El reciente debate de investidura ha puesto de
manifiesto el odio y rencor que destilan algunos jóvenes políticos, que además
se arrogan para ellos la auténtica izquierda. Sus discursos son pobres de
contenido, arrogantes e incluso denigrantes. Van buscando la foto y cómo llamar
la atención. La superficialidad es la seña de identidad de esta nueva forma de
entender la política que tienen algunos.
La veterana diputada canaria, Ana Oramas, afirmó en
tribuna que al Congreso se viene “para trabajar” y no “para falsear la
historia” y añadió que la gente joven debe vivir “de la esperanza y no del odio
y el rencor”. En efecto, la política es una herramienta muy poderosa, me atrevo
a decir que la única para dar respuesta a los ciudadanos que más lo necesitan.
Hacer una utilización impropia de ella a lo único que conduce, antes o después,
es a su frustración y a la desafección y desprestigio de la política y los
políticos.
El populismo ha impregnado en estos últimos tiempos la
acción política. No sale a la tribuna o a la prensa a identificar, enunciar y
hacer propuesta para dar respuesta a los problemas de la ciudadanía, sino a
impactar en su memoria y a desprestigiar como sea al que consideran rival
político. De otra forma no se entenderían expresiones repletas de odio y rencor
como las que profirió el líder de Podemos al llamar “delincuentes” a los
diputados; o el portavoz de ERC, cuando les tildó de “traidores” y otros
epítetos. Sin duda, Castelar, Cánovas, Sagasta y hasta el auténtico Pablo
Iglesias no darían crédito a tanta mediocridad y mezquindad como atesora el
Parlamento español en esta legislatura.
En el momento actual, la forma de actuar y concebir la
política para muchos está condicionada por su puesta en escena ante los medios
de comunicación. Líderes y cargos institucionales están más preocupados por su
notoriedad y promoción que por los intereses que representan. Con este tipo de
actuaciones se alejan de la realidad social y pierden todo tipo de
credibilidad. Lejos de anteponer como prioridad los intereses de los ciudadanos,
lo que están haciendo es dar prioridad a lo suyo: la antipolítica.
Uno no entra en política cuando es elegido diputado,
como hemos podido escuchar a algún líder emblemático en estos últimos tiempos.
La política se practica y se vive día a día escuchando a los vecinos, a los
ciudadanos, y trasladando a las instituciones siempre que se puedan sus
iniciativas y propuestas; pero también ayudando a quienes lo necesitan. Ésa es
la política en grande. No se necesita ser diputado para efectuar la acción
política, y menos con odio, rencor y superficialidad. Esos están inhabilitados
para servir a los demás. La acción política se piensa y se vive con grandeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario