La proclamación del
nuevo Rey de España en la persona de Felipe de Borbón abre una nueva etapa política en nuestro país. Felipe VI llega a
la jefatura del Estado en unas condiciones muy distintas a las que llegó su
padre. Felipe es un rey plenamente constitucional y accede al puesto con una
democracia plenamente consolidada. La situación económica de España presenta
similitudes con la de año 75, pero, sin embargo, la sociedad española es mucho
más madura y culta. Si en 1975 había avidez de democracia, hoy la mayor preocupación se centra en la falta de
empleo y perspectivas de futuro para las generaciones más jóvenes. La
desafección por la política es cada vez mayor, lo que pone en cuestión el
acceso a la jefatura del Estado de Felipe VI, y abre el debate
monarquía/república, con una división cada vez mayor de la sociedad española.
Un debate que tiende a polarizar la sociedad española.
El evento de la
proclamación, el pasado 19 de junio, ha puesto de manifiesto que el Jefe del
Estado español ha desterrado cualquier sumisión a la Iglesia. En su juramento
estuvo ausente cualquier referencia a Dios y a la Iglesia. Tampoco el acto ha
ido acompañado de una celebración eclesiástica, como ha sucedido con otras
monarquías europeas. Los actos de proclamación fueron austeros, muy austeros,
teniendo en cuenta que se trataba de un acto político de la máxima relevancia.
El que más. El ambiente en la calle era frío. Una frialdad calculada para no
hurgar en las tensiones sociales. Lo peor, la fuerte presencia policial.
Asfixiante, no solo por la cantidad, sino por su actitud desafiante y grosera
en algún caso.
El discurso,
equilibrado en todo momento. Hay quienes esperaban más, así me lo manifestó un
compañero al finalizar su discurso. La penetración y aceptación o rechazo de
sus palabras son proporcionales al riesgo. Felipe VI no quiso arriesgar y se
limitó a presentar su libro de estilo. Una actitud inteligente, aunque muchos
no la compartan. Hacer lo contrario hubiese supuesto un riesgo inherente que podría haber abierto polémicas y generado
tensiones en un momento tan delicado como el actual. Hizo un repaso por los
grandes temas y mostró su sensibilidad hacia los más desfavorecidos. Y tuvo la
gallardía de reconocer que la ejemplaridad y la trasparencia en su acción deben
determinar su credibilidad, comprometiéndose a ello.
Todo indica que el
nuevo estilo de Jefatura de Estado al que aspira el nuevo Rey es una República
coronada, como han definido algunos analistas. La monarquía parlamentaria
española está sometida al imperio de la Ley. El nuevo rey constitucional tiene
un largo camino por recorrer y lo ha de hacer junto a una sociedad que
evoluciona a un ritmo muy acelerado. El primer reto es armonizar su acción para
conseguir una rápida recuperación económica y sobre todo crear empleo, a la vez
que se garantiza la cohesión social y territorial, con el respeto a la
diversidad representada en las diferentes nacionalidades que se integran en el
Estado español. Para acompasar este cambio se ha de buscar el momento más
idóneo para cambiar el marco constitucional y legitimar su reforma y el nuevo
jefe del Estado y su estatus mediante un referéndum. Sin prisa, pero sin pausa.
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