En estos momentos
estamos llegando casi a la mitad de la actual Legislatura. Sus frutos efectivos
apenas han ido más allá de la aprobación de los presupuestos de 2017. Un
periodo político que se está caracterizando por lo que se denomina en la jerga
popular de “mucho ruido y pocas nueces”. Y lo que es peor, sin esperanza de
cambio a futuro. Tres son las grandes cuestiones de índole política que se
están determinado de cara al futuro: la salida de la crisis y mejora del bienestar
de los españoles, la conformación de las expectativas de voto y el mapa
electoral de los próximos procesos, y el devenir de los actuales partidos que
protagonizan la acción política.
Los diferentes
indicadores económicos ponen de manifiesto que España presenta una situación
económica similar a la que tenía previamente al comienzo de la crisis de 2008.
El último estudio publicado esta semana por el Banco de España así lo constata.
En el ámbito laboral no ocurre lo mismo. Hoy hay más desempleo y trabajo precario que cuando comenzó la crisis, y la brecha entre ricos y pobres ha
crecido. Sobre la sostenibilidad y suficiencia del Estado del Bienestar se abre
una gran incertidumbre, como estamos comprobando estos días con el debate que
se ha suscitado con las pensiones. La estabilidad política constituye otro
factor de incertidumbre, en especial para la inversión, para el consumo y la
creación de empleo. Al problema catalán se le une la ausencia de mayorías para
sacar los grandes proyectos políticas hacia delante y la ausencia de la
capacidad de entendimiento; y ello a pesar de que la previsión de crecimiento
para 2018 es de 2,7 por ciento -según el Banco de España-, y en 2017 el déficit
público se ha situado en el 3 por ciento, cumpliendo el objetivo de Estabilidad
marcado por la UE. Sin embargo, la falta de un modelo económico consistente y
competitivo hace necesario reforzar la situación política
para afrontar con garantías la salida de la crisis y la generación de
bienestar. No nos podemos permitir el lujo de no disponer de presupuestos a
mitad de año y de fiar nuestro futuro al hartazgo de los españoles ante unas
futuras elecciones que constaten el fracaso de la política. La política, ante
la falta de entendimiento, está dando la espalda a los intereses de los
españoles.
La agenda de los
partidos políticos y la parálisis parlamentaria están llevando a los españoles
a conformar y anticipar sus expectativas de voto en el momento actual,
descontando el tiempo que queda para la celebración de los próximos comicios
generales, que atendiendo a lo verbalizado por el presidente del Gobierno
pudiera prolongarse aún durante dos años más. A ello se une la acción mediática
de los lobbys y grupos de interés.
Muchas de las encuestas que se vienen publicando periódicamente están viciadas
por los intereses de quienes las editan. Hace unos días uno de los sociólogos
de cabecera del presidente González en sus años de gobierno, me decía que para
que una formación política cuente con la adhesión en el voto de la ciudadanía
es necesario, en primer lugar, que se le visualice como ganador y, en segundo
lugar, que tenga credibilidad para dar respuesta a sus principales problemas.
Este es el juego que se disputa en la actualidad. Y este es el momento en que
se conformará la voluntad de voto principalmente. En la etapa de descuento de
la legislatura predominará el ruido y cada uno reforzará sus posiciones y
creencias en base a su opinión asentada previamente. De ahí la necesidad de
elegir adecuadamente el posicionamiento en los diferentes temas de la agenda
política y de acertar en la estrategia y en la política de comunicación y
liderazgo. Hasta el momento, todo indica que en el mapa electoral la izquierda
(PSOE y Podemos) ha pasado de tener un peso en las elecciones generales de 2015
del 47 por ciento del voto al 37 actual en el que le sitúan las últimas
encuestas; por el contrario, el centro-derecha (PP y C’s) ha absorbido
prácticamente esa caída de la izquierda, salvo aquellos votos que irían a la
abstención, que también crecen. Este es el escenario con el que abordaremos el
tiempo que reste de legislatura.
Los últimos
procesos electorales en Europa han generado enormes cataclismos políticos. Este es el caso de Italia. Los partidos tradicionales han sucumbido ante
los de nuevo cuño, al igual que ocurrió en Holanda y Francia. En nuestro país
hay especulaciones en ese sentido con respecto al futuro del PP y el PSOE. Tenemos el antecedente de Podemos en las elecciones europeas en las que emergió con fuerza y con un fuerte capital político, como pudimos comprobar en las
dos últimas elecciones generales. Sin embargo, nadie duda que su capital
político y liderazgo se dilapidan día a día. El devenir de las diferentes formaciones políticas dependerá
de su actitud hacia los grandes temas de agenda política y su vocación futura
como "partidos de gobierno u oposición". Una actitud que el ciudadano medio es
capaz de captar y olfatear con gran sensibilidad, y que determina su
expectativa de voto y, en momentos críticos, su fortaleza representativa a futuro, más si su posicionamiento es abrupto y oportunista. Los votos que se pierden no regresan de forma directa en los siguientes procesos electorales, sino pasando previamente por otras opciones políticas, lo que determina un alto grado de incertidumbre en el tiempo para esos partidos. Así
lo constata la sociología política, de ahí la importancia de dar consistencia a
la oferta política y fidelizar a través de ellas a sus electores.
El tiempo es oro.
En la acción política, también. Su tiempo va unido inexorablemente a la agenda
de los ciudadanos. El momento decisivo en la toma de decisiones es aquel que
nos permite observar y analizar con más claridad lo que ha ocurrido y puede
ocurrir. A un año cierto de las elecciones municipales y autonómicas, y ante la
incertidumbre de la fecha de las generales, los españoles comienzan a perfilar,
madurar y conformar sus decisiones de futuro.
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