Una vez celebrados
los congresos del PP y de Podemos, todo indica que nada ha cambiado en la forma
de concebir la acción política de ambas formaciones: más de lo mismo. Hemos
podido comprobar esta última semana cómo el PP sigue instrumentalizando las
instituciones y todo lo que haga falta a su servicio, como se ha puesto de
manifiesto con la actitud del ministro de Justicia y sus secuaces fiscales ante
el caso de presunta corrupción del presidente popular de Murcia; y cómo ese gran
líder mediático que es Iglesias sigue utilizando el hemiciclo como plató para desplegar su egocentrismo y egolatría,
que reduce su visión política a una mera dimensión estética y al oportunismo
político para la búsqueda de poder como sea.
“Lo que funciona no
se cambia”, ha afirmado Mariano Rajoy en el Congreso de su partido. Y lo ha
hecho realidad. Ha dejado todo igual tanto en cargos como en el anuncio de sus
políticas. Él, que según sus colaboradores, estaba dispuesto a dejar la Presidencia
del partido una vez concluida esta legislatura, verbaliza en estos momentos una
posición muy diferente. No entiende de límites de mandatos y proyecta sus
ambiciones hasta el infinito. Una actitud que le permite asfixiar cualquier
atisbo de liderazgo alternativo, marcando con su propia iniciativa los tiempos
políticos.
Si algún mérito
tiene Rajoy en este tiempo ha sido la división de la izquierda sociológica. Su
alineación con el poder mediático es claro. Ante la desafección ciudadana hacía
la política, como consecuencia de la crisis y en especial de los efectos de su
Reforma Laboral, consiguió en un tiempo récord, con la ayuda de la derecha
económica, proyectar a un grupo de profesores universitarios procedentes de IU,
que editaban un programa televisivo para distribución en las redes, a nivel
nacional con un mensaje de izquierdas alternativo al partido de la oposición.
Las adhesiones económicas y mediáticas fueron evidentes, a lo que se unía el
control por parte del Gobierno de las televisiones y medios públicos. El
resultado es que hoy los españoles están más preocupados por el bloqueo de las
instituciones que por los efectos de las políticas de recortes y neoliberales
del PP. Una izquierda dividida no gobernará en años, salvo que cambien de forma
sobrevenida drásticamente el panorama político. A lo que hay que unir el
desaliento de los votantes de izquierda ante esta situación.
El Congreso del PP
ha seguido apostando por la política maquiavélica de Rajoy. El PP se presentará
ante la sociedad española como el único partido capaz de llevar con seriedad
los destinos de España. Ofrecerá diálogo y sensatez para sacar adelante los
presupuestos. Y, si no lo consigue, irá a por la mayoría absoluta en unas
próximas elecciones. Ha conseguido la cautividad de la política con la
complicidad de una gran parte del escenario sociológico español.
Podemos en su
congreso ha apostado por el macho alfa. Siguiendo las pautas leninistas ha
concentrado el poder en su líder, rodeado de un grupo de incondicionales
–incluida su pareja que actuará como número dos-, que buscaran el conflicto
social como pauta de acción política y harán de la imagen su gran baluarte
político. Los saltos en el tablero político están garantizados en función de la
oportunidad del momento. Se trata de
persuadir a la opinión pública ante todo, si es necesario con golpes de efecto,
y buscar el poder. Para ello intentarán enmascarar sus ideas, simplificar el
mensaje, buscar con su imagen un reflejo especular de una mayoría social e
identificar a los culpables de todo lo que pasa, y especialmente a su principal
enemigo electoral: el PSOE. Políticas de corte populista de nula efectividad
social y que se agotan en sí mismas. Política basura que puede servir, en un
principio, de cauce de expresión de la frustración y la ira, pero que a medio
plazo sólo permiten impulsar la desafección política.
Nada nuevo nos han
aportado ambos congresos que no conociéramos. En términos netos no aportan
soluciones ni propuestas para mejorar el bienestar de los españoles y la
gobernanza del país. En ningún caso se ha planteado la necesidad del reparto
del trabajo, ni del reto de las transformaciones sociales, ni de las
necesidades de buscar una nueva economía adaptada a los avances tecnológicos, o
el planteamiento de una nueva fiscalidad… En definitiva, más de lo mismo.
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