sábado, 3 de marzo de 2018

Tacticismo



Si por algo se caracteriza el panorama político español es por su “tacticismo”. Basta observar el posicionamiento sobre los diferentes temas de la “agenda política” para comprobar que el criterio de cada formación viene condicionado, en muchos casos, por la posición del partido al que consideran el principal rival en una futura confrontación electoral. Nada que no haya ocurrido en el pasado. La novedad es que se manifiesta con más intensidad y sin ningún tipo de rubor. Al menos antes se intentaba disimular; ahora, no. Vivimos ante una nueva inversión de la cultura política, a la que tampoco no son ajenos los “nuevos partidos”.

Cuando los ciudadanos van a las urnas acuden con la esperanza de elegir un partido político y unos candidatos que den respuesta a sus problemas. La decisión no es fácil. La inmensa mayoría de los ciudadanos vota emocionalmente. Se apoya a una opción política u otra de la misma manera que se sigue a un equipo de fútbol. Después vienen los sustos y las desilusiones. Casi nadie se para a pensar y a priorizar cuales son los principales problemas, y si las propuestas que ofrece cada formación son consistentes para dar respuesta a esos problemas. Los partidos lo saben, y salvo raras ocasiones ofrecen el “oro y el moro”. Una forma de desvirtuar la política, hacerla pequeña y no respetar a los ciudadanos.

Estos últimos días hemos podido contemplar cómo los partidos explicitaban sus objetivos para este año en los medios de comunicación. No deja de llamar la atención –ahí está la hemeroteca- que para casi todos el principal objetivo sea prepararse para ganar las elecciones municipales y autonómicas.  O lo que es lo mismo, ir pergeñando listas y desgastar al contrario con el aliciente de conseguir la mayor adhesión electoral posible. Nadie en su sano juicio, en el ámbito mercantil, ofrecería un servicio o un bien cuyo atributo no fuese la respuesta a una necesidad, sino vender más que la competencia; y ningún ciudadano lo compraría por ese motivo. En política los papeles a veces parecen estar tergiversados. Y lo peor de todo es que esta situación se ha integrado con toda normalidad en la cultura política de la que son partícipes políticos y ciudadanos. Las malas prácticas no sólo no se penalizan, sino que se premian en muchas ocasiones.

La política actual se caracteriza por la crítica exacerbada a todo y a todos, pero sin propuestas alternativas. Lo que yo mismo me he permitido en denominar en algunos de mis artículos como la “antipolítica”. No debe haber nada más frustrante para alguien que siente atracción por la acción política que la acritud y el discurso hueco ante los problemas ciudadanos, como falta de alternativa de un proyecto político con respuestas concretas. A ello se une la ausencia de convicciones firmes, como pone de manifiesto la alta volatilidad de sus planteamientos que varían en función de su aceptación social, según la demoscopia electoral. Y es que a veces los partidos, en su tacticismo del día a día, están más preocupados en luchar y vencer a las encuestas del momento que en sentar las bases para dar de forma firme y consistente respuesta a los grandes problemas de los ciudadanos. Su auténtica razón de ser y su auténtico rédito electoral. Lo primero favorece, lo segundo antes o después. La casuística así lo pone de manifiesto.  


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