La pobreza mata.
Así lo ha puesto de manifiesto un estudio de la prestigiosa revista médica The Lancet, de la que se han hecho eco
diversos medios de nuestro país: “El bajo nivel socieconómico es uno de los
indicadores más fuertes de morbilidad y mortalidad prematura en todo el mundo”.
La pobreza no sólo acorta la vida, sino que atenta contra la dignidad humana.
La erradicación de la pobreza debiera estar en la agenda política de cualquier
gobierno y partido con una mínima sensibilidad social. Sin embargo, su
erradicación presenta múltiples aristas y dificultades.
El PSOE ha
patrocinado recientemente en el Congreso de los Diputados la defensa de una
Iniciativa Legislativa Popular impulsada por los sindicatos de clase UGT y CCOO.
Una iniciativa orientada a erradicar la pobreza y que ha contado con el apoyo
de todo el arco parlamentario excepto el de las fuerzas conservadoras.
En España casi 13
millones de españoles se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión y la
pobreza severa afecta a tres millones. La crisis económica ha diezmado el
Estado del Bienestar, el empleo ha dejado de constituir la variable sustantiva
sobre la que se asentaba el bienestar y la escasez de recursos ha afectado a la
cobertura de garantía de rentas. La necesidad de reformar el actual sistema de
protección social y de aportar soluciones es absolutamente imprescindible. La
cuestión es cómo hacerlo sin generar desequilibrios económicos que tengan
efectos perniciosos sobre el empleo y el crecimiento.
El denominado Ingreso Mínimo Vital aspira a garantizar
unos recursos mínimos a todas aquellas personas que queriendo y pudiendo
trabajar no pueden hacerlo, por lo que carecen de recursos para llevar una vida
digna, y a quienes los actuales instrumentos de protección social no dan
respuesta. Se trata de una prestación social no contributiva en el marco de la
Seguridad Social adaptada a la nueva realidad social y que refuerza las
prestaciones de asistencia social de comunidades autónomas y administraciones locales.
Se dirige a dos millones de hogares cuya renta per cápita es inferior a seis
mil euros anuales. Y su importe es del 80 por ciento del Indicador de Rentas de
Efectos Múltiples (Iprem), 426 euros mensuales en estos momentos.
Aplicar esta
iniciativa resulta gravosa para las arcas del Estado, no cabe duda. El PSOE la
ha cuantificado en 7.500 millones de euros, y los sindicatos en 12.000: un 1,2
por ciento del PIB. Difícil de compatibilizar con los objetivos de estabilidad
de los que dependen la financiación de nuestra actividad económica y de la
posibilidad de crecer y crear riqueza. Pero se trata de una cuestión de
Justicia Social y decencia de un país. Hemos de buscar en la tramitación
parlamentaria el punto de equilibrio en las
propuestas y su alcance. No podemos condenar a la marginación y al
ostracismo al seis por ciento de los españoles.
Los detractores de
la propuesta argumentan que podemos crear una sociedad subsidiada e
improductiva, así como la dificultad para financiar la propuesta de forma
equilibrada. Ese riesgo existe, pero hemos de tener en cuenta que el nuevo
paradigma tecnológico genera una sustitución de trabajo por capital, y hoy la
renta de las personas más humildes sólo se sustenta en el trabajo. Por tanto,
no podemos escondernos a la realidad. En preciso erradicar las bolsas de
pobreza extrema e ir avanzando de forma progresiva y sólida para no dañar la
economía. Sólo así conseguiremos una mayor eficacia social y una mayor
estabilidad democrática. La cohesión social es una inversión en valores y en
bienestar comunitario. El Ingreso Mínimo
Vital es una apuesta por la dignidad humana. Avancemos, aunque sea
despacio. Lo contrario es la nada y el sufrimiento de los más desfavorecidos.
Que nadie lo utilice.
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