sábado, 31 de agosto de 2013

La locura siria



El ataque con armas químicas al pueblo sirio orquestado por sus dirigentes, con Bachar el Asad al frente –esto es lo que ratifican los informes técnicos-, ha sobrepasado todos los límites de la dignidad humana. Un acto execrable que merece la máxima condena y repudio de sus autores, pero también la depuración de responsabilidades por “crímenes de lesa humanidad”.

La ‘Primavera árabe’ concluyó en Siria en un conflicto civil. El intento de derrocar a su presidente, como sucedió en Túnez y Egipto, derivó en una fuerte represión del régimen desde 2011, que ha producido una matanza cruel y ha derivado hacia una guerra civil. Y todo ello ante la impasible acción de las democracias occidentales. 

El presidente Obama ha anunciado su intención de reprender con una acción armada selectiva el último ataque genocida del monstruo de su presidente. Actuación que cuenta con el apoyo de Francia, el silencio latente del resto de los países de Europa, entre ellos el nuestro y el veto en el Consejo de Seguridad  de la ONU de Rusia y China. Nadie duda de la responsabilidad del régimen esta masacre y de la necesidad de un fuerte castigo para evitar que acciones de este tipo queden impunes y se puedan volver a repetir.

Las consecuencias de un ataque armado, aunque sea selectivo y sobre objetivos militares, recaería una vez más sobre los más débiles de la población civil. La táctica anunciada por el presidente de los EEUU recuerda a la famosa cumbre de las Azores. Los prolegómenos son muy similares y esperemos que los efectos, en caso de producirse, que ¡ojalá no!, no deriven en el desastre que supuso la actuación en Irak. 

Hay formas alternativas a un ataque militar para castigar la acción del régimen sirio. En primer lugar es necesaria una clara y contundente presión diplomática internacional, que hasta ahora no se había producido, e incluso no ha tenido la intensidad que merecían los acontecimientos; es necesario bloquear la entrada de armas a Siria y presionar a su aliados con toda intensidad en todos los frentes en los que tengan intereses para que el Asad abandone el poder y se respeten los Derechos Humanos en Siria.

Una intervención militar solo contribuiría a tensar más las relaciones con el mundo islámico y a generar una escalada de su “yihad” en sus diferentes manifestaciones y sus efectos negativos sobre la economía y recuperación económica. Es de esperar que Obama no se haya vuelto loco y sus amenazas sean solo disuasorias.        


sábado, 24 de agosto de 2013

¡Qué panorama!



En los próximos días comienza el curso político 2012-2013. El panorama no puede ser más negro. La crisis económica que se inició en 2008 en EEUU derivó de una crisis financiera a una crisis económica, y manifestó sus efectos con posterioridad en el ámbito laboral, social y política, por este orden. Todos estos hitos se han ido reproduciendo de forma secuenciada en nuestro país. El próximo curso político que se inicia en los próximos días no va a ser ajeno a los efectos de la crisis.

Como afirmó Alfredo Pérez Rubalcaba en el último Comité Federal del PSOE, y recordó en la comparecencia de Rajoy en el Congreso sobre el ‘caso Bárcenas’ el pasado día 3 de agosto, el Gobierno desarrolla su gestión política bajo la acción de tres volcanes en erupción: el político, el territorial y el económico-social.

Si algo ha quedado claro de la comparecencia del día 3 de agosto ya referida es que el presidente del Gobierno mintió en sede parlamentaria. Así ha quedado acreditado con el conocimiento de las nóminas millonarias pagadas a Luis Bárcenas por el PP. También hemos conocido, a través de la declaración de Cospedal en el juzgado, que fueron Mariano Rajoy y Javier Arenas quienes mantuvieron el estatus de Bárcenas con la confianza de buscar una salida negociada. El resultado es la pérdida de credibilidad, aún más, de Rajoy y su situación insostenible. El presidente debe dimitir. La ausencia del ‘impeachment’ en nuestro ordenamiento jurídico no le exime de su responsabilidad política ante el pueblo español. Su imagen erosiona a nuestro país y nos resta credibilidad.

En esta situación ningún partido político con vocación de gobierno puede suscribir acuerdos con el grupo político mayoritario. El PP está solo y cautivo de sus propias acciones, con Bárcenas a la cabeza. Pero a ello se unirán las tensiones internas en el partido. Tan pronto como el PP pierda el liderazgo en las encuestas, que no tardará, el terror y las luchas internas se desencadenarán con gran virulencia. Un proceso de lisis que alcanzará su punto álgido en los momentos electorales.

