Ya en 1513 Nicolás de Maquiavelo nos dejó un
maravilloso tratado Político, El Príncipe,
plenamente vigente y aplicable a la realidad política española, en el que entre
otras cosas se manifestaba: “El Príncipe ha de anteponer la salvación de su
patria (añádase gente que sufre, trabajadores, personas sin recursos…) a la
salvación de su alma”. No es un ejemplo
que cunda en una gran parte de los españoles. La realidad política española nos
ilustra con situaciones muy distintas, pero el más notable en estos días es el
que viene desarrollando el nuevo populismo autodenominado de izquierdas.
La vieja táctica comunista de propulsar la rebelión
popular para que el conflicto social les sitúe en el centro de la vida política
es una práctica deleznable. Utilizar los sentimientos de las personas y de los
más débiles en beneficio propio, como hemos podido comprobar estos días en el
CIE de Aluche, es una manifestación más de la política rancia e instrumental al
servicio de los intereses de unos pocos, bajo el sustento de una ideología
irreal que ve en la alimentación de la conflictividad social la oportunidad de
un amanecer revolucionario con el que conquistar los cielos.
El nuevo panorama político español hace que la fuerza
política más reaccionaria del Parlamento vuelva a mostrar su auténtica cara: la
agresividad, el desprecio a los españoles y la búsqueda de la degradación de
las instituciones. Lo hemos visto en la última sesión parlamentaria, lo hemos
podido comprobar en el último escrache de la Universidad Autónoma y lo
constatamos en la secuencia programada y ordenada de las manifestaciones de sus
líderes, en las que justifican todo tipo de actos que puedan inocular odio y
temor en la sociedad española para desestabilizarla. La mano que mece la cuna
sigue siendo la misma que aparece visiblemente en un video dirigiendo el
escrache que en su día se hizo a Rosa Díez en la Facultad de Sociología de la
Complutense.
Los problemas internos del PSOE han vuelto a despertar
en la nueva casta universitaria dirigente del populismo radical, y apartada del
mundo real, la posibilidad de sustituir a la socialdemocracia española por el
viejo sueño comunista. Una aspiración que viene desde la primera década del siglo
XIX. Estos dirigentes no quieren hacerse cargo de ningún problema. Sólo quieren
liderar protestas. Practican la antipolítica.
Ya se sabe que quien siembra vientos recoge
tempestades. Cuando la acción política sólo busca la salvación del alma de
quienes la practican, la frustración y el engaño pronto se hace presente en la
sociedad. El asalto a los cielos se convierte día a día en una conquista del
infierno. Algunos se acercan a él a una velocidad de vértigo. Es su lugar
natural, pero esperemos que en su salida hacia adelante no arrastren durante
muchos años a una gran parte de la sociedad española y perviertan sus valores.
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