Egipto es un caos. El golpe de Estado de los militares suplantando la
voluntad democrática del pueblo egipcio ha devenido en una crisis no calculada
bajo la permisiva mirada del mundo occidental, y en especial de los EEUU. La sumisión del régimen militar de Mubarak
fue muy útil para los intereses geopolíticos del pueblo americano y del Estado
de Israel. Sin embargo, la situación es muy diferente. Este error de cálculo
puede tener dramáticas consecuencias para la estabilidad política del mundo y
la alianza de civilizaciones.
El espíritu de la Primavera Árabe se desvanece así poco a poco. Se pone
de manifiesto la contradicción de la
cultura democrática con la visión de las sociedades islámicas. Tras el año de
gobierno de los Hermanos Musulmanes, la esencia democrática se desvanecía día a
día. Gobernaban para ellos y sus intereses islámicos. Una situación que llevaba
a la frustración de una gran parte del pueblo egipcio que soñaba con una
sociedad más abierta y occidental. Un choque de valores en una sociedad
islámica muy arraigada que no se supera de un día para otro y que requiere
tiempo. Pero esa situación en ningún caso debiera haber justificado el golpe
liderado por el general y máximo comandante de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatahal Siri. Sólo intereses ocultos pueden justificar esa situación para no aceptar
los resultados democráticos.
El golpe no debiera haber contado nunca con el respaldo tácito de los
países occidentales. Una vez más, en especial la UE no ha dado la talla. Más con
la salvaje represión militar que ha sumado cantidades ingentes de muertos desde
el primer día. Algún día hasta 600 muertos. Era lógico que los Hermanos
Musulmanes no se quedasen de brazos cruzados. Hoy están respondiendo a la
violencia con violencia, al igual que hizo el Frente Islámico de Salvación
(FIS) argelino cuando el ejército abortó las elecciones en 1992.El futuro de
Egipto se parece mucho al de Argelia. La guerra civil está servida, si bien
puede tener manifestaciones muy diversas. Lo que el actual gobierno de Egipto
llama terrorismo puede convertirse en una prolongación de la Yihad Islámica. El
apoyo de Al Qaeda proveniente de los países vecinos, Libia y Mali, o Bahrein,
puede ser el origen de una intensificación de un conflicto aún mayor de civilizaciones que puede derivar en una mayor
entropía política.
Los efectos no tardarán en llegar. La tensión de la zona se reflejará
en la pérdida de vidas humanas como resultado del conflicto y la extensión de
la acción terrorista islámica en el mundo occidental. De esta situación se
derivaran tensiones económicas con una implicación de los países islámicos en
el conflicto y una disminución de la producción de crudo. En definitiva, un
futuro incierto y desafiante para el bienestar de las democracias occidentales.
Algo con lo que sin duda no contaba el premio Nobel de la Paz y que, hasta que
la cosa se ha puesto fea, aceptó el puesto de vicepresidente interino de Egipto
para asuntos internacionales, Mohamed el Baradei –dimitió tras la masacre de
los 600 muertos-, ni mucho menos los analistas políticos de EEUU. La ilegalización de los Hermanos Musulmanes no
parece ser la solución. Y mucho menos el papel pasivo de la comunidad
internacional ante lo que se presumía la institución más prestigiosa de Egipto:
el ejército, que día a día comprobamos como practica el terrorismo de
Estado.
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