Mariano Rajoy
apuntó en su última campaña electoral a la cifra de 20 millones de empleos como
objetivo a alcanzar en 2020. Lo repitió en reiteradas ocasiones en el
transcurso de la última legislatura. En el inicio del curso político en el que
sería destituido adelantó la promesa de crear estos 20 millones de puestos de
trabajo en 2019. En círculos populares estaban convencidos de que esa cifra
marcaba el horizonte de su legislatura. Una vez alcanzada, si eso sucedía,
disolvería las Cortes y convocaría elecciones. La sentencia del Gürtell y la
moción de censura posterior cambiaron todo. En realidad, Mariano apuntaba a ese
objetivo por su valor simbólico. Cuando estalló la crisis con la quiebra de las
hipotecas subprime y la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, en
nuestro país había 20,7 millones de personas ocupadas. Alcanzar los 20 millones
-que en realidad debieran ser 700.000 más- significaba para él enviar el
mensaje a la sociedad española de que la crisis estaba superada. La conclusión
restante les correspondería a los españoles a la hora de manifestarse en las
urnas.
Esta última
semana hemos conocido la última EPA. Según dicha Encuesta de Población Activa,
España ha alcanzado a finales de 2018 un total de 19,56 millones de empleados,
y a lo largo de este año se crearon 566.200 empleos. Esto significa que, de
mantenerse la tendencia en 2019, se alcanzarían los sugerentes 20 millones.
Durante estos últimos cinco años el empleo ha ido al alza en todos ellos. El
último trimestre del año el empleo siempre descendía, sin embargo en 2018 se
invirtió la tendencia: se crearon 38.000 puestos de trabajo. El modelo
económico que sustenta el crecimiento sigue siendo el mismo. Un modelo
productivo basado en servicios de bajo valor añadido, y muy intensivos en mano
de obra poco cualificada. La industria y la intensidad tecnológica tienen poco
peso. Estos últimos años la economía española ha sido impulsada por los vientos
de cola que venía del exterior: bajos tipos de interés, bajada del petróleo, aumento
del comercio... El cuarto trimestre del 2018 el consumo y la inversión interna
mantuvieron el crecimiento. Se ha producido un comportamiento mejor del
esperado gracias a la construcción y los
servicios. Hemos terminado creciendo, según el INE, al 2,5 por ciento del PIB.
Sin embargo, todo indica que la tendencia cambiará en 2019.
Las señales que
llegan del comercio mundial son negativas, lo cual anticipa que empeoraran las
exportaciones españolas y europeas, más cuando algunos de nuestros principales
socios como Alemania, Francia e Italia están atravesando por dificultades, a lo
que se añade las dificultades del ‘gigante chino’ que también repercutirán en
nuestra balanza comercial. El viento de cola amaina y prueba de ello es que la
previsión de crecimiento del PIB se ha revisado al 2,2 por ciento, lo que no ha
impedido ya la carga de los populares sobre la política económica del actual
Gobierno. Si Rajoy estuviese ahora de presidente de Gobierno tendría que ser
más cauto. La economía española requiere de una gran reforma estructural que,
una vez iniciada, tardará años en cristalizar y en dar sus frutos.
El mercado
laboral ha ido poco apoco superando los efectos de la Gran Recesión. Hasta el
momento se ha recuperado el 70 por ciento de los puestos de trabajo perdidos a
raíz de la crisis. La tasa de desempleo se eleva a 14,45 por ciento de la
población activa y contamos con 3,3 millones de parados, lejos del 25,77 por
ciento de paro de 2012. Otra cuestión es la calidad del empleo. La reforma
laboral del PP, sin duda, ha contribuido a la creación de empleo, pero lo ha
precarizado. Hoy el 26,9 por ciento de los asalariados tienen un contrato de
trabajo temporal. En el comienzo de la crisis era de tres puntos menos. Y el
paro de larga duración se extiende a más del 51 por ciento de los parados. La
temporalidad también se ha extendido a la Administración Pública, en la que se
alcanza el 26 por ciento de temporalidad, a pesar de su fuerte crecimiento en
el último año sin abordar los problemas estructurales y de eficiencia que
presenta. Una asignatura pendiente para todos los gobiernos de la democracia.
En definitiva, el patrón laboral sigue siendo el mismo de hace muchos años. Eso
sí, con fuertes asimetrías territoriales que se reflejan en la renta y en la
calidad del empleo. A todos los españoles nos gustará ganar lo que a un vasco o
un navarro, y tener sus condiciones de empleo, y si no que se pregunten a los
andaluces, canarios y extremeños, que presentan con respecto a aquéllos una
diferencia notable tanto en renta como en calidad del empleo.
No va a ser fácil
recuperar la situación previa a la crisis. La economía española se mueve
inercialmente al albur de las relaciones comerciales internacionales, y con
ello el consumo y la inversión, a los que va asociado el mercado laboral. Por
suerte estamos resistiendo la desacelaración económica mejor que el resto de
los países de nuestro entorno, como lo prueba la evolución del último trimestre
del año. Sólo con un esfuerzo ímprobo alcanzaremos en 2020 los 20,7 millones de
ocupados para celebrar la salida de la crisis. Para ello es imprescindible
modernizar nuestro sistema productivo y generar confianza en los inversores y
en el turismo. La estabilidad política también ayuda, aunque a veces de la
sensación de que no se nota.
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