La próxima Diada de Cataluña, el día 11 de septiembre, agravará el inicio de la crisis del modelo territorial, agravada por la negociación del modelo de financiación con las CCAA. El PP ha utilizado siempre el centralismo y la idea de “España grande y libre” como cohesión del pueblo español, y esto ahora no funciona. El PP necesita un proyecto de modelo territorial capaz de ser consensuado y negociado con el resto de las fuerzas políticas. Algo impensable si tenemos en cuenta los sobrepesos de personajes como Aznar o Esperanza Aguirre. Y su falta de credibilidad ante el pueblo español. 

En el plano económico y social la brecha es aún mayor. La crisis hace estragos. Los pensionistas han perdido mucho poder adquisitivo y las ayudas sociales cada vez son menores y con menos alcance. El caso más patético son las prestaciones por desempleo. Por desgracia, la situación económica no mejora más allá de los periodos estacionales y el FMI ha dejado claro que las expectativas no solo no son halagüeñas, sino que no creceremos para crear empleo hasta el 2018.  

El próximo curso político puede resultar agónico. Las perspectivas no pueden ser peores. La recuperación económica, como remedio de todos los males en la que confía Mariano, no llegará. Para recuperar la confianza e impulsar con intensidad la recuperación económica el primer paso ha de ser la dimisión del presidente del Gobierno. El segundo, buscar un gran acuerdo parlamentario sobre los grandes temas que afectan a los españoles. La respuesta la tiene el PP.  

lunes, 19 de agosto de 2013

Error de cálculo




Egipto es un caos. El golpe de Estado de los militares suplantando la voluntad democrática del pueblo egipcio ha devenido en una crisis no calculada bajo la permisiva mirada del mundo occidental, y en especial de los EEUU.  La sumisión del régimen militar de Mubarak fue muy útil para los intereses geopolíticos del pueblo americano y del Estado de Israel. Sin embargo, la situación es muy diferente. Este error de cálculo puede tener dramáticas consecuencias para la estabilidad política del mundo y la alianza de civilizaciones.

El espíritu de la Primavera Árabe se desvanece así poco a poco. Se pone de  manifiesto la contradicción de la cultura democrática con la visión de las sociedades islámicas. Tras el año de gobierno de los Hermanos Musulmanes, la esencia democrática se desvanecía día a día. Gobernaban para ellos y sus intereses islámicos. Una situación que llevaba a la frustración de una gran parte del pueblo egipcio que soñaba con una sociedad más abierta y occidental. Un choque de valores en una sociedad islámica muy arraigada que no se supera de un día para otro y que requiere tiempo. Pero esa situación en ningún caso debiera haber justificado el golpe liderado por el general y máximo comandante de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatahal Siri. Sólo intereses ocultos pueden justificar esa situación para no aceptar los resultados democráticos.

El golpe no debiera haber contado nunca con el respaldo tácito de los países occidentales. Una vez más, en especial la UE no ha dado la talla. Más con la salvaje represión militar que ha sumado cantidades ingentes de muertos desde el primer día. Algún día hasta 600 muertos. Era lógico que los Hermanos Musulmanes no se quedasen de brazos cruzados. Hoy están respondiendo a la violencia con violencia, al igual que hizo el Frente Islámico de Salvación (FIS) argelino cuando el ejército abortó las elecciones en 1992.El futuro de Egipto se parece mucho al de Argelia. La guerra civil está servida, si bien puede tener manifestaciones muy diversas. Lo que el actual gobierno de Egipto llama terrorismo puede convertirse en una prolongación de la Yihad Islámica. El apoyo de Al Qaeda proveniente de los países vecinos, Libia y Mali, o Bahrein, puede ser el origen de una intensificación de un conflicto aún mayor de  civilizaciones que puede derivar en una mayor entropía política. 

Los efectos no tardarán en llegar. La tensión de la zona se reflejará en la pérdida de vidas humanas como resultado del conflicto y la extensión de la acción terrorista islámica en el mundo occidental. De esta situación se derivaran tensiones económicas con una implicación de los países islámicos en el conflicto y una disminución de la producción de crudo. En definitiva, un futuro incierto y desafiante para el bienestar de las democracias occidentales. Algo con lo que sin duda no contaba el premio Nobel de la Paz y que, hasta que la cosa se ha puesto fea, aceptó el puesto de vicepresidente interino de Egipto para asuntos internacionales, Mohamed el Baradei –dimitió tras la masacre de los 600 muertos-, ni mucho menos los analistas políticos de EEUULa ilegalización de los Hermanos Musulmanes no parece ser la solución. Y mucho menos el papel pasivo de la comunidad internacional ante lo que se presumía la institución más prestigiosa de Egipto: el ejército, que día a día comprobamos como practica el terrorismo de Estado.