Dos de los
principales referentes políticos del PP han visto truncada su carrera política
en un breve periodo de tiempo. Las dudas generadas por el máster cursado por la
ya expresidenta de la Comunidad de Madrid, y también realizado por el
vicepresidente de Comunicación del PP, al que a su vez se le cuestiona su
titulación en Derecho, han sido la causa. Ambos, trasmitían frescura y se les
había presentado ante la sociedad española como personas de éxito. Estaban
llamados a ocupar responsabilidades mayores y su camino más inmediato se
orientaba a presidir, si las urnas les daban un respaldo mayoritario, la Presidencia
de la Comunidad de Madrid y la Alcaldía de la ciudad. Pero cuán diferente es la
realidad a aquella que nos ha intentado hacer creer el PP y sus medios de
comunicación afines. Su prestigio y aceptación pública se ha venido abajo. El
problema de fondo es mayor. Todo hace pensar que subyace un problema de
falsificaciones y actuaciones fraudulentas de algunas autoridades educativas,
con el consentimiento de sus protagonistas. Su partido ante el problema ha
preferido mirar para otro lado.
La mayoría de los
españoles nos hemos educado en la creencia de que a mayor formación mayor
oportunidad de progreso. De ahí que desde niños, bajo la tutela ejercida por
nuestros padres, hemos intentado superarnos y buscar un futuro profesional
asentado sobre un proyecto educativo en el que hemos invertido muchas horas y
sacrificado otras opciones alternativas. Tener una carrera en nuestro país era
una buena tarjeta de presentación en el mundo laboral. No te garantizaba nada,
pero te abría puertas. Además te ofrecía estatus y reconocimiento; pero para
ello había que sudar la camiseta. No perder la beca, compatibilizar un trabajo
con la preparación de oposiciones o cursar una segunda carrera nunca ha sido
fácil. No era una cuestión de seis meses. Como mucho, el común de los mortales
al compatibilizar trabajo con estudios
avanzábamos cuatro asignaturas cuatrimestrales al año o requeríamos dos
años a pleno rendimiento, acostándose muy tarde y los fines de semana con
dedicación plena -hasta 13 horas de estudio-, para superar la ansiada
oposición. Al menos esa es mi experiencia. A todo hay quien gane. El pertenecer
a una determinada organización no infunde “per se” un talento especial.
Ahora resulta que
la pirámide está invertida. Algunas formaciones políticas eligen a sus
dirigentes y les intentan dar valor añadido engordando y adornando su
currículum a través de titulaciones y máster que no cursan o si los hacen lo
realizan de una forma testimonial. Para ello utilizan su poder de referencia e
influencia sobre determinadas autoridades académicas, cuando no soportan su
acción en actuaciones clientelares. Una vergüenza que rompe el principio de
igualdad y la equidad entre los españoles. Una línea de conducta que hay que
erradicar cuanto antes de la vida pública. Los principios de igualdad, mérito y
capacidad constituyen una garantía para selección de los mejores y para el
mejor impulso de la sociedad tanto en el ámbito privado como público. Las
diferentes formaciones políticas debieran ser muy conscientes de ello. La
mediocridad y el amiguismo sólo generan frustración, antes o después. Y a la
vida pública se llega a servir y no a servirse. De ahí la importancia de llegar
con la vida laboral orientada y, si es posible, resuelta. No se puede pretender
vivir de la política y pensar en una dedicación de por vida. La participación
en lo público por definición es efímera. Y para ello tampoco es imprescindible
poseer títulos, si la función requerida no los exige.
Basta hacer un
recorrido por los currículums de los políticos españoles para comprobar que
muchos de ellos padecen de “titulitis”. Es decir, de una hiperinflación de
títulos orientados reforzar su imagen personal y profesional. Hagan la prueba y
repasen las fichas de los parlamentarios españoles. O incluso más fácil, vayan
a la ficha del diputado y vicepresidente de Comunicación del PP, como expresión
mediática del problema que se está debatiendo estos días. Quedarán impactados.
Les confieso que a mí también me impresionó la primera vez que lo vi. Me lo
creí. Ahora, después de conocer que la mitad de las asignaturas de la
licenciatura de Derecho le llevaron siete años y la otra mitad seis meses, tras
cambiarse de universidad, me declaro escéptico. Mucho más cuando tiene no sé
cuántas cosas más en universidades extranjeras, e incluso ha sido en una de
ellas profesor visitante. No creo en los milagros, y menos en las
tonterías.
Asociar la
aceptación política a un determinado currículum virtual constituye un fraude a
la confianza y respeto que merecen los
electores. Hay quien lo hace en el ámbito laboral, pero en la vida pública
invalida a quien actúa así como político. La carrera política de algunos no
pasa por instrumentar una carrera académica ficticia para seducir a los
ciudadanos. Ambas son inexistentes e improcedentes. Dignificar la política pasa
por no hacer de la participación pública una carrera, y menos
instrumentalizarla con títulos académicos que no se orientan a la formación y
el enriquecimiento del capital humano, sino a fines espurios. Quien actúa así
no es digno de estar en la política. Y si su actuación objetivamente es
fraudulenta debe irse.
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