La Política es
una actividad noble por su propia naturaleza, siempre y cuando quienes la
ejercitan no la desvirtúen con prácticas mundanas e impropias de los fines a
los que debe orientarse. La defensa del bien común, el trabajo por la colectividad
y las causas de los más desfavorecidos; o la conquista de derechos y
libertades, la gestión de lo que es de todos y su representación es algo
sublime para quien tiene la oportunidad de ejercerlo, y debiera ser respetado
por todos aquellos que reciben sus frutos, a la vez que controlarlo. La
realidad es muy diferente. Hoy la Política y gran parte de los políticos están
devaluados y bajo sospecha. Bien es cierto, que en muchas ocasiones ocurre por
méritos propios de quien asume la responsabilidad política inadecuadamente.
Para la mayor
parte de los ciudadanos Política y Poder son sinónimos. No siempre es así. Un
destacado político español en ejercicio nos ha afirmado en diversas entrevistas
que "entró en política cuando obtuvo el acta de diputado", a la vez
que ha reiterado y asociado su situación política a su mantenimiento en puestos
de poder orgánico o administrativo. O sea, si él tiene lo que entiende por
"poder" está en política, sino no. La noble actividad de la política
se practica cuando se participa en la vida pública y se lucha por sacar
adelante lo que uno cree y desea. Se está en política cuando se participa en
una asociación de vecinos, en un consejo escolar, en un partido político, se es
concejal o cualquier otra actividad que tenga como referencia la defensa de lo
que es de todos. No se está en política sólo cuando se tiene un cargo de
gestión o representación pública. La política entendida sólo como ejercicio del
poder es mezquina y oportunista. Carece de principios y valores. Son muchos los
ciudadanos que tienen esta visión de la política y los políticos que practican
la acción política de esa forma.
El poder es ante
todo persuasión. La capacidad de influir en los demás. El cargo, cuando se
tiene, puede contribuir a alcanzar esa influencia por la posición de mando,
pero esa forma de ejercer el poder antes o después se agota. El respeto a los
demás, y a las mayorías, la evaluación continua y la asunción de críticas
acaban empoderando a quien tiene esa visión del ejercicio del poder. Las prácticas mezquinas que crean situaciones
de cautividad en torno a intereses ajenos a lo que se dice representar y
defender, antes o después están abocadas al fracaso y al rechazo social. Mucho
más si quienes las practica cuestiona por razones de oportunidad la posición
mantenida por la organización a la que representa.
En la acción
política el “diálogo” es la materia prima y el “odio” el cáncer. Para avanzar
en las propuestas y en la mejora del bienestar social es imprescindible buscar
acuerdos con otros interlocutores, incluso cuando no son necesarios por contar
con una mayoría suficiente. El acuerdo siempre legitima a quien lo promueve y
es capaz de buscar el punto de equilibrio renunciando a aquello que puede
renunciar. La imposición y el rechazo "per se" son la antítesis de la
acción política. Tiene corto recorrido y antes o después están condenados al
fracaso. La negociación siempre es una buena inversión para el futuro, mucho
más cuando se carece de la fuerza o el poder suficiente para lograr a lo que se
aspira. El “enrocamiento” en posiciones intransigentes que obedecen más a
posiciones emocionales que a la búsqueda de soluciones siempre conducen al
desastre de quienes las practican y defienden.
El poder en la
acción política siempre está ligado a la defensa de los intereses aceptados por
la mayoría. Asumir la responsabilidad que otorga el ciudadano es el primer paso
para obtener su reconocimiento. Se puede deformar la realidad para adaptarla a
la ideología, pero nunca dejar de asumir la responsabilidad del ejercicio del
poder que delegan los ciudadanos. La política si algo requiere es coherencia al
menos en el su desarrollo temporal. Lo contrario es una aventura incierta de
imprevisibles consecuencias.
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