El debate a las
enmiendas a la totalidad de los presupuestos y la propuesta del relator hace
que la tensión emocional de los ciudadanos y de los actores políticos, en estos
momentos, se encuentre en uno de los puntos más álgidos de la legislatura. La
sensibilidad está a flor de piel. La política se mueve a golpe de sentimientos
emocionales, y a las pruebas me remito. Basta seguir los medios de comunicación
para constatar que la acción política se ha reducido a un campo de batalla en
el que todo se reduce al “tú más”, o la descalificación permanente del
contrario sin entrar a realizar un análisis causal o propuesta alternativa
alguna sobre aquellos temas que preocupan y ocupan a los españoles. Lo
importante es quién gana la batalla emocional. Esto nos lo pone muy difícil a
algunos que, por educación y formación profesional, nos hemos criado al cobijo
de los valores de la Ilustración. Hoy la razón y el análisis argumental se ven
desplazados por la tensión emocional.
La posición
política de las personas, por lo general, emula el fanatismo deportivo. Se
busca más reforzar la posición emocional
que contrastar ideas para que sus opiniones sean más fundamentadas. Los niveles
de testosterona bajan o suben en función de la intensidad de la pelea. Los
partidarios de una determinada facción política ven siempre más defectos en los
partidos con los que no se identifican, y en especial con el que consideran su
principal rival. Rivalizan y actúan igual que las hinchadas del Madrid y el
Barcelona. Y a pesar de que la pericia,
la inteligencia y el racionamiento consciente suelen aportar buenos resultados,
tendemos a hacernos trampas en el solitario y explorar la veta emocional. Para
ello no tenemos ningún escrúpulo en no dejar que la razón saque sus
consecuencias y la dirigimos hacia la conclusión que preferimos, o nos hacemos
fuertes defendiendo los fallos evidentes y objetivos en la posición que
mantenemos. Lo importante es hacer prevalecer nuestra posición.
Los partidos
políticos y los medios de comunicación contribuyen al desarrollo de esta
heurística. La “política carroñera” ha alcanzado su máximo exponente. En
tertulias, ruedas de prensa e incluso actividad parlamentaria los mensajes van
buscando siempre el hígado del contrario aprovechado una debilidad conocida o
magnificando y descalificando una posición reclamando la propia superioridad
moral de quien la critica frente al contrario. El análisis posterior deja paso
a la acusación: traidores, corruptos, totalitarios, egoístas... En definitiva,
nosotros somos los buenos y los otros son los malos, así de sencillo. Cuanto
más simples sean los mensajes y más alcance emocional tengan mayor será su
eficacia. El político de turno por lo general, en estas circunstancias, tampoco
dará más de sí. Ensimismado por su protagonismo su posición se aleja de la
realidad, sin ser consciente de ello ni importarle; al fin y al cabo pensará
que la política es la búsqueda del exabrupto, y cuanto más grande sea más
notoriedad le permitiría alcanzar; o bien se comporta con el perfil psicológico
de un “paleto ignorante”, que nos sufre ni padece pero tiene notoriedad y la
gente puede hablar de él.
Los medios de
comunicación cumplen muchos de ellos el papel de cómplice necesario. La cuenta
de resultados manda y para ellos son claves las audiencias en las que se
sustenta su publicidad. Prefieren un sentimiento a un argumento. La emoción es
mucho más efectiva que una argumentación. Se comprende a los ofendidos y se
condena a los ofensores, aunque no sepamos muy bien por qué. Bien es cierto que
la mejor causa se puede degradar cuando se defiende con juicios y
prohibiciones. Quien participa en una tertulia o un debate sabe muy bien que si
no cumple con el papel preestablecido del papel asignado lo más posible es que
no vuelva. Doy fe de ello. En una tertulia de una televisión de ámbito nacional
en la que participé se me asignó un papel tácito de bloque junto con el
representante de Podemos frente a otros dos participantes de partidos que
representaban a la derecha. En una de las cuestiones que se debatieron yo
manifesté mi independencia de criterio rompiendo la unidad de bloques, el
castigo no se hizo esperar: nunca más volví a participar en esa tertulia. O
entras en el juego emocional, o ya sabes lo que te espera. La política en
mayúsculas no interesa, y los “hooligans” tienen todas las de ganar. Sólo hace
falta hacer un repaso por el nuevo estilo de liderazgo político.
La tensión
emocional se ha convertido en el nuevo motor de la política. Lo vamos a ver estos
días con las manifestaciones en la calle y el debate de la primera fase de los
presupuestos. Se trata de elevar tanto la temperatura que la olla a presión
estalle. Algo parecido a lo que está pasando en Venezuela, salvando las
diferencias, que son claras. Todos somos responsables de lo que está pasando.
Un buen ejercicio sería dejarse llevar por la razón y olvidarse de la eficacia
de los movimientos emocionales para la movilización de masas, pero me temo que
para eso tendremos que aprender de los errores del pasado e incluso sufrirlos
en las propias carnes. Hoy el espíritu de la Ilustración debiera estar en la
sociedad española y europea más presente que nunca, lo necesitamos.
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