Los resultados de las elecciones
del 26J nos devuelven a la pesadilla del pasado, como era previsible. Ninguno
de los dos bloques principales el centro-derecha y de izquierda consigue sumar 176
diputados, aunque la diferencia entre ellos sea ahora de 13 a favor de los
primeros; 169 frente a 156, cuando era de dos el 20D. Si bien ambas sumas ni
fueron ni son homogéneas. Una encrucijada en toda regla.
Rajoy parece haber despertado del
letargo de la pasada legislatura y, al
menos, escenifica que tiene prisa para formar Gobierno. Pero me temo que es
todo puro postureo. Hay una enorme contradicción entre sus palabras en la
última semana de campaña, en la que llegó a afirmar que sólo iría a la
investidura si era para salir, y lo que está trasladando a la opinión pública
estos días. A estas alturas ya le conocemos todos. Le gusta jugar
binomialmente: buenos y malos; ser o no ser; ganar o perder. No da puntadas sin
hilo. Sabe que unas terceras elecciones serían catastróficas para el país y que
nadie va querer ir a esa situación. Y por tanto, es el momento de asumir el
papel que le corresponde y que no asumió para la constitución de Gobierno.
Resistirá pero no le será fácil.
Un pacto entre PP, C’s, PNV y CC
(175) no será fácil. EL PNV se enfrenta a unas próximas elecciones autonómicas
y puede salir con las cartas marcadas, salvo que su apoyo se visualice de forma
muy notable, como puede ser el compromiso de acceso del AVE a las tres ciudades
vascas y la terminación urgente del corredor transatlántico; lo mismo ocurre
con CC. En todo caso se requiere un enorme compromiso de aplicación de recursos
de forma asimétrica con lo hace más difícil aún si se tiene en cuenta que hay
que realizar un reajuste presupuestario de 8.000 M€ más 2.000 de sanción. A los
que hay que añadir 4.000 M€, si se cumple la promesa de bajada del IRPF del
PP. Aun así hace falta un escaño más.
Ante este panorama, el papel del
PSOE es determinante. Hay tres posibles caminos. Uno, una gran coalición con el
PP a la que se unirían C’s. Este es el planteamiento que hace el PP y que
parece impensable, por lo que significarán para el futuro del PSOE teniendo en
cuenta su programa y señas de identidad; dos, plantear una negativa cerrada a
dar facilidades de gobierno al PP con su abstención, como se ha venido
planteando; tres, abstenerse en la investidura del PP en la segunda votación,
con lo que el PSOE pasaría a ser el
primer partido de la oposición al frente de una izquierda plural y complicada,
pero siendo el PSOE el líder de esa oposición parlamentaria.
La abstención del PSOE ha de ir
acompañada, si se da el caso, de una condicionalidad clara, concreta,
entendible, y sobre todo, con el compromiso claro de su seguimiento y
evaluación.
Encima de la mesa hay grandes
reivindicaciones laborales, sociales y económicas que no se pueden pasar por
alto. Hay más de 10 millones de ciudadanos que han votado en contra de las
políticas del PP y de su forma de gobierno; de su corrupción y de su impunidad;
en suma, de su absolutismo.
Si se avanzase en este complejo
camino, queda lo inevitable. Las personas que deben conducirlo. Parece evidente
que no puede ser Rajoy quien conduzca esta nueva etapa. No puede ser creíble
para ningún ciudadano ni opción política progresista que el PSOE sea
responsable activo de la continuidad de Rajoy, que es la clara expresión de la
inacción frente a un sistema de corrupción sistémico que se ha presidido su
etapa de Gobierno. Si el PP no está dispuesto a cambiar a Rajoy es que no está
dispuesto a luchar contra la corrupción y apuesta por un modelo de gestión
política fundamentado en la inacción frente a los grandes problemas del país.
España necesita un Gobierno
reformista que busque el equilibrio social, político y económico ante los
grandes problemas de desigualdad, crecimiento consistente y regeneración
demográfica. Ante esta encrucijada Rajoy no puede estar al frente, y los
socialistas no lo podemos permitir.
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