líder de Podemos al llamar “delincuentes” a los diputados; o el portavoz de ERC, cuando les tildó de “traidores” y otros epítetos. Sin duda, Castelar, Cánovas, Sagasta y hasta el auténtico Pablo Iglesias no darían crédito a tanta mediocridad y mezquindad como atesora el Parlamento español en esta legislatura. 

En el momento actual, la forma de actuar y concebir la política para muchos está condicionada por su puesta en escena ante los medios de comunicación. Líderes y cargos institucionales están más preocupados por su notoriedad y promoción que por los intereses que representan. Con este tipo de actuaciones se alejan de la realidad social y pierden todo tipo de credibilidad. Lejos de anteponer como prioridad los intereses de los ciudadanos, lo que están haciendo es dar prioridad a lo suyo: la antipolítica. 

Uno no entra en política cuando es elegido diputado, como hemos podido escuchar a algún líder emblemático en estos últimos tiempos. La política se practica y se vive día a día escuchando a los vecinos, a los ciudadanos, y trasladando a las instituciones siempre que se puedan sus iniciativas y propuestas; pero también ayudando a quienes lo necesitan. Ésa es la política en grande. No se necesita ser diputado para efectuar la acción política, y menos con odio, rencor y superficialidad. Esos están inhabilitados para servir a los demás. La acción política se piensa y se vive con grandeza. 


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