Algunos insignes
filósofos políticos mantienen la tesis de que el sistema democrático participa
de la naturaleza propia de un mercado. Oferta y demanda se conjugan así para la
búsqueda de su punto de equilibrio de forma indirecta, ya que la confianza para
formar Gobierno se alcanza gracias a la conformación de esa mayoría que hace
posible disponer de la mitad más uno de los representantes. La oferta se
configura en torno a un conjunto de candidatos, con un programa político en el marco
de una línea ideológica para orientar las políticas de acción, y bajo la marca
de un partido. La experiencia nos enseña que son muchos los partidos políticos
que presentan ofertas inconsistentes e imposibles de llevar a término, en caso
de gobernar, como hemos tenido la ocasión de comprobar en muchas ocasiones. Y
también nos muestra la autocomplacencia de muchos ciudadanos a apoyar con su
voto estas ofertas imposibles; la demanda la constituye el conjunto del cuerpo
electoral que selecciona mediante su voto la opción que en el momento de
ejercer el derecho de sufragio mejor se adapta a sus deseos de gobierno. Su
segmentación es dinámica. Cambia con el tiempo y las costumbres. La tradicional
segmentación ideológica ha facilitado un mayor paso de los segmentos
nacionalistas y transversales, a la vez que ha disminuido la fidelidad de voto.
Hoy más del 20 por ciento de los votantes tienen predisposición a cambiar su
voto de unas elecciones a otras.
Si por algo se
van a caracterizar los próximos procesos electorales es por su fragmentaciónpolítica. La oferta tanto en la derecha, como en la izquierda, como en los
grupos nacionalistas es más amplia que nunca. Y es posible que todos los grupos
tengan representación en el Parlamento nacional, autonómico y en muchos
ayuntamientos. La división del voto siempre complica la gobernabilidad futura
de las instituciones. Lo hemos podido comprobar desde el 2012 hasta hoy, y todo
lleva camino de complicarse aún más. Todo indica que en el futuro no habrá un
bloque homogéneo que pueda conformar mayoría en el Estado, pero tampoco en algunas Comunidades Autónomas y Entidades
Locales. El bloque de la izquierda -PSOE y Podemos- para conseguir una mayoría
de gobierno necesitará el concurso de al menos 30 diputados nacionalistas y el
de centro-derecha (Cs y PP) el apoyo de más de 30 diputados del partido más
extremo de la derecha, en función de cómo se retroalimenten sus propios
resultados.
La política
española y sus políticos participan cada día más de la cultura mercantilista electoral.
Basta hacer un recorrido por su acción electoral para comprobar cómo las
campañas y sus contenidos buscan fundamentalmente la persuasión de sus
votantes, fuera de las propuestas para dar respuesta a los problemas de los
ciudadanos. Por lo general, se busca un relato (un cuento) que presente la
superioridad de su oferta y la diferencie claramente de otras opciones
apoyándose en la imagen del líder del partido y, a veces, en la imagen de marca
de la opción política. Agencias de publicidad y gabinetes técnicos diseñan
campañas para ganar sustentadas en propuestas que situando al ciudadano en el
centro de su acción, a veces están muy lejos de la naturaleza política.
Campañas muy largas que producen hastío en la ciudadanía y distancian al
ciudadano de su implicación en los temas públicos. Lo estamos viendo estos
días. Aún no se ha disuelto la legislatura y todos los partidos están en modo
de electoral desde hace tiempo. Al final todo acaba convirtiéndose en ruido, y
los votantes se mueven a la hora de votar por el poso emocional que van dejando
todas estas acciones electorales.
Las técnicas de
márketing son perfectamente compatibles con la acción política. La política en
mayúsculas, aquélla que se caracteriza por definir programas realistas de para
dar respuesta a los problemas de la ciudadanía, por el respeto de las reglas
del juego, el apoyo en los mejores activos posibles y la búsqueda de acuerdos
en procesos de negociación, debe prevalecer sobre la política mediática vacía
de contenido. La política, en sus múltiples manifestaciones, es una función
noble que dice mucho a favor de quien la ejerce honestamente. Debemos recuperar
el reconocimiento social que en su momento tuvo, desbrozando y desechando
cualquier acción conexa que se aleje de su propia naturaleza. El mercado
electoral ha de respetar su propia esencia. En las elecciones se busca
“esperanza” y ésta es incompatible con el engaño.
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