La corrupción,
sin duda, es el cáncer de la política. Un tumor cuyos efectos migran por la
organización y generan metástasis. Hace unos cuantos años un buen amigo, a raíz
del caso Roldán, me comentaba que todo aquel que justifica la búsqueda de
recursos para financiar un partido u organización pública, acaba financiándose
a sí mismo bajo el paraguas de la institución a la que dice representar. Desde
los 90 hasta este momento ha llovido mucho, pero este axioma ha estado presente
en la mayor parte de los casos de corrupción que se han sucedido hasta el día
de hoy.
Los efectos de la
corrupción son perversos para la institución que los padece y para la sociedad.
Con ella se quiebran los principios y valores que deben presidir las relaciones
sociales, se malversan fondos públicos y se deteriora la relación social. Los
socialistas sufrimos la vergüenza de los casos Roldán y Filesa. A partir de ese
momento establecimos un código ético muy exigente, que lo hemos endurecido aún
más en los últimos cuatro años, y un sistema de control y seguimiento para
acceso a cargos públicos y el ejercicio de sus funciones. Y aun así algún caso ha
surgido. No ha ocurrido lo mismo en el PP. El caso Naseiro, el caso Zamora y
otros de la misma época se resolvieron buscando la inmunidad judicial, bien por
caducidad o articulando defensas que convergían en éxito con la complicidad de
quien impartía justicia. Federico Trillo era el mago. No había caso que no se
le resistiese por la vía de la inmunidad judicial. Sus méritos judiciales le
auparon a la Presidencia del Congreso y a ocupar el cargo de ministro de
Defensa.
La laxitud del PP
para dar respuesta a los casos de corrupción les ha llevado a la situación
actual. Los casos Gürtell, Púnica, Lezo o Rato son una consecuencia de esa
actitud. Rajoy no tomó nota y se puso de perfil con Bárcenas. Se limitó a darle
ánimos y a pedirle que fuese “fuerte”. Con esa actitud estaba legitimando la
acción corrupta en su partido, que era el partido de Gobierno. Y no conforme
han intentado apagar el fuego con gasolina. Han intentado utilizar la Fiscalía
para controlar y tapar sus miserias. Hoy están en la cárcel el ex presidente de
la Comunidad de Madrid, Ignacio González, y su vicepresidente, Ignacio
Granados. Una vergüenza democrática que puede terminar en convulsión social, si
es verdad como apunta algún periodista estudioso y entusiasta de estos procesos
que las grabaciones de la UCO -Unidad contra el Crimen Organizado- al Sr. González
terminarán con el PP y profundizarán la brecha existente entre políticos y
sociedad.
Los 550
profesionales que integran la unidad de élite dentro de la Policía Judicial de
la Guardia Civil (UCO) están realizando un magnífico trabajo. Su acción no sólo
contribuye a que la justicia pueda reparar los daños y penalizar a quienes practican
la corrupción, sino también inciden en la acción preventiva. Ellos deben
trabajar siempre bajo la superior dirección de jueces y fiscales, quienes no
sólo han de desarrollar sus competencias con pulcritud e independencia, sino
que han de velar para que la investigación se lleve adecuadamente y se eviten
filtraciones utilizadas con fines espurios. La corrupción vende, y la prensa la
rechaza pero a la vez la instrumentaliza.
La corrupción
está ligada estrechamente a la actitud personal. La pulcritud y el respeto por
lo público es el mejor antídoto para evitarla. Sin embargo, esta cultura no
está ni ha estado presente siempre en los pueblos latinos y mediterráneos. La
sociedad se escandaliza con las prácticas corruptas que practican unos pocos
políticos, pero hay mucha gente a título personal que comparte las mismas
virtudes: defrauda hacienda, hace un uso fraudulento de ayudas públicas,
enmascara información para conseguir lo que persigue al margen de la ética...
Es un problema de actitud. En contra de lo que muchos ciudadanos puedan pensar
la corruptela de lo público está muy limitada. Sólo aquéllos que ocupan cargos
preponderantes de gestión y tienen asignadas grandes cifras de recursos
presentan riesgo. Es el caso de los altos cargos que asignan y adjudican
presupuestos, como fomento, sanidad o servicios sociales, por ejemplo. No es el
caso de las personas que se encuadran adscritos a puestos legislativos o
administrativos. Pero la alarma social ha cundido.
Los efectos de la
corrupción en el descrédito de la política y los políticos son perversos. Hoy
la sociedad ha colocado la etiqueta de corrupto a todo aquel que participe en
la vida pública. La reacción ante un caso de corrupción es indiscriminada. Se
adjudica por igual a todas las formaciones políticas, o incluso se llega a
justificar la corrupción del partido al que se vota igualando a todos por
igual. Pagan justos por pecadores. Pero el problema es aún mayor. El clima que
se respira puede llevar a una eclosión
social y a una inestabilidad política. Hoy, más que nunca, es necesario actuar
enérgicamente contra estas prácticas y erradicarlas de la acción política. La
quimioterapia política es imprescindible. Que pueda neutralizar el tumor es
otra cosa.
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