sábado, 19 de mayo de 2018

Carrera política


Dos de los principales referentes políticos del PP han visto truncada su carrera política en un breve periodo de tiempo. Las dudas generadas por el máster cursado por la ya expresidenta de la Comunidad de Madrid, y también realizado por el vicepresidente de Comunicación del PP, al que a su vez se le cuestiona su titulación en Derecho, han sido la causa. Ambos, trasmitían frescura y se les había presentado ante la sociedad española como personas de éxito. Estaban llamados a ocupar responsabilidades mayores y su camino más inmediato se orientaba a presidir, si las urnas les daban un respaldo mayoritario, la Presidencia de la Comunidad de Madrid y la Alcaldía de la ciudad. Pero cuán diferente es la realidad a aquella que nos ha intentado hacer creer el PP y sus medios de comunicación afines. Su prestigio y aceptación pública se ha venido abajo. El problema de fondo es mayor. Todo hace pensar que subyace un problema de falsificaciones y actuaciones fraudulentas de algunas autoridades educativas, con el consentimiento de sus protagonistas. Su partido ante el problema ha preferido mirar para otro lado.

La mayoría de los españoles nos hemos educado en la creencia de que a mayor formación mayor oportunidad de progreso. De ahí que desde niños, bajo la tutela ejercida por nuestros padres, hemos intentado superarnos y buscar un futuro profesional asentado sobre un proyecto educativo en el que hemos invertido muchas horas y sacrificado otras opciones alternativas. Tener una carrera en nuestro país era una buena tarjeta de presentación en el mundo laboral. No te garantizaba nada, pero te abría puertas. Además te ofrecía estatus y reconocimiento; pero para ello había que sudar la camiseta. No perder la beca, compatibilizar un trabajo con la preparación de oposiciones o cursar una segunda carrera nunca ha sido fácil. No era una cuestión de seis meses. Como mucho, el común de los mortales al compatibilizar trabajo con estudios  avanzábamos cuatro asignaturas cuatrimestrales al año o requeríamos dos años a pleno rendimiento, acostándose muy tarde y los fines de semana con dedicación plena -hasta 13 horas de estudio-, para superar la ansiada oposición. Al menos esa es mi experiencia. A todo hay quien gane. El pertenecer a una determinada organización no infunde “per se” un talento especial.

Ahora resulta que la pirámide está invertida. Algunas formaciones políticas eligen a sus dirigentes y les intentan dar valor añadido engordando y adornando su currículum a través de titulaciones y máster que no cursan o si los hacen lo realizan de una forma testimonial. Para ello utilizan su poder de referencia e influencia sobre determinadas autoridades académicas, cuando no soportan su acción en actuaciones clientelares. Una vergüenza que rompe el principio de igualdad y la equidad entre los españoles. Una línea de conducta que hay que erradicar cuanto antes de la vida pública. Los principios de igualdad, mérito y capacidad constituyen una garantía para selección de los mejores y para el mejor impulso de la sociedad tanto en el ámbito privado como público. Las diferentes formaciones políticas debieran ser muy conscientes de ello. La mediocridad y el amiguismo sólo generan frustración, antes o después. Y a la vida pública se llega a servir y no a servirse. De ahí la importancia de llegar con la vida laboral orientada y, si es posible, resuelta. No se puede pretender vivir de la política y pensar en una dedicación de por vida. La participación en lo público por definición es efímera. Y para ello tampoco es imprescindible poseer títulos, si la función requerida no los exige.

Basta hacer un recorrido por los currículums de los políticos españoles para comprobar que muchos de ellos padecen de “titulitis”. Es decir, de una hiperinflación de títulos orientados reforzar su imagen personal y profesional. Hagan la prueba y repasen las fichas de los parlamentarios españoles. O incluso más fácil, vayan a la ficha del diputado y vicepresidente de Comunicación del PP, como expresión mediática del problema que se está debatiendo estos días. Quedarán impactados. Les confieso que a mí también me impresionó la primera vez que lo vi. Me lo creí. Ahora, después de conocer que la mitad de las asignaturas de la licenciatura de Derecho le llevaron siete años y la otra mitad seis meses, tras cambiarse de universidad, me declaro escéptico. Mucho más cuando tiene no sé cuántas cosas más en universidades extranjeras, e incluso ha sido en una de ellas profesor visitante. No creo en los milagros, y menos en las tonterías.  

Asociar la aceptación política a un determinado currículum virtual constituye un fraude a la confianza y  respeto que merecen los electores. Hay quien lo hace en el ámbito laboral, pero en la vida pública invalida a quien actúa así como político. La carrera política de algunos no pasa por instrumentar una carrera académica ficticia para seducir a los ciudadanos. Ambas son inexistentes e improcedentes. Dignificar la política pasa por no hacer de la participación pública una carrera, y menos instrumentalizarla con títulos académicos que no se orientan a la formación y el enriquecimiento del capital humano, sino a fines espurios. Quien actúa así no es digno de estar en la política. Y si su actuación objetivamente es fraudulenta debe irse.   



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