La Gran Recesión en España, al igual que en
otros países, no sólo ha extendido la pobreza, el desempleo y la exclusión social, también se ha
manifestado en otros ámbitos como el político. Uno de los efectos más
relevantes ha sido la desconfianza en las instituciones y en los partidos políticos tradicionales. Como
consecuencia de ello, la aparición de nuevas fuerzas políticas a izquierda y
derecha que reivindicaban una “nueva forma” de hacer política. Estos partidos
están hoy presentes en el Parlamento. Representan a miles de españoles que salieron a la calle a
partir de 2011 a manifestar su indignación con la política y las políticas.
No hay nada nuevo en el Parlamento después de las elecciones que no estuviera
antes. Ciudadanos no es algo distinto a UPyD y Podemos no es muy diferente de
la izquierda radical. La principal novedad ideológica que aportan estos
partidos es que no estaban antes. La Nueva Política en realidad es “vieja”.
Lo que cuestionaban
los manifestantes del 15M no eran las políticas sectoriales del Gobierno, sino
la política, los pilares del sistema democrático, el régimen, utilizando la palabra acuñada por las élites de la
rebelión bajo el eslogan de “no nos representan”. No era un desafío al Gobierno,
sino al Congreso. El 15M nació dela
indignación de una parte de la sociedad ante la impotencia de la democracia
para hacer frente a la crisis económica. Seis años después podemos comprobar cómo
quienes lideraban esos movimientos no han aportado nada a la resolución de los
problemas que reclamaban, salvo la presencia de alguno de ellos en el Parlamento
y su contribución a que la derecha haya consolidado su primacía política. La
sociedad española mayoritariamente hoy se ha olvidado de las políticas de
recortes de la derecha para concentrar su preocupación en el bloqueo de las
instituciones.
La denominada Nueva
Izquierda ha hecho de la política un puro reduccionismo de poder. El
oportunismo marca su acción política. Para ellos “la gente” es el concepto
abstracto que permite la imputación oportunista de actuaciones e intereses
cambiantes. Todo vale para el asalto a los cielos. Hablan en nombre de la gente y se atribuyen su representación. La
táctica domina su práctica política. Van brincando en el tablero político, y
tan pronto son leninistas como socialdemócratas; apuestan por la salida del
euro y de la OTAN, como de forma sobrevenida apuestan por el europeísmo. Poco a
poco van soltando lastre y convicciones con el único objetivo de tocar poder,
reduciendo su programa político a la mínima expresión.
Son populistas.
Proceden de una tradición comunista y aspiran a que un líder carismático reciba
todo el poder del pueblo, sin intermediarios, que ya se encargará él de
administrarlo. Quieren todo o nada, como hemos podido comprobar estos días en
su congreso. El populismo lo sustentan en la imagen como eje principal de comunicación. Van buscando la
identificación con el pueblo. Ser un reflejo especular en el gobierno de los
ciudadanos. Y para ello adecúan su vestuario, evitan las etiquetas sociales y
buscan la puesta en escena; y, si es necesario, los golpes de efecto, cuanto
más llamativos, mejor, como muy bien recordará el lector. El discurso sigue
unos cánones perfectamente estudiados: simplificación (los de arriba-abajo;
casta-gente; patricio-plebeyo), siguen guiones y consignas que repiten hasta la
saciedad, lo complejo lo simplifican, y procuran movilizar las emociones de la
gente hacía la indignación, la ira o la esperanza. La identidad entre
representante y representado para la Nueva Izquierda se reduce simplemente a la
dimensión estética. Esto no es política.
La Nueva Política
nació vieja. Sólo el apoyo mediático de quienes convergían sus fines económicos
y políticos con la derecha más recalcitrante ha hecho posible la división de la
izquierda sociológica para que sigan obteniendo réditos los de siempre. La
política requiere vocación de servicio público con un proyecto de país. El
quehacer parlamentario del día a día, y las luchas intestinas por el poder
entre diversas facciones estos días están poniendo de manifiesto que la Nueva
Izquierda nació añeja y rancia.
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