domingo, 23 de febrero de 2014

La marca de Esperanza



Creo que nadie duda de los dotes de Esperanza Aguirre en materia de seducción. Al menos para sus seguidores. Tampoco para convertir la necesidad en virtud; o presentar ante la opinión pública lo malo como bueno, o lo bueno como malo, según le interese. Para ello no ha tenido ningún problema en “vestir las ideas menores con las palabras mayores”, como definía Abraham Lincoln la demagogia. Arte que la actual presidenta del PP en Madrid domina a la perfección, como hemos podido comprobar estos días con el “affaire Granados”.

Granados es uno más de la amplia colección de cargos públicos nombrados y seleccionados por Esperanza que han contribuido a quebrar la esperanza de los madrileños y los españoles en la política y en los políticos. Todos ellos una panda de desaprensivos y otras cosas que jamás debieran haber tenido el honor de ocupar cargos de alta responsabilidad en la Administración.

López Viejo, Martín Vasco - consejeros de sus gobiernos-, González Panero y Ortega, ambos alcaldes de Boadilla y Majadahonda, respectivamente, han abierto cuentas en Suiza posiblemente para ocultar sus desfalcos. Esperanza sin ningún rubor ahora les descalifica, pero fue ella quien les nombró o dio el visto bueno a sus candidaturas. Lo mismo ocurre con el actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, o el que fue alcalde de Pozuelo de Alarcón, el Sr. Sepúlveda, envueltos en sonados escándalos de corrupción. Todos ellos llevan la marca de Esperanza. Y, como premio, a Aguirre se la ha situado al frente de la selección de personal en una gran empresa. Su éxito está garantizado, y si por alguna circunstancia fracasasen no duden en que se desmarcará.

Pero la marca de Esperanza es mucho más amplia. Accedió a la Presidencia de la Comunidad de Madrid en más que extrañas circunstancias. Y su acción de gobierno no ha sido menos controvertida. Llegó con la promesa populista para ganar votos de construir siete hospitales, y la cumplió. Los efectos no se han hecho esperar mucho, más cuando la crisis económica ha manifestado sus peores efectos. Seis de los siete hospitales en la Comunidad de Madrid están operativos. El de Collado Villalba está terminado pero se mantiene cerrado, aunque la empresa concesionaria que lo construyó recibe sus retornos. Aquella decisión ha conducido a que gran parte de los grandes hospitales de Madrid estén a un 60 o 70 por ciento en el rendimiento de su capacidad instalada, pero manteniendo sus gastos fijos –los de personal-.

Una decisión poco meditada que ha servido a su vez para intentar ensayar el experimento de la gestión privada con el objetivo de reducir los costes asociados al personal como consecuencia de unos menores salarios y de dar negocios seguros a las empresas amigas. Esas en las que después se colocan los exconsejeros de Sanidad de la Comunidad de Madrid. En definitiva, despilfarro.  

Esperanza ha sido adalid en políticas neoliberales y en populismo. Ha competido por ser la “más de la más”. Siempre ha abogado por la no intervención del Estado y por la hegemonía de la iniciativa privada, con independencia del estado de bienestar de las personas. Lo que no le ha impedido el intervencionismo puro en la Administración. Las obras para los cercanos y la manipulación de Telemadrid y de la radio autonómica sin ningún escrúpulo. Y todo así…

La mejor esperanza para España y los madrileños es que Esperanza abandone de verdad la vida política. Su herencia no puede ser más nefasta. La corrupción, el despilfarro, la manipulación y la falta de sensibilidad hacia las personas forman parte de sus señas de identidad. Su marca no puede ser peor. A la vista están los hechos.                 



  



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